lunes, mayo 13, 2024

El último atentado en Barahona

Por Melton Pineda
De la capital, con mucho cuidado, visitaba mis familiares en Barahona, y en una de esas oportunidades, me enteraron de que a la Soberana Casandra Damirón le tenían un homenaje en el hotel Guarocuya.
Con el interés de cubrir las incidencias del acto, el periodista de Radio Comercial, Luis López Méndez, (Guií), me invitó a ese acto. Le dije que sí, que me fuera a buscar.
Precisamente, salimos hacia el hotel Guarocuya, acompañado, además de López Méndez, por el hoy agrimensor Vicente Ramírez, un primo hermano y hermano de crianza, Javier de la Paz (Domingo).
Bajamos hasta la avenida Luperón con Nuestra Señora del Rosario, doblamos en la calle Duarte en el parquecito de Los Multifamiliares, y mientras avanzábamos, nos encontramos con un miembro del Servicio Secreto de la Policía, un tal Zenón. Este disimuló no habernos visto, pero lo teníamos vigilado, por si acaso.
Cuando llegamos al Parque de los Suero, entre las calles Duarte, Las Carreras y la Candelario de la Rosa, escuchamos un disparo y una detonación, que resultó ser que alguien le disparó a un transformador eléctrico, frente a la quebrada fábrica de Hielo Melo. La explosión provocó un apagón.
Al llegar frente de la casa de Doña Mercedes Shanlate, sentimos que un carro marca Ford Falcon, propiedad de un famoso teniente del G-2 del Ejército Nacional, llamado Aquino, prendió las luces en la misma calle Candelario de la Rosa esquina Las Carreras. En la oscuridad, el vehículo avanzó. Les advertí a mis acompañantes si había alguien armado. Ningunos teníamos ni un corta pluma.
Yo andaba vestía una chacabana blanca. De inmediato, salieron varias personas disparando y escuché a uno de ellos decir: “al de la camisa blanca”. Subí al parque de los Suero, y de milagro estoy vivo. Casualmente, era el mismo agente del SS que habíamos visto en el camino.
Logré, en la confusión del tiroteo, no sé de qué manera, ya arriba en el parque, darle una patada por el mismo brazo que el agente tenía el arma. La misma rodó por el suelo, intenté recuperarla. No pude, mientras los demás militares y policías, disparaban a mis compañeros, que ya habían emprendido la huida para evitar que nos asesinaran.
El agente recuperó el arma, seguí corriendo, haciendo zigzags por la calle Las Carreras, mientras el agente Zenón me disparaba, sin lograr herirme. Doblé por la calle Padre
Billini, y recordé que en una vivienda próxima vivían unos amigos. Parece que, al escuchar los disparos, estaban cerrando la puerta, en la oscuridad.
Brinqué unos escalones y caí en la sala de la vivienda y la madre y los hermanos de un compañero de lucha del Liceo Federico Henríquez y Carvajal, Freddy Nelson Carvallo, se sorprendieron, porque repentinamente un extraño había entrado a la vivienda. Hacían silencio, hasta que prendieron una lámpara. Me reconocieron y me llevaron a uno de los aposentos.
Yo, nervioso, creía que al estar caliente no sentía que estaba herido. Afortunadamente, no estaba herido, me quité la camisa, la dama y un hijo me registraron la espalda con la escasa luz de la lámpara y comprobaron que no había sangre. Ella dijo: “¡Gracias a Dios!”.
La dama fue a la cocina y me dio un vaso de agua con sal, para calmarme los nervios, mientras les contaba a media voz lo sucedido y hacia dónde nos dirigíamos.
No sé de qué manera, mi madre Carlita Féliz (Doña Negra), llegó al lugar, cuando aún no había retornado la energía eléctrica.
Llorando, porque le habían dicho que estaba muy mal herido, me registró y discretamente, mandó a buscar un automóvil con una persona de confianza, para que me sacara del lugar.
Precisamente, a pocos minutos, llegó un jeep Willy, color verde, descapotado, manejado por Porfirio Jiménez, (Joven), artista, hijo de la señora Dérmida Jiménez, madre de los hermanos Danubio Tana y Píndaro Jiménez.
Mi madre insistía en que nos fuéramos a la casa de la familia, y a sabiendas del riesgo que corría, me negué. Ella se marchó bajo protesta y el señor Porfirio Jiménez me llevó a un escondite, que aún no recuerdo, y allí permanecimos hasta el otro día.
Al día siguiente, entendiendo que aún se buscaba para asesinarme, viajé a la capital. Corrí el riesgo de pasar por los chequeos policiales de la época. Se diligenció que una persona de confianza, el señor Delanoy Batista, nos transportara, sin ser advertido. Delanoy era un hombre muy formal, viajaba corrientemente, y no había ninguna sospecha de que pudiera transportar un perseguido.
Ya en la capital, denunciamos en los medios de comunicación el atentado, pero como de costumbre, ni se investigó ni pasó nada, a pesar de que señalé con nombres y apellidos a los integrantes de la patrulla de militares y policías que intentaron matarnos la noche anterior.
Proseguí escondido en la capital, en la avenida Mella 120, en una pensión ocupada por estudiantes de Barahona.

2 COMENTARIOS

  1. Es eran año difícil para todo lo que eran contrarios ese régimen mucha marda cuántas barbarie contra de la juventud de eso tiempo no importaba quien fuera lo único que ellos quería eras callar la boca por la vía que fuera fueron años muy difícil

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