POR SANTO SALVADOR CUEVAS
Un río de críticas se le vino encima a los integrantes de la pasada Cámara de Cuentas de la República Dominicana, críticas que fueron despiadadas, con razón o no.
La identificación de errores y debilidades fue aprovechada por la oposición de entonces.
Así se politizó el debate, logrando desprestigiar a ese organismo y colocarlo "contra la pared".
Tan contundente fue el ataque contra la anterior Cámara de Cuentas, que una vez ganadas las elecciones generales y darse la transición presidencial, se levantaron como banderas las destituciones y el enjuiciamiento a los titulares.
Mas, sin embargo, a la hora de escoger la nueva Cámara de Cuentas, se olvidaron de la bandera, de la campaña de descrédito y olvidaron también la fuerza moral de sus ácidos "juicios", procediendo a no guardar ni siquiera las apariencias para “cualquierizar” la escogencia de los nuevos incumbentes.
Uno de los líderes del oficialismo presentó como su pupilo a Janel Ramirez como potencial presidente, y otros sectores se disputaron tener en ese órgano supervisor a uno que responda a sus directrices.
Como son representantes de tendencias políticas, ninguno asume ni la institucionalidad, ni las apariencias ni el buen funcionamiento de la Cámara de Cuentas.
Es decir, fueron los criterios políticos partidarios los que primaron, y hoy día, ahí dentro, nadie escucha a nadie, sino a quien l llevó al puesto.
Por tanto, ni la Cámara de Cuentas va actuar nunca en la supervisión contra ningún funcionario del actual gobierno, ni la solución al conflicto está en el horizonte.
Tampoco es una salida adecuada un juicio político, ni la destitución total o parcial del pleno.
Lo que urge es la despolitización de la Cámara, redefiniendo nuevos criterios y valores y garantizar la institucionalidad, el poder jerárquico interno y la libertad e independencia para actuar, solo conforme a la ley.
Tremendo lío y qué pena que en nuestro país la politiquería siempre prime, por encima de las reglas y el debido proceso.