miércoles, abril 24, 2024

Notas simples sobre la táctica política revolucionaria

La táctica política constituye un conjunto de orientaciones y acciones que caracterizan la práctica de una fuerza política durante un período corto, por lo general, y que está influida por una cambiante situación de flujo o reflujo, es decir, de ascenso o descenso de la lucha de clases en un momento determinado.

 Toma muy en cuenta la correlación de las partes enfrentadas, y a la vez es dinámica en la misma medida en que cambia la realidad objetiva y subjetiva. Por lo tanto, la táctica siempre debe formularse a partir de cada situación concreta y particular, al tiempo que tiene que establecer con suficiente claridad los métodos y formas de lucha específicos a impulsar; así como los objetivos que nos proponemos alcanzar.

 Es competencia de la táctica, además, precisar las formas organizativas y los instrumentos necesarios para aplicar adecuada y exitosamente las orientaciones definidas. Y toda táctica política correctamente concebida, tiene que estar orientada en la dirección de avanzar hacia los objetivos estratégicos; claro, sin confundirla en ningún caso, con la estrategia política, pues la táctica se refiere a la política a implementar en cada situación y lucha particulares, mientras que la estrategia está referida a las cuestiones generales de mayor alcance, profundidad y de más largo plazo de un proceso revolucionario. 

En ese sentido, la táctica procura unir a la mayor cantidad de fuerzas, actores y sectores posibles para enfrentar y derrotar al blanco principal del momento, pudiendo incluir en esta unidad, a algunos que no son propiamente revolucionarios. Ejemplos de lo anterior, fueron las alianzas tácticas en la Guerra de Abril de 1965 contra la intervención yanqui, la que se produjo contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y las alianzas que se han estado produciendo en América Latina entre fuerzas democráticas y de avanzada con organizaciones liberales e incluso conservadoras, para enfrentar a los partidos representantes de la dominación imperialista y del modelo neoliberal a través de la lucha de masas y los procesos electorales.

 Por eso, debemos entender que la táctica revolucionaria puede y debe aprovechar las fisuras y divisiones en el seno de las clases dominantes en una coyuntura específica, no para ponernos a la cola de un sector de las mismas, sino para atraer hacia una gran unidad bajo la dirección del movimiento democrático y revolucionario a sectores, organizaciones y gente en particular, que sin ser propiamente revolucionarios, pueden y deben ser parte del contingente que, unido, enfrente en un momento dado al enemigo principal empleando métodos de lucha comunes y actúe en procura de ejecutar un programa político de reformas y transformaciones definido de común acuerdo. 

Si determinadas organizaciones, partidos, movimientos políticos y personas (exceptuando narcotraficantes, traidores a la patria, torturadores, asesinos, corruptos, feminicidas, ecocidas y xenófobos) tienen una lectura común frente a una situación política, económica y social y al mismo tiempo establecen métodos, blancos de ataque, aliados y objetivos concretos a lograr, tienen las condiciones fundamentales para arribar a determinados acuerdos tácticos, aunque no coincidan respecto a sus grandes objetivos estratégicos. Porque un acuerdo táctico no tiene que partir de coincidencias estratégicas o de tipo ideológico. 

En otro aspecto, hay que entender, que una política táctica correcta, (que en todo caso debe ser elaborada posterior a un análisis y a un conocimiento de la realidad nacional y de los aspectos más relevantes de la situación internacional y de sus perspectivas) tiene que integrar a las masas populares a las luchas en los más diversos escenarios posibles, contribuir a que estas se unan y eleven sus niveles de conciencia, siempre enfocadas en la construcción y la toma del poder político; pues de lo contrario, todas las luchas quedarían en el marco del socialreformismo, que nunca llega más allá de conquistar algunas migajas en el marco del viejo orden de explotación. La táctica de las fuerzas democráticas y revolucionarias, requiere orientar, además, para que las masas se organicen, se coordinen y se eduquen, no en frío, sino para que en el fragor mismo de su resistencia puedan conocer quiénes son sus verdaderos amigos, a los vacilantes, colaboracionistas y al mismo tiempo, conocer, cuáles son sus verdaderos enemigos de clase. 

A la política táctica le corresponde definir las tareas más importantes de cada momento, tanto de las organizaciones revolucionarias, como las del movimiento de masas. En esto nunca debe haber confusión alguna e incluso hay que establecer con suficiente claridad, la cuestión relativa a la tarea central que corresponde a cada momento y cuales las tareas y acciones secundarias; así, como qué consigna política es la que mejor sintetiza nuestras políticas y la que mayormente se conecta con las aspiraciones de las mayorías. 

No entender las cuestiones a las que debe responder la táctica política revolucionaria en cada coyuntura, es lo mismo que estar haciendo política en base al activismo empírico y la improvisación, carentes de toda perspectiva de victoria y de vocación de poder político. 

Sugiero, muy modestamente, que hagamos los mayores esfuerzos posibles por conocer las tácticas políticas que guiaron victoriosamente los procesos revolucionarios de los distintos pueblos explotados y de las naciones oprimidas en los distintos momentos de la historia de la humanidad; no para copiarlos, sino para aprender de ellos de manera creadora, sin dogmatismo de ningún tipo y sin extrapolaciones arbitrarias. 

En materia de táctica política, tenemos que atrevernos a introducir serias y profundas rectificaciones. Esto es enteramente posible y necesario.

Francis Santana
Francis Santana
Amauris Santana es un comunicador social con vínculos en el movimiento popular en busca de un mejor País.

1 COMENTARIO

  1. Gracias Juan, muy válidas orientaciones. Entiendo: la propuesta en pro de unidad respondería a una táctica necesaria con el riesgo de que líderes, movimientos y partidos se resistan a continuar un proceso sin que, necesariamente se consideren traidores y enemigos.

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