jueves, abril 25, 2024

¡Es Navidad y pero todo se puede!

Por Alfonso -Fonchy- Tejeda
Dilucidar entre la ilusión y la esperanza en estos tiempos navideños, cuando la magia de la época envuelve a gran parte de la humanidad, podría ser un ejercicio absurdo, ya el ambiente propicia más el jolgorio y la excitación que a la siempre pendiente reflexión que se le supone al acontecimiento cimero de la temporada, diluido en un consumismo, que, como tal, muestra con mayor intensidad y dolorosa eficiencia las garras de las brechas sociales, económicas y hasta espirituales.

Aquella redención que se atribuye al Nacimiento de la Navidad, revestida de la humildad en el pesebre, y que desde entonces se ha pretendido en guía para la convivencia, hoy se ha convertido en una abigarrada manifestación de credos, fiestas, celebraciones y hasta competencias en la que se disputan, la mayor de la veces, el exceso y la cordura, el compartir sano y alegre con el desenfreno y desborde, la conmiseración con la abyección.

Admisible es que los tiempos han cambiado, que ya no es lo mismo de antes, que la vida evoluciona y que, por tanto, estos tiempos tienen otros códigos de comportamiento marcados por la adecuación al ritmo de vida que la realidad dispone, y que los actores juegan de acuerdo con su papel dictado por el libreto de la obra.

Aún así, hay situaciones que llaman la atención, tanto por sus actores, como por su papel en la obra, tal como ocurre con la decisión de una parte de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), que contrariando una disposición legal, pretendía recortar una semana al calendario escolar dispuesto hasta diciembre, en una actitud basada en el chantaje que la irresponsable permisividad oficial a través del tiempo, y la anuencia cómplice de una parte de la sociedad han encumbrado a grupos como ese a “un poder” perverso.

Resultaría sobreabundante reiterar las condiciones de la educación dominicana, ahora en Navidad, cuando los excesos se multiplican, aunque algunos llamen la atención, tal como este de esos adepeistas, a los que sería insuficiente reclamarles, siquiera como una mínima compensación, que cumpla con el horario que deben agotar en las escuelas. Al final, la racionalidad mínima encontró alguna audiencia.

De todas formas, hay que evitar que estamentos adepeístas persistan en graduarse con notas sobresalientes, repitiendo la materia de la irresponsabilidad, la desfachatez, la ausencia y la falta de compromiso con la Educación.

La ilusión es que los maestros sean meritorios del respeto que debe reportarles tan elevada tarea en la que se suponen comprometidos, y la esperanza es que la educación sea, en el caso dominicano, ese eslabón que catapulte al país y a sus ciudadanos a una civilidad que supere tantas calamidades sociales, económicas, culturales, y de convivencia.

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