martes, abril 30, 2024

Construir liderazgo en las instituciones públicas para hacer la diferencia 

 

Por Gregorio Montero

El concepto más tradicional sobre liderazgo está asociado a las características y habilidades que poseen determinadas personas para influir en las demás, procurando generar el entusiasmo necesario para que, con su comportamiento y actuaciones, contribuyan a lograr los objetivos y fines comunes que se buscan; este se ejerce frente a un colectivo u organización humana o sobre individuos que, de forma particular, reciben la influencia de un líder. El liderazgo, como categoría de dirección, en todos los casos, plantea una relación de poder que se expresa en una autoridad devenida de manera formal o informal; se enfoca, principalmente, en motivar y elevar la autoestima de los destinatarios, a fin de que cada quien, a partir de su potencial, persiga las metas compartidas. 

Los estudiosos han dedicado múltiples escritos a la cuestión del liderazgo, pero es preciso entender que, conceptualmente, existen incontables aspectos que generan desavenencias y desacuerdos. Pareciera que el liderazgo, en la práctica, tiene sus propias reglas de juego, que hacen sucumbir planteamientos teóricos y doctrinarios, incluso, investigaciones muy concretas. De cualquier manera, en lo que no existe contradicción es en que, en sentido general, el liderazgo está dirigido a producir la motivación e inspiración necesarias para poner en praxis acciones que permitan una adecuada organización y conducción organizativa, lo que conlleva a que las personas produzcan, en tiempo hábil, los resultados esperados. 

En este mismo orden, sobre la base de que el liderazgo hace parte de un potencial, que se desarrolla en el terreno de las acciones, suelen identificarse varios tipos de liderazgos, que reflejan el estilo y la forma en que se comporta cada líder en particular; es así que se conocen y se destacan los liderazgos carismático, democrático, autocrático, transaccional, transformacional, colaborativo, administrativo, y otros. 

La experiencia ha demostrado que los tipos y estilos de liderazgo no se ejercen de forma segregada o pura, sino que el éxito de los líderes depende, en gran medida, de su capacidad para ejercer de forma combinada varios de ellos; por ejemplo, en la sociedad actual, los liderazgos como el carismático, transformacional, colaborativo, administrativo, etc., deben combinarse con el liderazgo democrático, pues los principios democráticos en la conducción de las organizaciones deben ser innegociables.          

Como hemos visto, el liderazgo tiene efecto, esencialmente, en agrupaciones humanas que se organizan con una misma finalidad, o parecida; su impacto se refleja, principalmente, en el comportamiento de las organizaciones, por lo que, en principio, puede ser de carácter social, político, religioso, empresarial, gubernamental, etc. En este orden, la organización por excelencia resulta ser la sociedad en sentido amplio, que tiene como base fundamental a la nación, ese sentimiento que une a los asociados en lo geográfico, en lo social, en lo político, en lo económico, en lo cultural…, y que toma cuerpo institucional y jurídico en el Estado, en la Administración Pública y en el gobierno.

Para este análisis, importa el liderazgo estatal y gubernamental, aquel que se ejerce en y desde las instituciones públicas, donde resulta crucial tener en cuenta que se manejan y protegen intereses nacionales, por lo que están representados todos los sectores de la sociedad; en consecuencia, la idea de representación exige que el liderazgo procure, en esencia, el bienestar de todos y todas, y la confianza y legitimación del Estado por parte de la ciudadanía; como se puede ver, el desafío es bastante elevado, lo que ha provocado que se hayan especializado reflexiones y conceptualizaciones que responden a la naturaleza del sector público, tomando en cuenta las características que le son inherentes, especialmente las formalidades y complejidades dimanantes de los fines y responsabilidades del Estado.

Es preciso señalar que, para el ejercicio del liderazgo en los entes y órganos públicos, por principio, debe mediar una habilitación formal que dota a personas, servidores y funcionarios públicos, de autoridad para ejecutar funciones directivas públicas, en consonancia con los objetivos institucionales y los planes que se llevan a cabo. 

En este ámbito, los directivos públicos suelen caer en serias confusiones, al entender que el nombramiento en un cargo de dirección otorga la condición de líder, soslayando el hecho cierto de que dicho nombramiento solo les inviste con autoridad formal, y que la condición de líder se adquiere en el fragor de la gestión, y está determinada por la forma en que esta autoridad se ejerza frente a los colaboradores y la sociedad. 

El líder en el sector público es aquel que es capaz de ejercer racionalmente el poder que se le ha conferido como funcionario directivo, conduciendo oportunamente a la institución y al resto de los servidores hacia el logro de las metas y los resultados que mejoren la calidad de vida de la gente, y sobre la base del respeto de las normas y los procedimientos vigentes.

No es un líder quien pretende ganarse el respeto de los demás por el simple hecho de su designación y porque infunde temor con el ejercicio del poder conferido, sino aquel que logra la confianza de sus colaboradores, quienes siguen sus orientaciones e instrucciones por convicción, no por imposición. 

Es importante entender que el liderazgo es de vital importancia para que las instituciones gubernamentales presten de forma correcta los servicios a su cargo y, como consecuencia, contribuyan al desarrollo humano integral. 

En suma, de lo afirmado anteriormente se desprende que el líder que reclama la Administración Pública del siglo XXI, como expresión de la sociedad democrática, además de que debe combinar los tipos de liderazgos democrático, transformador, administrativo, colaborativo y carismático, debe ser ético, conocedor, capaz, responsable, sensible socialmente, planificado, prospectivo, firme, gestor cabal, innovador, flexible y pragmático, empático, tener sentido de pertenencia y visión de futuro. 

Un líder en la gestión pública debe entender con claridad meridiana que es un facilitador, un orientador y un conductor de políticas, servicios, procesos y servidores que están dirigidos a producir resultados que contribuyan a que los ciudadanos vivan mejor, por lo que su pensamiento estratégico, y su capacidad de análisis institucional, así como su capacidad para solucionar conflictos, y su creatividad, se ven permanentemente desafiadas. 

Una cuestión que no es menor, y que debe ser tomada en cuenta en el análisis, pero que en ocasiones es soslayada, es que en las instituciones públicas el liderazgo se expresa en dos niveles de gestión o administrativos diferenciados, aunque complementarios, por un lado, en el nivel político, que es ejercido por los directivos que ocupan los altos cargos del gobierno, quienes actúan, en principio, siguiendo la lógica de las acciones comprometidas en el programa de gobierno y en la lógica de la retención del poder; y, por otro lado, en el nivel gerencial, donde inciden los que ocupan los cargos de directivos medios, que actúan bajo el influjo de la continuidad del Estado y de la racionalidad técnica que proporciona la ciencia de la administración y otras, desde donde aportan, con profesionalismo, al cumplimiento del programa de gobierno.    

Todo esto debe llevarnos a reflexionar y a entender que desde el gobierno deberían ejecutarse acciones dirigidas a diseñar y poner en práctica, de manera transversal, una estrategia y modelo de liderazgo en la Administración Pública, que potencie y desarrolle en los directivos públicos esas habilidades necesarias que les permitan conducir y generar en los demás la confianza, el entusiasmo y el empoderamiento que hacen andar de forma correcta el motor y las ruedas de la Administración Pública del siglo XXI y del desarrollo sostenible.

El liderazgo en el sector público debe construirse día tras día, sobre la base de la ética, el conocimiento, la capacidad, la humildad, la firmeza, la comunicación efectiva, el trabajo tesonero y el logro de resultados.

Gregorio Montero
Gregorio Montero
Es viceministro de Reforma y Modernización de la Administración Pública, miembro de la Comisión de Reforma Educativa de la Policía Nacional, catedrático universitario, y ex Secretario General del Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo.

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