Lito Santana
Cuando ya la población haitiana está al borde del abismo, desesperada por la ola de violencia, el incremento de la maldad de las bandas e impotente por lo inútil de sus autoridades, llega una avanzada desde la lejana África, con la intención de explorar y ver la magnitud de esa desgracia que vive Haití.
Se trata de 20 expertos en tácticas militares y policiales, que estarían haciendo un levantamiento y aquilatar la envergadura del problema a que se enfrentan.
Ellos han calculado que con el envío de mil policías a esta vecina nación podrían abrir una ventana para que miles de soldados lleguen a ese país, para tratar de imponer el orden.
Esa debía ser su idea, y como supone mucha gente, los kenianos serían la carta que juegan las grandes potencias, como Estados Unidos, Francia y Canadá, para de manera solapada controlar la situación.
En realidad, muy pocas personas a estas alturas, simpatizan con la intervención de un país. Más quienes han vivido estos episodios, que vienen acompañados de violencia, sangre y opresión.
Pero el drama de Haití, aportando decenas de muertes cada día, cada semana, cada mes y la falta de una solución democrática a su problema, la intervención militar o policial extranjera, podría ser el primer paso hacia la tan deseada estabilidad.
Lo ideal sería que los haitianos se entendieran entre sí y generen una solución pacífica a su cuadro violento, pero esa salida es solo un sueño, pues ahí nadie cree en nadie y las muertes solo la aportan los más empobrecidos, sean provenientes de las bandas o de la población indefensa, que no cuenta con herramientas para preservar sus vidas.
A lo más que pueden aspirar quienes anhelan en Haití la llegada masiva de tropas es que la situación se estabilice y que, en un tiempo prudente se puedan organizar elecciones e instalar un gobierno de transición, hacia la paz verdadera.
Esto para los haitianos parece un sueño, pero lo último que se pierde es la esperanza.