Aunque nadie se lo imaginaba, doña Zoila sabía que ese día iba a parir. Entre sus vecinos y comadres había hecho una apuesta de que antes de finalizar el mes de julio alumbraba. Doña Zoila hizo sus propios cálculos, lo que le permitía exhibir una seguridad de que pariría en el mes de julio, lo que generó ese debate entre sus más cercanos.
Ella recuerda ese sábado 31 de julio como si fuera hoy.
El primero que llegó temprano a su casita, como de costumbre, a beberse su cafecito fue su compadre Lino, que tras sentarse y esperar su taza del “aromático negrito”, le comentó entre sonrisas a la doña, que al parecer iba a perder la apuesta.
Y es que Zoila, como cualquier otro día de su vida, se levantó a la seis de la mañana y en lo que subía el café, comenzó a barrer el patio que siempre debía estar impecable.
Esa parte de la casa era como el centro de encuentro de unos diez agricultores, que antes de irse a sus conucos pasaban por ahí a disfrutar el café que ella preparaba con todo el amor del mundo.
Naturalmente, el primero que lo disfrutaba era su marido Conrado, que no salía del lugar sin ese “aliento mañanero”.
¿Usted cree compadre Conrado, que la comadre pare en julio? Ya estamos a 31 y mire como ella sigue afanando, insistía Lino ante la mirada observadora de Conrado, que de inmediato fijó sus ojos en la “enorme panza” de su mujer.
Quien le contestó a Lino fue Zoila, que sólo atinó a decirle: “no se preocupe compadre, que el día apena está comenzando”.
Tras soltar la escoba, doña Zoila se puso por delante una batea de guandules verdes en sus cáscaras y comenzó a desgranarlos. Se había propuesto guisarlos con arroz blanco y gallinas criollas.
Ella no se explica por qué, pero ese sábado los agricultores que la visitaban siempre, no se fueron a trabajar y optaron por sacar a la enramada una vieja mesa de jugar dominó y comenzaron a mover las fichas, mientras ella seguía en su aparente rutina.
Debían ser como las once de la mañana cuando el guiso de la gallina ya empezaba a oler y los guandules, que estaban fresquecitos, se ablandaban rápidamente.
No se lo comentó a nadie, pero cuando estaba limpiando el arroz, doña Zoila sintió una pasadita en su bajo vientre y se dijo: “bueno, yo creo que está llegando la hora”.
Salió a la enramada y le pidió a su compadre Lino que le fuese a buscar a su comadre Minerva, que vivía a dos casas de ella.
Sin imaginarse nada, Lino cumplió con el mandado y cuando Minerva llegó, ambas entraron a la casita y ella le comentó la situación.
De inmediato se pusieron de acuerdo, y Minerva salió a buscar a Susana, que, aunque no era partera, tenía muchas habilidades para manejar esos casos.
Desde que Susana llegó y le vio el barrigón mandó a buscar a Hortensia, que era la “comadrona oficial” del pueblecito y en lo que ella venía, puso a calentar un poco de agua en uno de los fogones.
Mientras tanto, y “quitados de bulla”, los vecinos y compadres seguían jugando dominó en la enramada.
Desde que Hortensia llegó, nada más hizo entrar a la pequeña habitación de doña Zoila, para recostarla y ponerla en posición de parto.
En menos de tres minutos, ya tenía a la niña en sus brazos. Fue el primer grito de la bebé recién nacida que alertó a Conrado y sus amigos que ese sábado se lo habían cogido para jugar.
“Compadre, ¿usted no oyó un grito como de un niño?, preguntó uno de los jugadores a Conrado, que rápidamente le contestó: “por aquí no hay muchachitos pequeños”.
“Usted lo dijo bien, no había, pero ya hay”, respondió Minerva mientras le mostraba la nueva criatura que había nacido unos segundos antes.
“Ay Dios mío”, exclamó Lino para afirmar: “pero fue que mi comadre parió cocinando”, provocando una gran alegría entre los presentes.
La noticia corrió entre vecinos, y además de que Zoila ganó la apuesta de que daba a luz en julio, ese día fue tan bendito y festivo que a la niña le pusieron por nombre María Altagracia.