lunes, mayo 6, 2024

La violencia intrafamiliar  -17-

Por Federico Pinales

Nadie en su sano juicio puede pensar que, en un matrimonio integrado por periodistas profesionales y maestros, pueda haber conflictos o violencia intrafamiliar, provocados por mentiras, engaños, adiciones, infidelidades y otros tipos de delincuencia, debido a que se supone que uno y otro están llamados a ser ejemplos para sus hijos y la sociedad en general.

Guiado por esa creencia equivocada, llegué a firmarles actas matrimoniales, obviamente en épocas diferentes, a dos maestras brillantes, sumamente inteligentes, con tres carreras universitarias cada una. 

La primera con licenciaturas en educación y enfermería y la segunda con tres maestrías también en diferentes disciplinas como educación, turismo de cruceros y tecnología.

Aunque una era mayor que la otra, una nacida en la República Dominicana y la otra en la Habana, Cuba, ambas tenían muchas cosas en común que me atrajeron y me hicieron pensar que me estaba uniendo a las personas correctas.

Entre las tantas cosas buenas que tenían y que me indujeron a proponerles matrimonio resaltaban sus delicadezas, sus dulzuras, sus capacidades de trabajo, sus apegos a muchas normas de conductas que compartíamos. Eran buenas bailadoras y amantes, además de buenas hijas y excelentes madres, tan protectoras que entregaron a la sociedad cuatro delincuentes y el único que no era delincuente nunca se casó. Era tan adicto al cigarrillo, el alcohol y las drogas que en un año tiró a la basura una herencia millonaria que le dejó su papá.

A propósito de su papá, ese es el hijo del segundo matrimonio, porque hasta en eso coincidían esas dos mujeres. Yo fui el tercer esposo formal de las dos.

¿Pero si eran tan buenas, por qué te divorciaste de la primera y lo intentaste con la segunda? Se pregunta usted que me está leyendo.

Pues aquí la respuesta.

Se dice que no hay cosa tan buena que no tenga algo malo y viceversa.

Así como coincidían en lo bueno, también en lo malo.

Pues las dos también eran emprendedoras y les gustaban los negocios, y yo las apoyaba y las respaldaba con dinero y con trabajo, pero a ambas las sorprendí jugándome sucio.

Les perdí la confianza en todos los sentidos, y empecé a sacarles los pies para protegerme y no quedar en la calle junto a mi dos hijas, con cuya madre me había separado por razones de violencia doméstica, y yo no quería criar a mi dos niñas en un habiente tóxico y violento.

Las dos últimas esposas no ejercían la violencia física, pese a que una era karateca, pero sí hacían cosas peores que me lastimaban sentimentalmente y les perdía el amor que les deposité al inicio de las relaciones.

Ambas tenían sus hijos viviendo con nosotros, manteniéndolos de todo, hasta los vicios. Pagándoles los estudios en centros privados, mientras mis hijas estudiaban en escuelas públicas y no podían vivir con nosotros.

La primera tenía un solar con la zapata echada cuando le propuse matrimonio. Un mes después de fijar la fecha de la boda hizo una declaración jurada, indicando que la casa estaba terminada con techo de concreto.

Descubrí el fraude antes de cumplir un año de casados. Terminamos de construir la casa, pero con techo de zinc para poderle probar el engaño en el momento apropiado.

Después que la casa estaba terminada, hizo otro documento poniéndola a nombre de los dos hijos de sus dos matrimonios anteriores.

Ese último fraude lo descubrí dos años después de haber hecho el segundo documento.

Cuando lo encontré, se lo puse frente a su cara y le dije: esto para mí es peor que un cuerno, hasta aquí llegó lo nuestro. También le entregué otros documentos igualmente engañosos, con respecto a un colegio que creamos juntos.

Posteriormente, me montó una campaña de descrédito demoledora e intentó hacerme deportar de los Estados Unidos, llegando al colmo de denunciarme por la televisión, diciendo que yo “estaba condenado a dos años en Santo Domingo por no pagarle la manutención de los dos hijos que procreó con sus primeros maridos”.

Dos locutores se prestaron de instrumento para ella hizo la grave denuncia en mi contra, totalmente falsa. Para mala suerte de ella y ellos, ya yo era ciudadano americano, cuando esa denuncia salió al aire.

Dicen los dominicanos que el corazón de la auyama sólo lo conoce el cuchillo, y también dicen que no vaya a casa de nadie porque nadie sabe cómo vive nadie.

Eso quiere decir que hay muchos matrimonios que parecen felices, pero son puras pantallas, porque cada quién está haciendo lo suyo por su lado, público o escondido y todo se descubre cuando sale el tablazo.

En mi caso, tuve la suerte de salir de todos esos rollos antes que sonaran los tablazos, por precaución y porque soy alérgico a la violencia, y particularmente, en el seno de la familia.

 

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