Con el pesar por el fallecimiento de su abuela María Terrero Geraldo, Laura Santana le escribió una emitiva carta que publicamos a continuación:
Por Laura Santana
Palabras a mi Mamá María
Tokio, Japón
4 de junio de 2025
Me la imagino, a nuestra Mamá, con una sonrisa a medias dibujada en los labios y una expresión profundamente serena,
como quien lo ha comprendido todo,
como quien ha decidido marcharse en paz.
Y no imaginan cuánto me gustaría verla una vez más,
aunque sea así, en esa nueva cama que Mami, como mujer precavida, le habría conseguido para perpetuar su descanso.
No me importaría ver su cuerpo inerte, porque al menos podría tocar su mano, enlazarla con la mía,
y saber, con el alma, que esta vez sí sería la última vez.
Y es que Mamá, nos diste tantos sustos a lo largo de los años
que uno pensaría que ya estábamos listos para el gran susto final.
Pero no, te fallamos, no lo estábamos, al menos yo, no lo estaba.
Y es que el corazón nunca se entrena para una despedida como ésta.
Desde lejos, me aferraba a tus últimos suspiros,
me colgaba de cada número del oxímetro,
convenciéndome de que si tu oxígeno estaba en 90, como el de cualquier transeúnte,
ibas a despertar y pedir que te quitaran todos esos malditos cables y que te buscaran tu taza de café.
Porque esa eras tú, fuerte e indomable.
Me llenaba de orgullo verte tan digna, tan entera, aún con deseos de quedarte un ratito más.
Porque es que si por nosotros fuera, te quedabas CIEN AÑOS MÁS.
Porque verte en tu mecedora, era parte de nuestro paisaje vital. Eras mi paisaje eterno de regreso a la isla.
Eras mi faro paciente cada vez que volvía del extranjero.
Y es que fuiste más que una abuela.
Fuiste nuestro archivo vivo. Guardabas nuestras vidas completas: nacimientos, logros, tropiezos, anécdotas y secretos. Todo.
Y lo hacías con un amor casi temeroso, como si cada recuerdo fuera frágil y precioso, y no quisieras perder ni uno.
Tantos años contigo, y aún así, sentimos que no fueron suficientes.
Te fuiste a pocos meses de cumplir los cien,
y eso ya es una hazaña.
Llegaste lúcida, riendo, amando.
Aun con dolores, te sostenías, por nosotros.
Yo me preparaba para darte el mejor regalo de mi vida: mi hijito.
Por un momento creí que todo había sido perfectamente sincronizado:
nuestro bebé está supuesto a nacer en tu mes,
diez días antes de tu cumpleaños,
a justo cien años de tu nacimiento.
Pero tú, más sabia que todos nosotros,
decidiste irte antes,
para poder estar aquí cuando fuera a dar a luz,
para estar allá, y en todos los lugares donde se te quiera, para que no lloremos tu partida,
sino que celebremos la vida.
En tus últimas palabras, con esa mezcla de humor y amor que te caracterizaba, le dijiste a mi hermano:
“Dile a Laura que estoy gorda y colorá’”,
como quien quiere evitar que la tristeza se instale,
como quien deja un guiño para que uno sonría en medio del dolor,
como quien, aun partiendo, sigue cuidándonos a su manera.
Y sí, aunque duele no haber alargado ese último beso, ese último abrazo,
pensar que, como siempre, me estarías esperando en tu eterna mecedora,
hoy me toca buscarte de otro modo,
cerrar los ojos y sentirte al lado mío,
y recordarte como lo que siempre fuiste,
la mejor abuela del universo.
Única, irrepetible, profundamente amada.
Gracias por tanto, Mamá María.
Mi roommate eterna.
Mi amor de mi vida.
Mi viejita linda.