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miércoles, octubre 15, 2025
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¿Saldrá premiado el Nobel de la Paz de María Corina Machado?

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Por Alfonso Tejeda 

Parecen sustentarse más en repetitivas consignas las reacciones provocadas por la decisión del Comité Noruego del Nobel, formado por cinco personas elegidas por el parlamento del país escandinavo y en quienes recae la responsabilidad de evaluar y seleccionar al Premio Nobel de la Paz, que este año fue entregado a María Corina Machado, opositora al régimen gubernamental que impera en Venezuela desde hace décadas y del cual ella misma ha sido víctima, por lo que se torna una tarea riesgosa intentar una aproximación para comprender el contexto en que se produce esta premiación.

De los cinco premios que otorgan las distintas academias (Física, Química, Literatura, Medicina y Paz),  el de la Paz,  a partir de 1901, es uno de los que más  controversias ha generado por las selecciones hechas, muchas de las cuales sugieren desconocer los criterios establecidos para premiar a los beneficiados: “la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.

Una revisión del accionar de los premiados revela que la mayoría han sido desconocedores de esos objetivos, desde el poder que ostentaban cuando recibieron el galardón: Barack Obama, presidente de Estados Unidos en 2009; Theodore Roosevelt, presidente de Estados Unidos (1906); Henry Kissinger, secretario de Estado estadounidense (1973) y  Le Duc Tho, líder el partido Comunista de Vietnam (y único en rechazar la nominación), entre otros, siendo María Corina Machado y Aung San Suu Kyi, líder opositora de Birmania (1991), dos de las “sin poder” a la hora de la premiación.

Descartando la búsqueda de más coincidencias entre estas mujeres y su accionar para recibir el premio, pretendo centrar mi atención en el hecho de que la opositora al régimen chavista, desde la clandestinidad a la que está “obligada” a vivir en su país, espera que contribuya a modificar “la correlación de fuerzas”, expresión cotidiana en el argot de sus impugnadores, por lo que  la  apabullan con  insultos y descalificaciones a decibeles ensordecedores, gritería que contrasta con el silencio que se siente en Venezuela, donde ni sus parciales han podido celebrar ni las autoridades se han referido al acontecimiento.

Cierto es que la premiada está muy distante de ser “la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”, pero sí ha concitado desde su accionar político que presidentes como Lula da Silva, de Brasil, y Petro, de Colombia (por citar a defensores de la tendencia de izquierda),  que la han acompañado en su cuestionamiento a los resultados electorales últimos de Venezuela, fuente de ese muy arraigado resquemor que les dispensan quienes cuestionan su galardón. 

La fórmula recurrente a repetir el mismo patrón de “análisis”, manifiesto en consignas y señalamientos personales, puede que esté privando a los impugnadores de ver la historia del premio Nobel de la Paz como una expresión política de un momento en que los objetivos del mismo, más que inamovibles, también pueden ser un desafío de interpretación que ayude a destrabar el presente para hacer más llevadero el futuro en el que se alcance la paz, o una convivencia convenida entre el pueblo venezolano.

 

 

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