Por Rafael Céspedes Morillo
Lloviznaba como hacía días. Mayo siempre venía fresco, a veces demasiado fresco, con una incesante llovizna que parecía la misma, como si no se fuera, como queriendo bautizar a los tempraneros, a esos que se trasladaban al conuco para hacer parir la tierra.
Eran aquellos que, día a día, no se detenían por unas pequeñas gotas de agua fresca, aunque fueran constantes.
Algunos creían que el cielo pasaba el día llorando por los malos comportamientos; otros, que lo hacía para apaciguar el calor del trabajo duro, y no faltaban quienes atribuían la lluvia a los rezos de tantos.
Caminar entre los charcos de agua que se formaban en los estrechos caminos, saltando de un lado a otro, hacía que el trayecto pareciera más largo. No se podía seguir en línea recta: había espacios donde un pequeño margen de error al pisar podía hacerte rodar ladera abajo sin saber dónde ni cuándo ibas a poder parar.
Algunos ya habían tenido esa experiencia, y, a decir verdad, no era agradable. "Es mejor llegar tarde, pero sano, y no rápido, pero adolorido", pensaban casi todos. Por eso, incluso en distancias cortas, la llegada solía demorarse.
Isaías, Paquito, Pancho y Fidel, los compadres que siempre se comunicaban y ayudaban, eran en la práctica los cuatro, en vez de los tres, mosqueteros: "todos para uno y uno para todos".
Se hacían notar porque sus relaciones eran indestructibles, a prueba de "balas". Nadie podía contar historias que dañaran su unión. Esto era notable, pese a tener temperamentos muy distintos entre sí. Quizás era esa diferencia lo que los unía: siendo diferentes, eran solidarios, colaboradores y serviciales con todos y en todo.
Cuando estaban juntos, se hacían compañía; cuando estaban separados, se extrañaban. Para evitar eso, crearon "la noche de las exaltaciones". En esas reuniones compartían regularmente alguna bebida preseleccionada, como jengibre, chocolate o jugo tropical hecho en casa por quien le tocara el turno.
Siempre variaban el lugar de reunión. ¡Claro! Cada uno de esos encuentros iba acompañado de una partida de dominó, donde probaban "quién es quién".
Apostaban días de trabajo o cosas similares. Tampoco podían faltar los cánticos: a veces con tintes deportivos, otras, aunque indirectamente, con matices políticos.
Una de las canciones que más disfrutaban cantar era aquella titulada "Jornalero". Isaías, que tenía muy buena voz, acompañado de los acordes de Fidel, entonaba bien y así se escuchaba:
“Siempre le ganas al sol
En tu actuar tempranero.
En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero.
En verdad eres un crisol,
aunque te llamen jornalero.
Antes del alba llegar,
Tú haces parir la tierra,
Para así alimentar,
En vez de hacer la guerra.
En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero.
Con las lágrimas de tu piel
Es que abonas los surcos.
No es sudor, debe ser miel,
Por la dulzura de sus frutos.
En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero. Continuará…