La tensión entre India y Pakistán ha alcanzado niveles alarmantes tras la ejecución de la “Operación Sindoor” por parte del gobierno indio, una serie de ataques aéreos lanzados en la madrugada del miércoles 6 de mayo contra lo que Nueva Delhi calificó como “infraestructura terrorista” ubicada en territorio pakistaní y en la parte administrada por Pakistán de la región de Cachemira. La acción militar fue llevada a cabo en represalia por el atentado del 22 de abril en el valle de Baisaran, que dejó un saldo de 26 civiles muertos y al menos 17 heridos.
El gobierno de India insistió en que los bombardeos fueron selectivos, precisos y diseñados para evitar una escalada. “Nuestros ataques han sido enfocados, medidos y no escalatorios. No se ha atacado ninguna instalación militar pakistaní. India ha mostrado considerable moderación en la selección de los blancos y el método de ejecución”, señaló el comunicado oficial emitido por Nueva Delhi.
Según fuentes gubernamentales citadas por medios indios, los nueve objetivos fueron completamente neutralizados. El primer ministro Narendra Modi, quien siguió la operación durante toda la noche, fue informado minuto a minuto del desarrollo de las acciones, descritas como una respuesta a lo que India considera un acto terrorista con respaldo externo.
El atentado del 22 de abril, ocurrido en una zona turística de Pahalgam, fue atribuido en un primer momento al grupo The Resistance Front, presuntamente vinculado a la organización militante Lashkar-e-Taiba, con base en Pakistán. Posteriormente, el grupo se distanció del ataque. India, sin embargo, ha sostenido que hay participación indirecta de Pakistán a través del apoyo a grupos extremistas que operan en la región de Cachemira.
Islamabad ha rechazado de forma categórica cualquier implicación en el atentado y ha exigido una investigación internacional independiente. La respuesta a la operación india fue inmediata. El primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, calificó los ataques como un “acto cobarde” y advirtió que su país tiene “todo el derecho a responder con firmeza” a lo que consideró un acto de guerra impuesto por India.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Pakistán emitió una declaración en la que denunció la violación de su soberanía y tildó los ataques de “provocación atroz y no provocada”. Según el comunicado, los misiles impactaron en cinco ubicaciones, tres de ellas en la región de Cachemira bajo administración pakistaní (Kotli, Muzaffarabad y Bagh) y otras dos en la provincia de Punyab (Muridke y Bahawalpur), zonas consideradas como territorio soberano de Pakistán.
Los reportes iniciales indicaron que al menos dos civiles, incluyendo un menor de edad, murieron durante los bombardeos y otras doce personas resultaron heridas. Las autoridades militares pakistaníes, a través del general Ahmed Sharif Chaudhry, confirmaron que sus fuerzas aéreas se encuentran en máxima alerta. “Todos nuestros jets están en el aire. Habrá una respuesta”, declaró.
Desde el inicio de la operación, medios internacionales y regionales reportaron intensos intercambios de artillería a lo largo de la Línea de Control (LoC), la franja que divide Cachemira entre India y Pakistán. También se informó de heridas a civiles en el lado indio, incluyendo dos mujeres, según la policía local. La actividad aérea fue restringida en varios aeropuertos del norte de India, entre ellos los de Srinagar, Jammu, Amritsar, Chandigarh y Leh, debido a lo que se denominó restricciones temporales del espacio aéreo.
En paralelo a los ataques, India inició contactos diplomáticos urgentes con países como Estados Unidos, Reino Unido, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Rusia, para explicar el alcance de la operación y enfatizar que se trató de una acción limitada contra objetivos no militares.
La preocupación internacional no se hizo esperar. El secretario general de la ONU, António Guterres, se declaró “muy preocupado” por la situación y pidió contención máxima a ambos países. “El mundo no puede permitirse una confrontación militar entre India y Pakistán”, señaló su portavoz, Stéphane Dujarric.
Expertos en seguridad y analistas internacionales han comenzado a advertir sobre las implicaciones de esta nueva escalada entre dos naciones con capacidad nuclear. El exanalista del Pentágono, Michael Maloof, comentó que si bien un conflicto nuclear directo es improbable, la situación puede deteriorarse rápidamente si no se establece un canal de mediación. Maloof mencionó que actores internacionales como Rusia y China podrían desempeñar un papel fundamental en evitar un conflicto mayor.
“Sabíamos desde hace años que Pakistán, a través de su servicio de inteligencia, el ISI, mantiene vínculos con varios grupos militantes que operan en Cachemira. Es un ciclo que se repite. Este tipo de tensiones puede volverse muy peligroso si no se detienen a tiempo”, afirmó.
Maloof advirtió que un uso limitado de armas nucleares tácticas cambiaría el equilibrio geopolítico mundial y que ninguna potencia en la región —ni siquiera Rusia o China— estaría dispuesta a aceptar tal desenlace.
Analistas del sur de Asia también compararon esta operación con el precedente de 2019, cuando India llevó a cabo bombardeos en Balakot en respuesta al ataque en Pulwama, donde murieron 40 efectivos indios. En ese momento, India también alegó que actuaba contra campamentos terroristas. La narrativa actual parece seguir la misma lógica, aunque el contexto internacional es ahora más frágil debido a otras crisis globales en curso.
Hasta el momento, no ha habido una reunión formal entre ambos países ni se ha anunciado una iniciativa de diálogo directo. El silencio en las capitales, sin embargo, no ha impedido que en los puestos fronterizos se escuche el estruendo de la artillería. Varios videos difundidos por medios locales muestran humo elevándose desde colinas en la región de Cachemira y movimientos de tropas en ambas direcciones.
India y Pakistán han librado cuatro guerras desde que obtuvieron su independencia del Reino Unido en 1947. Tres de esos conflictos han tenido como epicentro la región de Cachemira, un territorio cuya disputa continúa siendo uno de los focos más sensibles y peligrosos del sur de Asia.
La jornada del 6 de mayo marca un nuevo capítulo en una rivalidad que parecía contenida, pero que ahora amenaza con desencadenar una crisis de proporciones impredecibles. El mundo observa con preocupación el desarrollo de los acontecimientos y el frágil equilibrio entre el derecho a la autodefensa y el riesgo de una confrontación total entre dos potencias nucleares. Por ahora, la diplomacia internacional trabaja contra reloj para evitar lo que podría convertirse en una catástrofe global.