miércoles, septiembre 18, 2024

La necesidad tiene cara de hereje

Por Federico Pinales

En los campos dominicanos, para los católicos, una persona “hereje” es aquella que nunca ha sido bautizada. Pero no sé por qué razón cuando algo sabe o luce mal, algunas personas dicen: eso sabe a Diablo o tiene cara de hereje.

Lo mismo sucede cuando alguien por necesidad hace algo inaudito, o simplemente, lo que pocos harían.

Hago este preámbulo para graficar con palabras algunas de las cosas que los indocumentados hacen en los Estados Unidos y probablemente en otros países, para sobrevivir cuando están recién llegados y para solventar los compromisos económicos que dejaron atrás, además de las obligaciones familiares y sociales.

Un artículo no sería suficiente para narrar la larga lista de historias conmovedoras que he visto y me han contado otras personas.

Unos se han sacrificado resistiendo las innumerables tentaciones que se les presentan, hasta esperar encontrar una luz al final del túnel, mientras otros se desesperan y cogen el camino más fácil, el delincuencial.

Esos caminos van desde la prostitución, el tráfico de drogas, los atracos, falsificación, estafas, sicariatos y todo lo que genere dinero fácil.

Sin embargo, hoy no quiero hablar de eso, sino de las cosas de las cuales no hablan los medios sensacionalistas y superficiales.

Por ejemplo, entre los años 1987 y 1992, época en la que se produjo el mayor éxodo de salvadoreños a los Estados Unidos, empujados por la sangrienta guerra que estremecía a ese país, vi a 32 hombres viviendo en la mitad de una pequeña casa de dos familias, de tres habitaciones y un sótano (basement), con un solo baño y una pequeña cocina.

Esa casa está ubicada en la calle Covert ST., próximo a la esquina de la calle Front St., de la Villa de Hempstead, en el condado de Nassau, Long Island, marcada con el número 14.

La otra mitad de dicha casa la ocupaban mis padres y dos de mis hermanos, lugar donde yo me hospedaba cuando viajaba de vacaciones, entre los años 1987 y 1989.

Ahora bien, la pregunta del millón es la siguiente: ¿Cómo podían vivir 32 personas en una casa tan pequeña?

Sencillo, uno del grupo, ya establecido y documentado, rentaba la casa, se compraba 16 camitas Sándwich, colocaba 4 en cada habitación y en el sótano, totalizando 16.

Entonces había dos grupos de 16 que trabajan 12 horas cada uno y cuando un grupo trabajaba el otro dormía.

En ese tiempo, los salvadoreños eran el grupo de hispanos más grande de Lond Island, hasta que empezaron a llegar los dominicanos, mexicanos, hondureños, cubanos y posteriormente los sudamericanos, encabezados por los colombianos y los venezolanos.

Los dominicanos, en su gran mayoría procedentes de diferentes provincias del Cibao, entre los años 90 y 2010, inundaron de negocios los pueblos de Hemstead, Freeport, Uniondale, Roosvelt, Roseville Centre y Boldwin, especialmente con bodegas, restaurantes, barras nocturnas, barberías, salones de belleza, oficinas de envíos, de viajes y preparación de impuestos, además de los supermercados. También empresas de jardinería.

Los centroamericanos se pusieron las pilas y están incursionando en todas las áreas donde los dominicanos eran los reyes.

Con el fruto de su trabajo honesto, la gran mayoría ha comprado casas viejas, las han reconstruido y les han cambiado las caras a los pueblos que antes lucían abandonados e infectados de delincuentes y drogadictos.

Es justo mencionar a una pujante comunidad haitiana, radicada principalmente en los pueblos de Uniondale y en Roosevelt, en su gran mayoría profesionales y comerciantes, entre los cuales sobresalen médicos y enfermeras.

Muchos dominicanos están haciendo fortunas dentro del negocio de compra y venta de casas, bodegas, restaurantes, talleres de mecánica, lavanderías y supermercados.

Los compran, los remodelan y los venden con ganancias de cientos de miles de dólares, en tiempos relativamente cortos. Con lo cual están demostrando que no hace falta cometer actos delictivos como la venta de drogas para la gente enriquecerse.

 

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