Por Emiliano Reyes Espejo
No se trata de una prenda de vestir a la que se atribuye su origen en Cuba, donde es y ha sido muy popular, tanto como lo es allí el uniforme verde olivo militar del extinto presidente Fidel Castro.
En esta ocasión no hablamos de una Chacabana en sí, sino del mote de un ex agente de la Policía, de más de seis pies y muy temido, según su propia narrativa, por su falta de piedad contra los denominados “delincuentes”.
-“Suéltenselos a “El Cachabana”, él sabe cómo domarlos”, decían los otros agentes policiales.
Había nacido en uno de los barrios del cinturón de miseria de la capital y, como su vida no tenía salida a la vista, dado el estado de pobreza de su familia, optó por “engancharse” a la Policía Nacional.
En esa institución se hizo popular por su trato impetuoso a los detenidos por presuntas comisiones de delitos. Según la narrativa de la época, llegó un momento en que ni su institución podía controlarlo y lo pusieron en retiro.
– “Ese policía se salió de control, no había manera…”, expresaban sus compañeros.
Le conocí mientras laboraba como encargado de prensa y relaciones públicas en el desaparecido Instituto Dominicano de Tecnología Industrial (Indotec-departamento del Banco Central) y que ahora se llama IIBI (Instituto de Innovación en Biotecnología e Industria).
Desde que lo vi pude observar que se trataba de una especie de “muchacho grande”, pero que cubría su bonhomía con “una coraza de verdugo” para así marcar distancia. En el fondo era una persona amable, campechano, y un “pertinaz servidor”, especialmente cuando se trataba de la “orden de un superior”.
“Dígame jefe ¿en qué puedo servirle?”, “Ordene señor”, “Ahora mismo señor”, eran algunas de sus frases predilectas para responder a instrucciones de sus superiores.
Cuando éste llegó a Indotec los empleados se preguntaban sobre la razón de su presencia en esta institución, la cual se enfocaba en la investigación científico-tecnológica y en ofrecer asistencia a la industria y a pequeñas empresas. La seguridad allí estaba bajo el control de agentes de la Policía de Bancos del Banco Central.
La amiga de Doña Emma
Por eso, cuando indagué sobre él pude percatarme que “El Chacabana” había sido llevado allí para prestar servicios de seguridad personal al entonces director del Indotec. Ocurrió que una técnico de alto nivel que laboraba allí y que se decía que tenía muy buenos contactos con doña Emma Balaguer de Vallejo, hermana querida del fenecido presidente Joaquín Balaguer, aspiraba al puesto de la dirección de la institución, pero eso no ocurrió, ya que el nuevo gobernador del Banco Central nombró allí a una persona cercana a él. Eso hizo que surgiera a lo interno del Instituto una serie de contradicciones que culminaron con el despido de la especialista de su puesto de subdirectora. Transcurría uno de los últimos períodos de gobierno del presidente Joaquín Balaguer.
En el ínterin el esposo de esta dama, era o es, un extranjero, creo que un argentino, quien “coincidió” en una estación de expendio de gasolina con el director del Indotec, lugar al que éste acudía de manera cotidiana a echar combustible. Sin mucho preámbulo, el foráneo increpó con agresividad al funcionario, a quien hizo vehementes reclamos sobre su pareja.
El hecho, según se comentó después, se tornó difícil, a punto de que el agredido optó por agenciarse su propia seguridad.
Y fue ahí, en ese preciso momento que surgió, que apareció nada más y nada menos que un “ángel salvador”, llamado Juan Antonio García-“El Chacabana”, quien ya tenía fama de ser un “malón” en las filas de la Policía. Él mismo se ocupó de propalar sus andanzas en la institución del orden. Recuerdo como él contaba el trato que daba a presuntos delincuentes. Se refería, mientras relataba entre risotadas, a retorcer los brazos y propinar galletas en la cara a los apresados. Y como éste siempre usaba Chacabana cuando no tenía el uniforme policial, creció entre sus propios compañeros el apodo de “El Chacabana”.
Hay infinidades de hechos a los que se atribuye la participación de este personaje. En una ocasión utilizó su veteranía policial para ganar el premio en un maratón a pie que se realizó en la institución “El Chacabana” llegó primero que todos los otros empleados competidores. Después se supo que burló los chequeos y que se montó en un “carro del concho” para ser el primero en alcanzar la meta.
En otra oportunidad robaron el carro de la esposa de un funcionario de la institución, en una plaza de la capital. Éste ofreció una jugosa recompensa a quien diera información sobre el destino del vehículo. En ese lapso “El Chacabana” se desplazaba hacia Puerto Plata y vio en la carretera un vehículo parecido al robado, lo detuvo y en un agresivo aparataje introdujo el cañón de su arma en la boca del conductor, a quien gritaba:
-“Dime que este carro usted se lo robó si no quiere que le dé un tiro en la boca”. El chofer reiteró que el vehículo era suyo y mostró la matrícula de este. El ex agente policial le pidió disculpas y dejó que se marchara.
La policía no sabía nada del paradero del vehículo, cuando un parroquiano llamó por teléfono y lo ubicó en el patio de una casa situada entre Licey al Medio y Santiago.
Los buscadores, con Fondeur y Braulio entre los que iban al frente junto a otros dos policías del Plan Piloto, llegaron al lugar, pero preguntaron en la casa equivocada. El ladrón de vehículos se percató de la presencia de estos y emprendió la huida. Fondeur le cayó atrás cuando vio que se tiró por una ventana, disparó dos tiros al aire mientras el robador corría entre platanares, y logró escapar.
En la casa del fugitivo había otros vehículos que aparentemente habían sido robados. Se dio parte a la Policía de la existencia de estos automóviles, como si fuera una agencia, ubicada en esta remota localidad de la campiña cibaeña.
La boda
Esa historia, empero, “El Chacabana” la contaba a su manera. Otro hecho que involucró a “El Chacabana” fue cuando una joven mujer, familiar de otro funcionario del Indotec, resultó embarazada por un individuo que se negaba a casarse con ella, lo que implicaba una afrenta, sobre todo porque estaba de por medio el orgullo y honor de una familia de una pequeña, pero atractiva comunidad del Cibao. Le explicaron la situación a “El Chacabana” y de inmediato, éste expresó:
-“Déjenme eso a mí, yo resuelvo eso”. Dicho y hecho, viajó a la comunidad, raptó al individuo y llevándolo a un lejano lugar, y allí, en la oscuridad de la noche, conminó al mismo:
-“¿Te va a casar con la niña, dime sí, o dime no, que te voy a dar un tiro en la cabeza”. El novio dijo de inmediato que sí, que se casaría. Los jóvenes se casaron y todos fueron felices y hoy disfrutan de una hermosa familia.
El turista
Pero no siempre las cosas resultan tan fáciles. El funcionario del carro, quien además de administrador era un joven médico psiquiátrico hijo de un afamado psiquiatra de Santo Domingo, pidió a “El Chacabana” que le acompañara a la turística ciudad de Samaná donde se había presentado un caso con un visitante extranjero, específicamente de Estados Unidos, y quería que él le ayudara a dominarlo.
Cuando llegaron a Samaná se encontraron con que un “turista gringo” estaba atrincherado en un popular restaurante del lugar desafiando a todo el mundo, incluso a la policía. A su llegada se encontraron con que el extranjero había prácticamente destrozado el lugar, las mesas, sillas, bebidas, todo, y al propietario, que en principios quiso enfrentarlo, no le quedó otra que “poner los pies en polvorosa” para evitar ser agredido.
El turista, un fortachón americano de más de seis pies, llegó solitario, en un barco de velas, al muelle de Samaná. Bajó de su embarcación y se trasladó al restaurante ubicado en las cercanías, ya allí pidió bebidas y comidas. Todo hasta ese momento estuvo bien. El problema comenzó cuando llegó el momento de cerrar el negocio y éste resistió de manera tajante salir del lugar. No hubo manera de convencerle. Decía en un inglés machacado por los efectos del alcohol que no había problemas, que él pagaba.
Pasó la noche y volvió el día, y el gringo allí, resistiendo moverse del lugar.
En Samaná se corrió la voz de que se trataba del hijo de un senador de los Estados Unidos de América y eso era otra cosa. ¿Cómo manejar aquella perturbadora situación sin que eso generara un problema mayor con el poder del Norte? Comenzaron entonces a surgir los comentarios.
-“Si hubiera sido un negrito de aquí ya la policía lo hubiera sacado a golpes limpios”, decían.
El padre del fornido joven norteamericano, un senador de Miami, al enterarse de la situación pidió a un prestigioso consultorio de Santo Domingo que interviniera y resolviera el caso, éste a su vez encomendó a su hijo, también psiquiatra, quien se hizo acompañar de nada más y nada menos que de “El Chacabana”.
El joven profesional, quien había estudiado psiquiatría en una universidad de Inglaterra, comenzó a hablar de manera pausada, amigable, con el viajero, pero no había manera de convencerlo. Cada vez se mostraba más agresivo y había comenzado a lanzar utensilios del restaurante hacia las calles.
Al no tener alternativa, el médico psiquiatra decide reducir al “gringo” por vía de la fuerza. Se le acercó a “El Chacabana” y le dijo:
-Fájate con él, hay que reducirlo por la fuerza”. El ex policía miró de reojo para todos los lados y fijó su vista hacia el cielo, meditó un rato como pidiendo la ayuda de Dios. Esta vez había encontrado a otro de su mismo peso para echar la pelea.
-“Dios mío –dijo– acompáñame en esta, sálvame de este loco”. Avanzó hacia al extranjero y le dijo algunas palabras en español, pero él respondió que no entendía.
En eso, “El Chacabana”, cual toro feroz, se abalanzó sobre el gringo y se armó una lucha “cuerpo a cuerpo” en la que ambos se golpeaban con fuerza, como fieras salvajes.
La gente observó atónita la pelea de estos dos hombres, ambos con muchas fuerzas y total determinación. ¿Quién tumba a quién?, parece que era la pregunta. Los golpes iban y venían de manera rápida e incontable. En tanto, el psiquiatra esperaba, expectante, jeringuilla a manos, que el “gringo” cayera para aprovechar e inyectarle un tranquilizante.
En eso, forzado por el agotamiento y por un resbalón que dio el extranjero, “El Chacabana” logró tumbarlo y en eso el médico dio un salto y le colocó el calmante, lo que logró tranquilizarlo. Los policías que estaban en el lugar acudieron rápidamente y le colocaron las esposas.
-“Me inyectaste una droga sin mi consentimiento. Te voy a demandar en los tribunales de Estados Unidos”, dijo el ciudadano norteamericano ante de caer profundamente dormido por los efectos del sedante. Fue trasladado a la capital y llevado al aeropuerto internacional de Las Américas a donde le esperaba un flamante jet de su padre el senador, en el cual se le retornó a Estados Unidos.
“El Chacabana”, quien disfrutaba contando estas historias, murió hace no mucho de un fulminante paro cardíaco. Era el ex policía más leal que se conozca. Casi treinta años después, cuando le sorprendió la muerte, seguía desempeñándose como conductor y “seguridad personal” de aquel jefe que aquella vez le contrató para que le cuidara la espalda.
Dios guarde en su regazo y perdone los pecados cometidos por Juan Antonio García, “El Chacabana”. Amén.
*El autor es periodista.