Tras los graves y generalizados efectos de la pandemia de Coronavirus, y la crispación que provoca la invasión rusa a Ucrania -que en los próximos días cumplirá 9 meses- el Planeta ha quedado afectado por fuertes vientos de inflación y estancamiento que tienden a reducir la calidad de vida de la gente.
Además de los efectos meramente económicos de esas dos complicaciones globales, los humanos, y quien sabe si también algunos animales, hemos quedado turulatos. Dicen los especialistas que a causa de la ansiedad provocada por los largos encierros hogareños y otras restricciones que impuso la pandemia a la gente.
En ese estado de ansiedad, que conforme especialistas como el siquiatra Héctor Guerrero Heredia alcanza niveles de perturbación mental que abarca rangos sociales, se arrima a los medios de comunicación e información ciudadana el fuerte sonido de una tradición pesimista y fatalista, expresada en onda catastrófica.
Ese pesimismo catastrofista, además de anidar en algunos patrones de nuestra cultura, se expresa en la politiquería que propugna porque todo se vaya al carajo para que algunos obtengan ganancia de pescadores.
¡Abajo el que está arriba, para que subamos los de abajo!, famosa aspiración de nuestra fauna política, que por “abajo” entiende su ración del boa, y que para nada defiende el interés general, el de la gente.
Un ingrediente relativamente nuevo es el de una parte de la prensa digital que para ganar visualizaciones, clicks y con ello publicidad, han venido cayendo en un perverso retorno del periodismo amarillista, que acude al sensacionalismo y la morbosidad de la gente en detrimento de la información y la comunicación objetiva.
Obviando la responsabilidad social a que se suscribe el periodismo objetivo, ese amarillismo de nuevo cuño, se convierte en una corriente que arrastra a muchos otros que por no quedarse atrás, o cortos, se suman a la onda negativa que se refleja hoy en buena parte de la opinión pública.
Quizás encarando esa negativa tendencia es que el capitán de industria que es Frank Rainieri, al pronunciar el discurso de orden en la graduación que hiciera el sábado en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec), exhortó a los estudiantes “a no dejarse vencer por el pesimismo del momento”.
Tiene toda la calidad el hombre de empresa modélico que es don Frank, el fundador de Punta Cana, para exhortar a los jóvenes a apartarse de esa devaluada moneda que es el pesimismo para los países y las personas.
Hoy por hoy, y para cierto pregón político y su eco mediático, el país va a la deriva, a la catástrofe, y trata de apagar las grandes buenas nuevas de que mientras en el exterior cunde la inflación y la recesión, aquí los altos precios están cediendo mientras la economía mantiene su pujanza por encima del 5% del PIB.
Vimos en días recientes las declaraciones de doña Elizabeth Mena, presidenta de ADOEXPO, informándonos que somos el país #1 en exportaciones en América Latina y el número 16 entre alrededor de 200 países que pueblan el Planeta, subrayando entre otros factores que contribuyen con ese logro, la colaboración que presta a los exportadores el gobierno del presidente Luis Abinader.
Siempre que se pone en la mesa el catastrofismo de los que no creen en su país, vuelvo a ponderar la cita de Juan Bosch con que antecede Gedeón Santos su artículo “El fracaso de los pesimistas dominicanos”: “Y sin embargo, Juan Pablo Duarte tuvo el coraje de creer que, en un territorio pequeño, deshabitado e incomunicado interior y exteriormente, podía establecerse una República. Para creer eso era necesario tener una fe inconmovible en la capacidad de lucha del pueblo dominicano, y Duarte la tuvo.”