Seco como un arenque
Guardián era el perro más famoso de la zona. Su dote de cazador corría de casa en casa, de patio en patio y de loma en loma. Precisamente, cazar de lomas en lomas fue que le dio esa popularidad y muchas ganancias a su dueño Antonio Leonardo, que lo usaba como su medio favorito para su sustento y hasta para negociar con sus hazañas. Es que dos veces a la semana, Antonio Leonardo preparaba su alforja y salía para el bosque a cazar chivos y puercos cimarrones con su perro Guardián, y según sus palabras, no hubo un solo día que no viniera con alguna presa.
Nunca se supo qué pasaría ese martes que perro y amo llegaron a la casa sin nada. La inconformidad de Antonio Leonardo era más que visible. Ni siquiera se detuvo a quitarle el aparejo al caballo, que era parte de esa ceremonia, cuando las árganas venían repletas de dos o tres animales cazados por Guardián en su dinámica labor. A esa hora ya su mujer Enérsula le tenía la comida servida y sólo faltaba que a Guardián le pusieran una silla en la mesa para acompañar a su amo.
No había forma de que Leonardo Antonio no le sirviera la mitad de su almuerzo a su compañero de caza y de vida.
Pero ese día sucedió lo inesperado, lo increíble. Leonardo Antonio miró fijamente a los ojos de su perro que estaba esperando su ración de comida y con cara de enfado le dijo: “Oye bien Guardián, por lo mal que te portaste hoy, que por tu haraganería no pudiste atrapar ni siquiera un gatito, no vas a probar un solo granito de este arroz y que te sirva la lección”.
Enérsula ni sus hijos podían entender lo que estaba pasando y mucho menos la acción castigadora de Antonio Leonardo en contra de Guardián.
Como si tuviera juicio, el perro se paró del lado de su amo y casi con lágrimas en los ojos caminó hacia el patio y se echó en el tronco de una mata de naranja que estaba en el fondo.
Guardián duró cinco o seis días sin comer ni beber nada. No se paró de ahí ni con los azotes de su amo, que lo necesitaba de manera urgente para ir a cazar al bosque.
No fue hasta el séptimo día que Enérsula comenzó a notar que Antonio Leonardo estaba enflaqueciendo a la carrera.
“Antonio, tu no has notado lo flaco que te estás poniendo. Te ves más seco que un arenque sin huevas”, le comentó a su marido con cara de preocupación.
“Claro que sí”, le contestó. “Me estoy gastando cada día y hasta fui al médico ayer y me dijo que todo estaba bien, pero no sé qué me pasa, pues mantengo mi apetito”, le explicó a su pareja.
Pasaron los días y la situación empeoraba y fue entonces cuando Enérsula encadenó una cosa con la otra.
“Yo te noto así desde el día que castigaste a Guardián, negándole la comida y mira que, aunque no está muerto, ni siquiera levanta la cabeza. Sal por ahí a buscar cosas del mundo, quien sabe si es un castigo que Dios te ha puesto”, le dijo.
Antonio Leonardo no vaciló tras escuchar esas palabras y emparejó su caballo para visitar al curandero, que quedaba como a dos horas del lugar en lomo de animal.
¡Exactamente! El curandero le diagnosticó que estaba pagando una pena por castigar así a su mejor amigo, que era su perro Guardián. Y le dijo que, para salir de ese trance, ese mismo día debía comprar un becerro, sacrificarlo y regalarle la carne al pueblo y darle el mejor pedazo a su perro Guardián. Eso fue como una misa de salud.
Tras contarle lo vivido a su mujer, procedieron a cumplir con el consejo y ese día fue de fiesta para toda la comunidad.
Hasta Guardián, que ya estaba agónico, comenzó a mover su rabito, en clara señal de alegría.
De ahí para acá el perro se paró y Antonio Leonardo comenzó a recuperar sus libras perdidas.