Por Melton Pineda
Los últimos diez años de gestión del Presidente Joaquín Balaguer Ricardo, 1986-1996, la situación de denuncia sobre casos de violación de derechos humanos y de injusticias, estaban a la orden del día, tanto, que el mandatario reformista decidió designar en el cargo de la dirección general de Prisiones a una persona vinculada a la defensa de esos derechos fundamentales.
Mediante el decreto número 145-95 de fecha 25 de junio de 1995, el presidente Balaguer Ricardo, designó al doctor Ramón Martínez Portorreal como director de Prisiones, un adversario suyo.
Este profesional, había sido por mucho tiempo presidente del Comité de los Derechos Humanos con fuertes vínculos en el área internacional, académico y polemista en los tribunales del país.
La dirección de Prisiones es una dependencia de la Procuraduría General de la República y en la ocasión el titular del Ministerio Público era el doctor Demóstenes Cotes Morales (El Fililí).
Designado en el cargo, el Martínez Portorreal me propuso que le apoyara en la gestión de Relaciones Públicas.
La situación de los Derechos Humanos se agravaba porque proliferaban los motines, la sublevación y muerte de los presos con el incendio de celdas en los recintos penitenciarios.
En esa gestión tuve que acudir a muchos puntos del país para resolver conflictos con los presos y negociar con ellos una serie de reivindicaciones por las malas condiciones de esos recintos, que iban desde la falta de agua, camas, electricidad, paupérrima higiene sanitaria, etcétera.
La figura del Martínez Portorreal crecía, tanto así, que donde la Policía ni las autoridades judiciales podían penetrar en esos recintos presidiarios, nosotros llegábamos, y bajo aplausos. Nos recibían y nos exponían los motivos de las protestas y pactábamos en ocasiones y se rendía un informe a la Procuraduría General de la República.
Logramos apaciguar las crisis en los recintos carcelarios, especialmente en los que estaban bajo la administración directa de policías, sin embargo, eran muy pocos los motines en las fortalezas militares.
Creo que solo en la cárcel de San Pedro de Macorís y en San Juan de la Maguana tuvimos que acudir a resolver conflictos con privados de libertad.
En medio de esa situación, la Dirección Nacional de Control de Drogas, en combinación con la DEA de Estados Unidos y los organismos de seguridad del Estado, capturaron un cargamento de drogas en una embarcación llamada Fénix, en el muelle de Barahona. La droga fue atribuida a Rolando Florián Féliz.
Al parecer, los contactos de Florián Féliz para entrar el muelle de Barahona le fallaron y fueron apresados todos los tripulantes de la embarcación. Ese grupo fue encarcelado en la fortaleza Enriquillo de la Policía de Barahona.
Después de varios detenidos en esa formaleza, llegó la información, de muy buena fuente, sobre un plan para eliminar varios miembros del grupo de Florián Féliz, incluyendo a su cabecilla, en una trama que se materializaría en la misma celda donde estaba alojados.
El doctor Martínez Portorreal, aunque tenía información sobre la trama, desconocía la envergadura del plan y el tiempo en que se ejecutaría.
Nos reunimos y ponderamos la gravedad de la trama contra los narcos y el grave problema que ocasionaría una acción de esa naturaleza, y decidimos comunicarlo a la Dirección Nacional de Control de Drogas, en particular, a su titular el general Rosado Mateo. Le planteamos el peligro de la permanencia de esos presos en la cárcel de Barahona.
Al parecer, la DNCD, o tenía informaciones precisas, o algunos de ellos estaban vinculados a esos planes y se decidió que en horas de la madrugada de esa misma noche el grupo fuese trasladado a la capital.
Un comando Swap de la PN y la DNCD tomó por sorpresa al grupo y los montaron en vehículos, sin anunciarles ni explicarles el motivo de la medida.
Esta situación, de conocimiento de las autoridades judiciales y del gobierno y del comandante de la Policía en Barahona, llegó hasta los familiares de Florián Féliz y del grupo y la información se regó como pólvora.
Yo, que estaba en pleno conocimiento de los hechos, muchos familiares del connotado narcotraficante barahonero, me llamaron a pocas horas y les expliqué que no era una acción de secuestro ni de asesinato contra ninguno del grupo, sino todo lo contrario. Era para protegerlos y desactivar una trama que se urdía contra ellos.
Llamada tras llamada, llegó el grupo acusados de narcotráfico a la cárcel de Najayo, San Cristóbal.
El director Martínez Portorreal, nuestro gran amigo, me llama a la casa a las 4:00, A.M para salir urgente para Najayo. Al ver la llamada, pensé que habían fusilado al grupo en el trayecto Barahona-Santo Domingo.
Salimos para Najayo a recibir al grupo de imputados de narcótico por la DNCD y las autoridades judiciales.
Llegamos, y ahí mismo llegaban con el grupo de narcos fuertemente custodiados por agentes especiales de la Policía y la DNCD, con armas largas.
Al penetrar a la cárcel de Najayo, aún el grupo no sabía a dónde habían llegado y no salían del susto, porque no sabían cuáles eran los planes con ellos.
Cuando asomamos a la puerta de la celda donde fueron llevados, Martínez Portorreal y yo, el jefe del grupo Rolando Florián Féliz cambió hasta de color, y me dijo: ¡Melton!, y qué ¿tú haces aquí? Le expliqué con pocos detalles el por qué los llevaron a Najayo y con informaciones ligeras lo convencimos de que ahí estaban más seguros. Y respiraron profundo.
Florián Féliz me pedía más explicaciones, yo no podía dárselas, porque las que tenía eran muy limitadas y que además no se las diría, pero sí le revelé que “es tras la cabeza tuya que te la llevarían, si seguían en Barahona”. No sabía las razones, ni se las pude explicar. “Cree lo que te estoy diciendo”, aunque el narco insistía que se las revelara.
Salimos de la cerda, ellos quedaron muy conformes en su nueva cárcel. El jefe del grupo siempre nos decía: “pero ¿todo bien, todo bien; “ya no hay problemas?”. Le aseguraba que tuvieran confianza, que no había problemas.
Tras las muchas protestas en las cárceles, en una de esas reuniones en la Dirección de Prisiones, le planteé al doctor Martínez Portorreal sobre la posibilidad de habilitar un local militar que estaba casi en desuso en el Cruce del kilómetro 15 de Azua-Barahona y que este serviría para aislar y concentrar allí a los presos más peligrosos, que ocasionaban problemas en las demás cárceles del país.
Así se hizo, el doctor Martínez Portorreal y el director de la DNCD, el general Rosado Mateo, tomaron un helicóptero y sobrevolaron la zona, bajaron y retornaron con la convicción de que era un excelente lugar para concentrar presos incontrolables e indisciplinados que ocasionaban los motines en los demás recintos del país.
Se le informó al Procurador General de entonces, el doctor Cotes Morales y este a su vez le rindió un informe al presidente Balaguer, quien dio luz verde para que fuese usada esa fortaleza militar como recinto especial de prisioneros peligrosos e indisciplinados.
Esa fortaleza del 15 de Azua fue habilitada por el entonces Secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general Cuervo Gómez y el jefe del Ejército, Mayor General, Ramiro Matos González, en una estrategia militar diseñada por las Fuerzas Armadas en puntos estratégicos del país, en la que también se habilitó una fortaleza del Ejército Nacional en la Feria Ganadera, entre otras.