Por Alfonso Tejada
En la literatura universal hay un puñado de novelas —El Quijote, Moby Dick, Cien años de soledad— cuyas primeras líneas les abren la puerta a la trascendencia, tal como sucede con Conversación en La Catedral, desde que Santiago Zavala formula la pregunta capital: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La parafraseo aquí, en un intento de indagar en qué momento la hostil intolerancia comenzó a joder al país.
Categorizando hechos, el bestial “Corte” —la matanza de haitianos auspiciada por el dictador Trujillo en 1937— aún carece de cifras precisas sobre el número de víctimas, incluyendo dominicanos que, por ser “prietos” —señal identitaria nuestra—, fueron asesinados en zonas cercanas a la frontera. Esta acción incorporó la discriminación como variable de dominio del poder en el país.
La perversa, abusiva, ilegítima y deshumanizante sentencia 168-13, dictada por el Tribunal Constitucional, despojó de la nacionalidad dominicana a miles de descendientes de haitianos nacidos en el país después de 1929, dejándolos en el desamparo legal, con consecuencias económicas, emocionales y cotidianas. A ellos, el recién fallecido autor de la novela referida, Mario Vargas Llosa, llamó “los parias del Caribe”, en una situación que conecta moral y civilmente con la matanza de 1937.
Esa inmoralidad se intentó subsanar con la Ley 169-14, un artificio contingente que, once años después, zozobra entre el discrimen, la burocracia y la falta de voluntad política para dotar a los afectados de algún documento que les permita desarrollar sus actividades con un mínimo de tranquilidad y gestionar sus vidas con la seguridad que brinda una identificación válida: resucitarlos de la muerte civil.
Ese fatal recorrido sustentado en la discriminación hacia los haitianos contrasta con la desbordante e intensa manifestación de solidaridad, apoyo y conmiseración del pueblo dominicano ante la tragedia suscitada en la discoteca Jet Set. Una tragedia que, por un momento, borró todo atisbo de miseria humana, pero que, tan solo una semana después, quedó sepultada bajo los prejuicios raciales, la xenofobia y la ignorancia que aquejan a un amplio segmento de la población.
Así, el lunes 21 de abril conmovió que desde el Gobierno central se implantara la inhumana disposición de convertir los hospitales públicos en un cerco para apresar a parturientas haitianas indocumentadas y deportarlas violentamente, alegando que estos procedimientos generan gastos que supuestamente “desangran” el presupuesto del sector salud y contaminan el sistema sanitario dominicano.
Casi en paralelo, destacó también la ilegal y peligrosa incursión violenta de la denominada Antigua Orden Dominicana, que, prevalida de la hasta ahora indiferencia de las autoridades, impuso su determinación para impedir que descendientes de haitianos nacidos en el país reclamaran la continuidad de la Ley 169-14, y agredió a manifestantes que conmemoraban el 60 aniversario de la invasión estadounidense, bajo el alegato de que participaban haitianos.
Es cierto que en la historia del país se registran hechos y confrontaciones radicales, pero sorprende que, en momentos en que el Estado es dirigido por un partido que se proclama heredero del pensamiento de José Francisco Peña Gómez, grupos como la Antigua Orden actúen como lo hiciera durante la era balaguerista la denominada Banda Colorá, que desde la intransigencia sembró muerte, luto y dolor.
Da pena y verguenza que esa famosa orden de cabra sin letra que no sabe de historia patria para leer que Jeak Viu intelectual haitiano murió en esa gesta por la patria dom.
Excelente artículo, que coloca el dedo sobre llaga.