Lito Santana
Cuando usas el término "el peligro de salir las calles", de inmediato lo asocias al riesgo que te tomas cuando decides salir de tu casa y regresar a determinadas horas de la noche, con el temor de resultar asaltado y lastimado por la delincuencia que afecta y golpea las ciudades e incluso pueblos de menores dimensiones.
Una salvajada que no respeta si su víctima es una muchacha que usa un teléfono costoso, un joven agente de la policía o una sucursal bancaria.
Me refiero a la amenaza latente cuando sales a trabajar, a divertirte o a cumplir compromisos familiares y te desplazas en vehículo propio o rentado.
De lo que te estoy hablando es del terror que significa cruzar una intersección y ser prácticamente atropellado por vehículos de mayor tamaño. Ni hablar si es una patana o un remolque.
Te hablo del susto permanente por el acoso de los motoristas para los que no hay vías contrarias o luces rojas en los semáforos.
Te relato lo que se vive con los vendedores de cualquier tipo de mercancías en esos lugares y la imprudencia agresiva de los llamados limpia vidrios, que te convierten en objetivos obligatorios para ofertarte sus "servicios".
Te cuento de los temerarios choferes de las guaguas voladoras y su "brazos señalizantes", cuando van directos a ocupar tu carril.
Te estoy describiendo el drama que se vive cuando en medio de un tapón rozas otro vehículo y la enorme probabilidad de que su conductor esté armado.
De esa realidad les hablo hoy, situación que nos coloca como uno de los países de mayor riesgo para conducir y la exagerada cantidad de muertes asociadas al desplazarte en un vehículo.
Este es un gran desafío que deben enfrentar nuestras autoridades, pero no aparece en sus agendas con niveles aceptables de prioridad.
Ese es el tremendo riesgo de salir a las calles.
