lunes, abril 29, 2024

La Violencia Intrafamiliar  -16-

Por Federico Pinales

Una acusación criminal falsa, hecha por una mujer en contra de un hombre, resulta más dolorosa que una agresión física. Peor aún, si esa mujer finge dos lagrimones para intentar justificar dicha acusación.

Hace justo 31 años, una subalterna, empleada de la Universidad de Hofstra, donde yo ejercía como supervisor del comedor principal, me acusó de haberla tocado inapropiadamente durante su turno de trabajo.

Lo peor de todo fue que lo hizo en componendas con otras compañeras que al mismo tiempo le sirvieron de “testigos”, para ocultar el robo de un Yackeneyda de piel que ellas mismas le habían substraído a un estudiante de la universidad.

Si ella lograba probar dicha acusación, yo corría el riesgo de ir preso y no conseguir trabajo más en los Estados Unidos, porque todavía no era ciudadano americano.

Durante una reunión con el director, jefe de todos los managers, con la presencia de representantes de la unión, ella, su “testigo” y yo, el director le preguntó “si sabía que por esa acusación yo podía ser arrestado y no conseguir más trabajo en los Estados Unidos”

 Ella contestó que sí. El director volvió y le preguntó: “ -¿y aun así usted lo acusa”? Ella contestó con otro sí.

En ese momento, yo me quité los espejuelos y le dije: “Doña, míreme 

a los ojos, y cuando lo hizo le brotaron dos lagrimones que me llenaron de rabia e indignación.

Ella ignoraba que yo tenía más de 500 pruebas para demostrar los acosos que ella me hacía, siendo una profesora casada.

Cuando logré desmontarle la trama, la cancelaron junto a todas sus cómplices, 16 en total. En medio de esa situación, me llamaron de la universidad de San John, para desempeñar una mejor posición con más dinero.

Allí duré más de 15 años. Renuncié en el 2009 con un récord impecable, contrario al deseo de esa criminal.

Si yo no hubiera podido demostrar mi inocencia, esa mujer hubiera arruinado mi vida. Pero como tengo un Dios que me guía, me cuida y me protege, pude escaparme de esa, como me le escapé al régimen de Joaquín Balaguer, a la mamá de mis hijas, a Rosa Alba Cuevas y a la hija de Nilda Martínez.

A ninguna les deseo mal, porque en algún momento de mi vida me hicieron feliz, de una u otra manera.

Conque Dios me haya liberado de ellas, con eso me basta.

 

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