Por Antonio Isa Conde
En la quietud de la tarde, mirando hacia atrás, reflexiono sobre más de seis décadas dedicadas a la lucha por un mejor país.
Desde mi juventud, las causas democráticas me absorbieron y, como lo cuento en mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”, estas historias están llenas de luchas y sueños compartidos con muchos.
Cada día me enfrento a la realidad de mi edad, las limitaciones físicas y los cambios inevitables que acompañan a la vida.
No puedo hacer lo mismo que hacía hace veinte años, pero sigo activo, buscando formas de contribuir a un mejor futuro.
Al observar el mundo actual, no puedo evitar sentirme pesimista. Guerras y conflictos asolan diversas partes del planeta. La desigualdad y la pobreza persisten, y las migraciones irregulares se han convertido en un problema global.
Esta situación genera tensiones y dificultades, y es esencial abordarla con comprensión y humanidad.
Los ideales se desvanecen en un mundo que parece deshumanizarse. Las ideas nocivas, como el resurgimiento del fascismo, ganan terreno.
La indiferencia parece afectar a una parte de la juventud, y es imperativo que surjan líderes con una visión más humana y de futuro.
En este contexto, creo prudente tomar la siguiente decisión: reducir mis actividades públicas y dedicar más tiempo a meditar, a despejar inquietudes, a entender esta etapa que vive la humanidad.
No es un adiós a mis ideales, ni un retiro de la lucha por un mundo mejor. Es una adaptación a mis limitaciones físicas y emocionales, y una búsqueda de mayor calidad en lo que hago y evaluar sus resultados.
Así, mi compromiso con la construcción de mi utopía y un mundo mejor continúa. Evoluciono con los tiempos y busco nuevas formas de aportar.
La lucha sigue, aunque las circunstancias históricas cambien, El mundo se transforma y debemos prepararnos para enfrentar la realidad de los cambios.
El viejo recetario ya no sirve. Cuidado con pretender usarlo, las enfermedades de hoy son más letales y sutiles.
