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jueves, diciembre 26, 2024

¡Ay carajo! ¡El maldito loco me mató al nieto…!

Por Emiliano Reyes Espejo

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Los orates eran seres comunes en las calles del pueblo. Algunos eran útiles como “Isidro El hombre carpintero”, que trabajaba y hacía mandados. Otros no lo eran tanto y deambulaban de pueblo en pueblo viviendo mentalmente ajenos a su propio entorno. Sin tener la menor conciencia de esta noble presencia, los niños, jóvenes y hasta adultos aprovechaban para mofarse y divertirse con ellos.

Se divertían con la tragedia ajena, se reían de personas que, aunque desquiciadas mentalmente, muchas lucían tranquilas, mansas y vivían sin importarles la realidad del mundo de los “cuerdos”.

La demencia no es más que –según un término sencillo- la desconexión de las funciones cerebrales de la persona con la realidad circundante. En vocablos profesionales, esto implica “una pérdida de la función cerebral que afecta la memoria, el pensamiento, el lenguaje, el juicio o la conducta”.

En tiempos pasados, la demencia se asociaba a la pobreza. Por eso, era frecuente ver que en los pueblos pequeños y apartados proliferaban los llamados “locos mansos”. Casi siempre provenientes de familias pobres laceradas mayormente por la exclusión social.

Un buen observador podía ver que antes, en las calles de pueblos empobrecidos, se registraba la presencia de orates que circulaban tranquilamente sin representar peligro alguno para el ciudadano “normal”. Y como hemos señalado, ellos vivían sumergidos en sus mundos ajenos a la realidad de los “normales”.

Esas indicaciones se han ido quedando obsoletas, si se parte de las nuevas realidades sociales. Los avances científicos han establecido que la demencia se refiere “a una variedad de afecciones neurológicas que empeoran con el tiempo”.

Han surgido explicaciones aún más científicas. Antes se dio por un hecho el que la mayoría de los desquiciamientos mentales eran producto de la miseria imperante en zonas habitadas por gentes pobres. 

Ahora no es así, las demencias son atribuibles a múltiples causas. Según textos captados en Google, “la demencia es más frecuente en personas mayores, pero no es parte normal del envejecimiento. En algunos casos, la demencia puede desarrollarse en la mediana edad”. 

La demencia es irreversible

De acuerdo con esos señalamientos, “la mayoría de los tipos de demencia son irreversibles y degenerativos. Sin embargo, los problemas relacionados con el pensamiento y la memoria pueden mejorar si se trata la causa, como la depresión, los efectos secundarios de medicamentos, el abuso de alcohol, (las drogas) los problemas tiroideos o las deficiencias vitamínicas”.

En el poblado de Tamayo, en la región Sur, hubo un tiempo en que, sin que se conocieran las razones, aparecieron en el lugar varias personas en condiciones demenciales, los cuales convivían mansamente con los pobladores del lugar.

Entre esos “locos mansos” estaba el apodado “La Gevena”, el cual era de tamaño menudo y tenía como característica principal deambular siempre “sucio”, vestido de harapos raídos y un saco inmundo que usaba para echar comida que extraía de los basureros y otros desperdicios. Cuentan que este orate caminaba a pie todos los poblados cercanos: los bateyes Santa María y Batey 6; las comunidades de Monserrate, Uvilla y Vicente Noble. El alimento de su predilección era “las gallinas muertas”, algunas en estado de putrefacción.  

La gente se divertía vociferando cosas, pero éste era indiferente y raras veces se detenía a enfrentar a los que le voceaban. Cuando lo hacía, lanzaba piedras y otros objetos, sin mayores consecuencias.

Costoso gesto humanitario

En un gesto humanitario propio de las personas de “gran corazón”, mi padre Eloy llamaba a La Gevena para darle de comer cuando éste pasaba frente a su colmado, ubicado en la calle 10 de marzo casi avenida Libertad. Mi padre lo sentaba en una silla del colmado y le preparaba un sándwich gigante con un “pan de estrella”, relleno de salami, queso, mantequilla y cátchup, el cual el demente comía opíparamente.  

La entrega del sándwich a La Gevena se hizo una costumbre tal, que éste con todo y su locura, iba todas las tardes al colmado, después del mediodía, y se sentaba allí a la espera de que lo atendieran.

Siempre he oído decir que uno no se puede confiar en un loco. Por manso que éste fuere. Su estado mental hace que a veces se ponga beligerante. Nadie puede adelantar cómo va a reaccionar y lo hace cuando la persona menos lo espera. Otras veces se portan mansamente, haciendo que uno lo trate en confianza.

Hay dementes que conviven en hogares sin ningún problema con sus familiares.

Un golpe mortal

Pero esta vez, La Gevena llegó, tomó su silla y se sentó en el colmado como el mejor cliente, y como siempre, mi padre se puso a prepararle su sándwich. El mal olor “a gallina muerta” que llevaba encima obligaba a atenderlo rápido para que se marchara lo más rápido posible.

En el ínterin, Roberto (Don Roque) uno de los nietos de Eloy, dio la vuelta por el mostrador y se le acercó al loco. Éste se tornó rabioso, pronunció unas jergas inentendibles y golpeó de manera sorpresiva, y con contundencia, en la cabeza del niño, dejándole tendido en el piso como si estuviera muerto.

Al ver la actitud del orate, a Eloy se le obnubiló la mente, tomó el cuchillo con el que preparaba el sándwich, saltó por encima del mostrador y gritó fuerte:

– ¡Ay carajo! ¡Ay diablo! Me mató el maldito loco al nieto…

Con su mente nublada por aquel inusitado e inesperado hecho, Eloy blandió su cuchillo con la firme decisión de atacar a La Gevena, pero el grito casi unísono de los allí presentes, y la casi segura intervención de las manos de Dios, impidió que esto se realizara.

¡No lo mate! ¡No lo mate! ¡De por Dios, Eloy no lo haga! ¡Eloy, no lo haga…!

Esas voces hicieron que Eloy lograra frenar sus instintos en un instante en que veía que su nieto, su querido nieto Don Roque, yacía tendido en la acera del frente del colmado, inerte, ¿posiblemente muerto?

Cuando La Gevena golpeó fuerte en la cabeza de manera inesperada a Roberto, al cual se le apodó Don Roque por un popular muñeco de la época, utilizó una roca de gran tamaño que llevaba escondida en su saco, el mismo que usaba para guardar los pollos y gallinas muertos que recogía en los basureros de los pueblos por los que pasaba, disputándose estos manjares con gatos y perros.

¿Por qué este demente, que siempre se vio apacible, reaccionó así cuando se le acercó el niño? Algunas personas relataron que vieron a jóvenes y adultos molestar a La Gevena antes de que llegara al colmado. Éste entonces tomó la piedra para lanzársela, pero no lo hizo y la llevó al colmado. En eso se le acercó el niño y al parecer lo confundió con quienes lo fastidiaban.

Roberto, un niño intranquilo y juguetón, yacía tirado en la acera sangrando debido al fuerte golpe que recibió de La Gevena. En eso fue levantado por Eloy y llevado rápidamente, entre llantos, a una policlínica cercana. Allí el niño fue curado y recuperado, luego de lo cual, y un tiempo después, fue trasladado a la ciudad de Santo Domingo.

El padre de Roberto, un ex marinero convertido en exitoso empresario, llamado Fernando, y quien era oriundo de Baní, se llevó a Roberto junto a su hermano Dany a Puerto Rico. Allí éste se le escapó y fue a parar él solo a Nueva York.

Todas las travesuras que realizó Roberto, las andanzas de su adolescencia le eran perdonadas porque todo se le atribuía a ese golpe contuso que recibió de La Gevena y que lo dejó perturbado.

En la gran urbe Don Roque encontró una parejita, una joven imberbe igual que él, y comenzó a pasar vicisitudes por las calles de esta gran ciudad. Desesperado por las penurias, llamó a su padre en Puerto Rico para que le enviara una ayuda económica.

Fernando, atribulado por estas noticias nada halagüeñas que recibió de su hijo desde Nueva York, le pidió que fuera a donde un viejo amigo, un compadre, que vivía en la ciudad estadounidense, para que le ayudara. Él vio esa recomendación como su tabla de salvación frente a su inestable situación.

Tu padre es mi hermano

El jovenzuelo acudió a la dirección del amigo de su padre. Allí, cuando él se identificó en la entrada del edificio como hijo de Fernando, se le ordenó subir. Dos hombres fortachones y de aspectos latinos, y armados con metralletas cortas, los recibieron y llevaron hasta donde se encontraba Joselo Salazar, conocido en su entorno como El Machaca.

El Machaca, recostado en un amplio sillón y con una mesita adornada de distintos tipos de drogas, recibió a Roberto pistola en mano. Se paró del sillón y acudió a donde el muchacho, a quien abrazó fuertemente expresándole:

– “Tú eres hijo del hombre que yo más he querido, ese es mi hermano, mi compadre ¿Y cómo está él?

– “Fernando está bien, dedicado a sus negocios en Puerto Rico”, contestó Roberto con voz entrecortada. Las piernas le temblaban, no esperaba encontrar este panorama tan extraño y adverso en la casa del amigo de su padre. Por lo que se veía El Machaca no andaba en nada bueno. Además de los dos hombres que escoltaron a Roberto ante él, allí había otros cuatro también bien armados.

“Tiro al blanco” dentro de la casa

“No tengas miedo muchacho, tú estás seguro aquí; yo no dejaría que le pase nada a un hijo de mi compadre”, dijo El Machaca, visiblemente afectado por alucinógenos. Luego de una larga perorata sobre la hermandad que tuvieron él y Fernando durante sus tiempos de marinos en Santo Domingo, Salazar deplora que no haya vuelto a ver a su viejo amigo. Invitó entonces al jovencito a consumir a su antojo todo lo que había en la mesita del sillón.

Roberto, casi automáticamente, rechazó la solicitud, no quiso consumir las sustancias y explicó que tenía que pasar a buscar a su pareja.  Manifestó que solo había llegado allí por recomendación de su padre para que lo ayudaran. El Machaca le dijo que no solo lo iba a ayudar, sino que, además, podía ponerlo, si así lo deseaba, a trabajar en el negocio para que ganara mucho dinero.      

Roberto hizo mutis, y todavía nervioso, escuchó todas las cosas que le decía este hombre. En un momento éste invitó al muchacho a pasar a un área del edificio que El Machaca tenía para practicar tiro al blanco. Allí descargó ráfagas de metralleta y de pistola, invitando a Roberto a que también hiciera lo mismo para que así fuese aprendiendo.

Después de esto, Roberto expresó su deseo de marcharse. El Machaca, tras abrazarlo y pedirle que saludara a su compadre, le pasó un fajo de billetes en dólares.

-Toma ese dinerito, es para ti para que resuelva algunos problemas, ya tú sabes, estamos aquí a tus órdenes.

Raudo y temblando de miedo, Roberto salió a la avenida, pidió un taxi y se marchó del lugar. El Machaca todavía lo está esperando.

*El autor es periodista.

 

Emiliano Reyes
Emiliano Reyes
Periodista y Gestor de relaciones públicas

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