miércoles, mayo 1, 2024

La desbordante y envolvente emigración

Por Alfonso Tejeda

Sea por la persistente curiosidad de Eva de "mirar más allá de donde se hunde el cielo", para aliviar el cruento cataclismo tras la celebración desbordante de descubrir la libertad, resultado del "pecado original" -como narra Gioconda Belli en "El infinito en la palma de la mano"-, o aquella aventura humana iniciada hace más de dos millones de años en el África oriental – como la sitúa Yuval Harari -, la emigración sigue siendo ese desafío que motoriza las bondades y miserias humanas.

Que sea tan antigua como esos tiempos, sirve para advertir que es consustancial a la condición humana, esa con la que ha variado tanto hasta convertirla en componente esencial, que junto al transporte y el comercio conformaron un conjunto, hace más de 500 años, pero que ahora es la excluida, la única penalizada en esta etapa conocida como la más trascendental de la historia moderna, la globalización.

Cuando está resquebrajándose la globalización, la que se consideraba una etapa cumbre, principal el comercio, es cuando la posibilidad de la gente para migrar confronta más y diversos obstáculos, estimulados por situaciones que la provocan: guerras, hambrunas, inseguridad, exclusiones, persecuciones políticas, fenómenos climáticos, etc.

Las guerras en Europa y Oriente han arrojado a millones de personas al desamparo y desarraigo que las hambrunas en algunos lugares de África han "alimentado" hasta llevarla a una inseguridad excluyente que facilita persecuciones políticas, raciales, a minorías, y de género, resultado de un abordaje político-ideológico que también se "lleva de paro" la necesaria y adecuada administración de los recursos naturales, agravando la situación.

En el tratamiento de la emigración hay mucho de inequidad e iniquidad cuando se acepta en los países receptores a migrantes con condiciones "excepcionales" (ser blancos, tener algunas especialidades: "fuga de cerebros", o riquezas); de perversidad: beneficiar preferentemente a los de países con los que se tienen conflictos políticos, y como "arma" para el combate entre corrientes "ideológicas" que bailotean a su antojo a gente.

La reciente clausura de una legislación particular que permitía a las autoridades estadounidenses disponer de inmediato del destino de quienes emigran sin documentos, revela qué significa ser un emigrante en esas condiciones frente a las leyes y autoridades del país, pero también una realidad que desborda todo parámetro de sensibilidad respecto  a la condición humana.

De los tantos testimonios, de esos que detallan historias particulares, resaltan unas complejidades que a los más sensatos los aturde y deja sin respuestas, si se embarcan en enjuiciar la disposición de una madre que en su país gana 100 dólares mensuales para mantenerse junto a sus hijos pequeños, lo que no les alcanzan; frente al hecho de que esa misma madre arriesgue a esos niños a transitar por caminos, montes y selvas peligrosas para llegar a Nueva York.

Yo, migrante documentado que como tal no enfrenté la realidad de esa madre venezolana, me declaro impotente (sin ningún otro rubor) para decidir qué hacer. Por eso, entre otras muchas razones, me duele la perversa indolencia de quienes en el país demonizan la emigración haitiana pero que tampoco aceptan que la misma sea asumida bajo las premisas de la condición humana: ¡respeto, dignidad y solidaridad!

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