Refranes para contar historias

Por Alfonso Tejeda

Proverbial es la certeza de los refranes, sentencia puntual tal esa de que “ El cojo y el mentiroso nunca llegan lejos “, la que me atrevo a usar, advertido de que una nueva nomenclatura que examina con otros parámetros el lenguaje, pudiera ser impugnado pero que en este caso sirve para el propósito de lo que quiero exponer: la presencia notable  y las consecuencias perversas de personeros que padece la realidad cotidiana, como son los farsantes, los impostores, que, aunque sea efímera, si hacer daños que pudieran ser permanentes. 

En este aquí reciente destacan el joven que, aprovechando el dolor, la confusión y solidaridad provocada por la tragedia de El Jet Set, quiso presentarse como “héroe” de una hazaña inventada, la que le reportó algún beneficio económico momentáneo, tronchados ambos -“heroísmo”  y recaudación- por la denuncia oportuna de una vecina, advertencia tardía -aunque sospechada- en el caso de un personero que se autoproclamada “investigador” al servicio de agencias controladoras hasta estadounidenses, una de las cuales acaba de desmentir cuando ya él había recorrido un gran trecho. 

Es justificado el encono contra el “rescatista” porque desde el dolor colectivo quiso aprovecharse pero más radical tiene que ser la condena contra el abusivo temerario  que, entonces sin ningún reparo ético ni confirmación probable de sus acusaciones, insultos y provocaciones usaba las redes sociales contra sus víctimas, a las que con una despiadada saña atosigaba sin razón, al menos como reacción ante una actitud o acción de aquellas, por lo que cualquier motivo que sea le atribuya a su protagonismo pudiera ser aceptado. 

Ambos recuerdan a Eric Marcos, personaje de la novela El Impostor, del escritor español Javier Cercas, quien se hizo pasar por víctima de unos de los campos de concentración durante el nazismo Alemán, cuando en realidad fue una especie de colaborador  en ese entramado criminal que provocó uno de los más crueles, perverso y vasto genocidio de la humanidad, sobre esa plataforma del escarnio logró posiciones, reconocimiento y crear y hacer creer su pervertida “historia”.

El usufructo que hacen los mentirosos de sus mentiras, aunque les parezca que es para siempre, tiene su final, y en el caso del impostor Marcos le llegó 30 años después, cuando un historiador comparó sus “testimonios” con los hechos, esos que son inconmovibles, que expresan la realidad y que salen a flote aunque, a veces bamboleantes, pero al final con la contundencia suficiente para aplastar y condenar a quienes lo trastocaron desde una  interesada postura y con el interés del beneficio particular, grupal. 

Común es a los impostores intentar disfrazar sus acciones con una supuesta aureola de protección, de hacer “la buena obra“que recomienda la espiritualidad, y así es por lo que el español justificara su mentira en el propósito de “difundir mejor el dolor de las víctimas” del Holocausto. “El rescatista” del Jet Set en su afán de servir y ayudar en momentos de penurias, mientras que el detective se regocijaba más en sus supuestas dotes investigativas, a las que insuflaba con señalamientos generalizados, acusaciones improbables y burlas prepotentes, las que ahora son el “fardo de pruebas” que martillan la condena que le espera, que ojalá la magnanimidad de algunas de sus víctimas nunca bloquee.

Javier Cercas, el conocido autor, refiriéndose a Eric Marcos concluye que los grandes farsantes de la historia inventan sus propios personajes, los que al final lo devoran, y aunque sería arriesgado de mi parte categorizar a los impostores locales junto al español, sí puedo recordar otro muy conocido refrán, que sentencia “no van lejos los de alante si los de atrás saben correr”.