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jueves, junio 12, 2025
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No tenía permiso

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Miguel J. Escala

El tema de las “señales” que hemos tratado en los dos últimos artículos sigue generando reflexiones entre los lectores. Quiero destacar el valioso aporte del Dr. Roberto Figueredo, hijo de un primo fallecido, quien subraya la importancia del examen clínico:

“Comparto los criterios que expones en tu artículo. Como médico, siempre insisto en la relevancia del método clínico, donde escuchar atentamente al paciente y atender los ‘síntomas de alerta’ es fundamental. Realizar un examen físico minucioso nos permite orientar adecuadamente el diagnóstico, que luego puede confirmarse —o no— con estudios complementarios, muchas veces costosos e innecesarios. En esta etapa de la vida, entender los cambios propios y significativos de nuestro cuerpo nos ayuda a mantener un estilo de vida más saludable.”

Las señales, en ocasiones, son una guía útil y orientadora; otras veces, confunden y desorientan tanto al paciente como al médico que las interpreta.

Recientemente, despedimos al Dr. Julio Sánchez, amigo por 61 años, cuyo final de su historia está marcada por una de estas señales.  Según entendí, todo comenzó con un dolor en las costillas que derivó en una serie de exámenes clínicos, analíticas e imágenes que, con el tiempo, se volvieron más complejos y más reveladores. En menos de dos meses, desde la aparición de esa señal inicial, Julio falleció.

Mi abuelo solía decir que algunas personas "no tienen permiso para morir". Julio era una de ellas. Yo le llevaba tres años y ocho meses, y su partida fue demasiado rápida, antes de tiempo. Quedó interrumpida una trayectoria prevista hasta 2027 como rector del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Y una participación en un panel que luego explico; entre otras cosas.

Que conste que pocos saben que no permití que Julio se fuera antes de tiempo porque intervine hace unos cuantos años.  Nos encontramos para conversar sobre su posible incorporación en INTEC como vicerrector de la recién creada Vicerrectoría de Investigación y Vinculación. Durante esa reunión-almuerzo, Julio pidió un plato de carne. En un momento, un pedazo de carne se le fue por el “camino viejo” y comenzó a toser y a experimentar dificultades para respirar. Se le había atorado el pedazo de carne, y su rostro comenzó a tornarse morado. Estaba claramente atragantado.

Dr. Roberto Figueredo

De inmediato comprendí que era necesario aplicar presión abdominal para liberar el bloqueo. Primero le sugerí que se apoyara contra una silla y empujara con fuerza hacia arriba. Sin embargo, en cuestión de segundos, me di cuenta de que no estaba entendiendo lo que debía hacer y que su vida corría peligro por la obstrucción respiratoria.

Recordé la maniobra de Heimlich, que había revisado recientemente, y decidí actuar. Me posicioné detrás de él, rodeé su abdomen con mis brazos, y apliqué dos o tres empujones rápidos hacia arriba. Finalmente, logró expulsar el trozo de carne y comenzó a respirar con normalidad.

Al cabo de unos minutos, Julio fue al baño a enjuagarse la boca. Al regresar, retomamos la conversación como si nada hubiera pasado. Continuó comiendo su carne y dialogando sobre los planes para INTEC.

No podía permitir que partiera en esas circunstancias, no solo porque no quería enfrentar la difícil tarea de comunicar su fallecimiento a su esposa e hijo, sino también porque veía en él un excelente candidato para liderar esta nueva etapa en la universidad.

Julio no tenía permiso para irse, ni para dejar de ser vicerrector, el cargo que lo reintegró a la gestión universitaria y marcó el inicio de su ascenso a rector. Primero lideró el Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (ISFODOSU) y, posteriormente, el INTEC.

Con toda humildad, me siento profundamente orgulloso de aquella decisión de aplicar la maniobra de Heimlich y evitar su partida prematura. No puedo imaginar lo que habrían sido INTEC e ISFODOSU sin su liderazgo y dedicación. Siempre nos reíamos de aquel incidente, burlándonos de las posiciones en que me vi obligado a ponerme para salvarle la vida.

Ese Julio, brillante y trabajador, era el mismo que conocí cuando él cursaba séptimo grado y yo segundo de bachillerato. Ambos éramos “aspirantes” en el Aspirantado de los Hermanos de La Salle, ubicado en los terrenos del Colegio de La Salle de Santiago de los Caballeros. Julio permaneció allí solo un año, y luego de la Revolución de Abril, regresó a vivir con sus padres, Don Saturnino y Doña Zoila, en Santo Domingo.

En 1970, se graduó  en el Colegio Dominicano de La Salle, donde yo había comenzado a enseñar un año antes. Nos reencontramos entonces, y fui testigo de cómo ganó las elecciones estudiantiles, las primeras (y últimas) en realizarse en el colegio.

Con el tiempo, volvimos a encontrarnos en la carrera de Psicología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Julio avanzaba con cierta lentitud debido a sus compromisos políticos de la época. Poco después de graduarme, tuve la oportunidad de ser su profesor, lo que me permitió descubrir su enorme capacidad como interactuante, en una dinámica donde ambos aprendíamos.

Pedir un trabajo de tres páginas y recibir un “tratado” de diez, era algo típico de Julio. Eso me obligaba a dedicar más tiempo para leer y analizar lo que escribía, pero al mismo tiempo se convertía en una oportunidad valiosa para aprender de su profundidad y rigor.

En 1976, fue fundamental como coautor del artículo que comentamos en este espacio sobre la socio-psicología y la tercera edad. En 1977, escribimos otro texto juntos, en el cual Julio asumió la responsabilidad de las partes más teóricas. Ese artículo, presentado en el Primer Simposio de Psicología Educativa, captó la atención del invitado especial, Rubén Ardila, quien decidió incluirlo en la Revista Latinoamericana de Psicología bajo el título: “Análisis Conductual Aplicado a la Educación: ¿Liberación o Domesticación?”  Posteriormente lo publicó Ciencia y Sociedad.  Según ResearchGate, el artículo sigue siendo descargado en diversos países de América Latina, probablemente para discusiones en clases o investigaciones académicas.

Si hace varios años le salvé la vida con dos empujones abdominales, recientemente quise animarlo hablando de la gestión por "empujoncitos". Déjenme explicarme. Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein escribieron en 2008 el libro Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness. Ambos son destacados en el campo de la economía del comportamiento, y Thaler recibió el Premio Nobel de Economía en 2017 por sus contribuciones a la comprensión de cómo las limitaciones cognitivas, las preferencias sociales y la falta de autocontrol afectan la toma de decisiones económicas.

Este libro popularizó el concepto de "nudge" (el empujón o empujoncito), que se refiere a “intervenciones sutiles en el diseño de entornos que influyen en las decisiones de las personas de manera que beneficien su bienestar sin restringir su libertad de elección”.

De ese concepto y de la idea de "gestión por empujoncitos" hablé con Julio. También compartí mi interés en moderar un panel donde el Dr. Rolando Guzmán abordara, desde el punto de vista económico, y Julio, desde una perspectiva psicológica y conductual, lo propuesto por Thaler y Sunstein. Lamentablemente, su ausencia dejó incompleto el panel. Estoy convencido de que habría sido una experiencia enriquecedora, tanto para los asistentes como para mí.  Una cortesía de rectores de INTEC, quienes siempre buscan introducir conceptos innovadores para mejorar la gestión y el liderazgo en los ámbitos público y privado.

Los "empujoncitos" no lograron detener el desenlace, aunque al menos fueron una estrategia para invitarlo a pensar más allá de sus molestias y dolores. Esa sonrisa que se dibujó en sus débiles labios es mi pequeño consuelo.

Julio, como Francisco y Mujica, fue un hombre de esperanza, alguien que encarnó el ideal del ser inteciano. En una entrevista lo definió de esta manera: 

"Un inteciano es un ciudadano que, en su ejercicio profesional y en su vida en general, busca la integridad y aportar a la transformación del país para su desarrollo sostenible en beneficio de toda su población, sin exclusión. Destacaría tres condiciones: íntegro, competente y con profunda vocación de servicio social.”

Añadimos: hombres y mujeres llenos de esperanza que comprenden el papel de los “empujoncitos”.  Y los que le faltaron.  Se nos fue un inteciano favorito sin permiso.  Que su ejemplo y dedicación nos motiven a seguir con lo que fue su gran compromiso.  

Miguel J. Escala
Miguel J. Escala
Miguel J. Escala Es educador desde 1969. Estudió Psicología y Educación Superior.

3 COMENTARIOS

  1. Un homenaje y una lección para todos:
    Este conmovedor artículo de Miguel Escala no solo honra la vida y el legado de Julio Sánchez, sino que también destaca con fuerza una lección vital: el valor incalculable de saber primeros auxilios. La anécdota de la maniobra de Heimlich no es solo una historia personal, es un recordatorio poderoso de cómo, en un instante crítico, el conocimiento oportuno puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Al rendir homenaje a un amigo entrañable y líder excepcional, el Miguel también subraya que salvar una vida no siempre requiere tecnología avanzada, sino estar presente, actuar con decisión y tener la preparación básica necesaria. Un testimonio profundamente humano y una invitación a todos a formarse para estar listos cuando más importa.

  2. Waaaooo, Miguel, excelente como siempre. Con la anécdota de la reunión/almuerzo con nuestro querido e inolvidable Julio, recreaste aquella tarde cuando regresaste del almuerzo y me contaste con preocupación lo sucedido, pero con la jocosidad de lo ocurrido para "desatorarlo". Me entristece profundamente la partida de nuestro Julio y tal como comentas, "…se nos fue sin permiso.". EPD

  3. Una gran pérdida para la sociedad dominicana, especialmente la parte educativa. Gracias, doctor Escala por compartir sus experiencias con don Julio y arrojar luz académica sobre los "empujones" y su impacto.
    Saluuudo

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