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jueves, diciembre 12, 2024

“La policía los mata y dicen después que es culpa del gobierno…”

Por Emiliano Reyes Espejo

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– “…Dímele a nuestro periodista quién es que tiene aquí en la institución a esas personas”, dijo en tono parsimonioso, pero enfático el director del Instituto Dominicano de Seguros Sociales (IDSS) doctor Rafael Gautreau, mientras conversaba con su asistente en el despacho del organismo de seguridad social.

En una plática nada espontánea y adornada de convicciones, el doctor Gautreau mostró molestia por el tema y pidió a su eficiente asistente que me explicara. Estábamos nosotros tres, su asistente Claudio, el doctor Gautreau y yo. Los tiempos eran convulsos políticamente hablando.

Era la época entre los años 1988-1989 y ya se manifestaban los aprestos del presidente Joaquín Balaguer para perpetuarse en la presidencia de la República a contrapelo de sus innegables, visibles limitaciones físicas. A la par de este afán continuista, se enseñoreó en la sociedad, impuesta por políticas estratégicas extranjeras, la lucha anticomunista a través de la Banda Colorá que causó decenas de muertes de valiosos jóvenes que, rebosantes de sueños, militaban en la izquierda revolucionaria.

Este fenómeno político y social surgió como “un monstruo devorador inteligentemente incubado para fines macabros”. La creación de este adefesio –el denominado Frente Democrático Anticomunista y Antiterrorista (La Banda Colorá)- se le atribuyó a Enrique Pérez y Pérez, todopoderoso ex jefe del Ejército y entonces jefe de la Policía Nacional.

El espacio periodístico educacional Plan LEA del periódico Listín Diario reseñó que La Banda Colorá “fue un organismo represivo que persiguió a jóvenes estudiantes y opositores al régimen de Joaquín Balaguer”.

Este grupo parapolicial que operó en la capital y que ganó fama nacional e internacional, según LEA, fue creado en el país para combatir las organizaciones revolucionarias y de ideología comunista. Se trató de un símil de organizaciones auspiciadas por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que operaron en países de América del Sur y Centroamérica. “(Aquí) Fue creada por el ex mayor general Enrique Pérez y Pérez para romper huelgas”, aunque también de acuerdo a la citada reseña, “se encargaría luego de perseguir, reprimir, torturar y desaparecer jóvenes revolucionarios”.

Se cita el bochornoso caso del asesinato de cinco jóvenes del barrio 27 de febrero que pertenecían al club Héctor J. Díaz, los cuales, tras desaparecer, fueron encontrados muertos y mutilados. “Durante mucho tiempo, esta Banda estuvo también dirigida por Ramón Pérez Martínez (Macorís)”, confeso desertor de la izquierda revolucionaria.

“Macorís, en una entrevista que le hiciera la periodista Yolanda Martínez, primero pone en claro que su paso de la izquierda revolucionaria al extremo como cabeza del Frente Reeleccionista y Anticomunista (en ese tiempo, la “Banda colorada”) fue una respuesta a los golpes, traiciones y desengaños de compañeros que, tras los conflictos en torno ”al carácter de la revolución” y haberlo dejado prácticamente indefenso y en el aire, en un momento dado lo buscaban y perseguían por un lado, mientras la Policía lo hacía por el otro”.

En el Seguro Social no ocurría nada diferente a lo acontecido en otras instituciones públicas donde se vivió el asedio de miembros de esta Banda. Cuando el director o cualquier otro funcionario del Consejo del IDSS llegaban a la institución, eran rodeados por integrantes de estos grupos, que les creaban una especie de “anillo de seguridad” y los conducían de manera alborotada hasta sus oficinas, llegando estos incluso a entorpecer en ocasiones su desplazamiento. Obviamente, en el trayecto les solicitaban favores y hasta aportes económicos.

La protesta de pensionados

En una oportunidad un grupo de sindicalistas de la asociación de pensionados del seguro social realizaron una protesta en el frente de la sede del IDSS, ubicado en la calle Pepillo Salcedo número 22, frente al popular y desaparecido Hipódromo Perla Antillana. Como encargado de las Relaciones Públicas favorecí que se recibiera a una representación de los protestantes para escuchar su pliego de demandas, pero en un santiamén miembros de La Banda atraparon al secretario general del gremio, un señor que era minusválido, lo llevaron a una oficina y allí, a puerta cerrada, casi lo matan a golpes.

Me acerqué al doctor Gautreau y a su asistente para explicar que esas acciones bandoleras dañaron su excelente iniciativa de recuperación médico-científica y administrativa del organismo, a la vez que “tiraba al piso” los esfuerzos de la oficina de Relaciones Públicas –cuya dirección compartía con el licenciado Sergio Acevedo- para proyectar una vigorosa imagen institucional.

Sentí que se comprendió mi preocupación. No obstante, yo insistía. Los periódicos reseñaron cada vez con más frecuencia, los hechos que ocurrían en el entorno del edificio del Seguro, los cuales opacaban las realizaciones médico-científicas y de servicios que realizaba la institución.

Trasplantes de riñones

El IDSS había entrado en una hermosa etapa de recuperación, recuerdo con emoción los programas de cirugía de corazón abierto y de trasplantes de riñones, de incipiente desarrollo en el sector de la medicina pública y privada del país. También, se asumió el reto de enfrentar la epidemia de VIH-SIDA, se activaron las cirugías maxilofaciales, otorrino y de trasplantes de rótulas.

Se generó un inusitado ambiente médico-científico en el Hospital Salvador B. Gautier. Este centro recuperó el prestigio de sus mejores épocas. Los más excelsos especialistas médicos (cirujanos del corazón, trasplantes renales, maxilofaciales y de otras especialidades) encontraron allí su oportunidad para aplicar sus sabios conocimientos y se dieron cita en aquel pulmón de la ciencia médica y la salud en el país.

Los más beneficiados fueron los afiliados del Seguro Social que pudieron acudir a este centro a recibir sus tratamientos médicos especializados.

En este hospital que emergió de nuevo con la gerencia del doctor Gautreau en el IDSS, encontró cobijo el afamado cirujano dominicano-estadounidense Ahsley Baquero, quien junto a la doctora Hilda Lafontaine pusieron en marcha un extraordinario programa de trasplantes de riñones que ha contribuido hasta el sol de hoy a salvar la vida de muchos pacientes renales.

Antes de este programa el propio Baquero y otros médicos habían iniciado el trasplante renal en Santiago, sembraron allí la semilla. Pero fue en el hospital Gautier donde se implementó un programa formal y ha sido a partir de entonces que lo que se vio como una utopía se convirtió en una impronta tal, que hoy día los trasplantes de riñones son una realidad, con decenas de especialistas de este renglón dedicado a salvar vidas con estas intervenciones especializadas.

Algo parecido ocurrió con las cirugías de corazón abierto. En una oportunidad, el IDSS propició la visita al país de un cirujano cardiovascular de México que tenía una experiencia de miles de cirugías del corazón.

En una de las intervenciones en el Gautier de este galeno tuve el privilegio como periodista de presenciar un hecho que me resultó interesante. Éste inició una operación a un paciente y dejó que su asistente y varios cirujanos dominicanos siguieran el proceso. En tanto, él se fue a descansar a una sala que se había preparado especialmente para los cirujanos, en la que se instalaron cómodos muebles y les tenían “picaderas” de quesos, galleticas, vinos y agua para que éstos pudieran amortiguar el consumo de energía que implica una operación, más si se trata del corazón.

El cirujano cardiovascular mexicano conversaba animadamente, mientras hacía anécdotas entre risas en la sala de descanso.

En el ínterin se asomó un médico dominicano y le dijo que el paciente sangraba, él tranquilo le respondió que no había problemas, que su asistente resolvía eso. Vino otro médico y comunicó que seguía sangrando, pero él no le dio mayor importancia.

La tercera vez quien salió fue su asistente. –“Doctor, el paciente sigue sangrando, no hay forma de pararlo”.

Se paró raudo del sillón, soltó la copa de vino y expresó: -“Si esa no pudo resolver, el asunto es serio”, refiriéndose a la asistente.

Acudió al quirófano y casi cuarenta minutos después regresó “sudando como un potro”, y comentó:

-Por un poquito se nos va el paciente para el cielo, pero ya resolvimos, gracias a Dios”.

La opacidad que creaba La Banda Colorá no permitía que luciera como debió ser este tipo de acontecimiento trascendente de la ciencia médica en el hospital Gautier, por lo que insistí, algo temeroso, para que se redujera el accionar de estos personajes en el entorno del edificio del Seguro.

Días después de lo ocurrido con el minusválido dirigente de los pensionados, el director mandó a que me llamaran y me hicieran pasar a su despacho. Allí estaba él y su asistente. Desde que entré me dijeron que querían hablar conmigo, y sin mucho preámbulo, el doctor Gautreau espetó:

 -“Claudio, díle a Emiliano quién es que tiene estas personas ahí en los frentes del edificio, explícaselo”. El asistente del director se me acercó, tiró un brazo sobre mis hombros y con gesto amistoso, campechano, me pidió que nos sentáramos en un sillón de espera que había en el despacho e inició sus explicaciones.

-“Mira, yo sé que tú no lo vas a creer, pero ¿tú sabes quién tiene a esos hombres ahí? Claudio me miró fijamente a los ojos y expresó parsimonioso:

-A esos compatriotas los tiene ahí el presidente Balaguer, tú comprendes. No somos nosotros”. Me sumí en un fugaz silencio y Claudio continuó su ilustración.

-“Nosotros llevamos este problema ante el Señor Presidente y él nos pidió que los dejáramos ahí, que nos manejemos con la situación”.  

Y agregó que Balaguer le dijo:

“Dejen a esas personas ahí, si las quitan van para las calles  a realizar atracos, robos, y si la policía los mata en esos desmanes, dicen después que es culpa del gobierno…”.

Comprendí la situación y no volví a plantear más el tema de los miembros de La Banda Colorá. Me era indiferente.

Pero una semana después salí de la oficina a tomar “un poco de aire fresco” en el balcón del segundo nivel del edificio del IDSS. En eso se me acercó uno de los más activos miembros de La Banda, quizá de los más temidos, “El sombrerito”. Sin saludar siquiera, se pegó a mí y susurró al oído:

– “¿Tú te quieres matar conmigo aquí a puñaladas… ahora mismo?”-. En tanto me hizo el desafío, se acercó más estrechamente a mi cuerpo, de manera que sentí sin tapujos que me puyaba la cacha del filoso puñal que llevaba al cinto. Respiré hondo y como una cosa de Dios atiné a decirle:

-No, cómo así que nos vamos a matar, tú y yo somos hermanos y los hermanos no se matan entre sí”. Y a seguidas me ripostó: -Tú eres de los que le dice al doctor Gautreau que nos saque de aquí del Seguro, que nosotros molestamos, que somos una plaga….

Le juré que yo no era gente de eso. Todo lo contrario, había sugerido al director del Seguro que los nombrara para que ellos se ganaran sus pesitos y no tuvieran que estar "buscándosela", haciendo su diligencia con los funcionarios como se dice ahora.

En eso hábilmente me metí la mano en el bolsillo y saqué un dinero que tenía allí y se lo entregué. Miré a un sargento que cuidaba la puerta del salón del Consejo queriendo explicarle con los ojos que yo estaba enfrentando una situación difícil, pero él no entendió. –Te vi ahí haciendo señas con los ojos, pero no entendí, qué iba yo a pensar…, me dijo.

En tanto “El Sombrerito” tomó el dinero, a mí se me ocurrió decirle que me esperara en el “quiosco” del frente, del lado del Hipódromo, en lo que yo terminaba un trabajo del director y que entonces nos bebemos “un par de potes de ron” para aclarar la situación.

Todavía me está esperando.

*El autor es periodista.

Emiliano Reyes
Emiliano Reyes
Periodista y Gestor de relaciones públicas

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