Por Alfonso -Fonchy- Tejeda
La orgía mediática que se derrama en estos días anega en un iracundo patriotismo la ecuanimidad y raciocinio indispensables para validar la legalidad de las acciones dispuestas y preservar los derechos humanos, condiciones necesarias para garantizar el sello de honestidad, si es que todavía esta tiene valor, para los auspiciadores.
Porque algunas acciones punitivas han desconocido esos derechos, la deportación de haitianos es más que "la devolución pura y simple" – como alude un intelectual izquierdista-, y coloca al país todo frente un problema peliagudo, que no se salda con la obstinación de persistir en prejuicios alimentados desde una pasión que hace al dominicano "superior" al haitiano, falsa creencia que domina el debate.
Indiscutible es la potestad del Estado dominicano de trazar su política migratoria, pero la misma está sujeta a patrones, acuerdos, tratados, conductas y valores que hacen de esas leyes instrumentos para facilitar la administración de uno de los fenómenos sociales determinantes del mundo de hoy.
Esa actitud desconocedora fue la que llevó, en un frenesí patriotero, a desistir de la firma del Pacto por una Migración Segura, Ordenada y Regular que en 2018 auspició la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y que pese a haberlo suscrito, al momento de ratificarlo la orgía mediática hizo abortar, en una acción que provocó la algarabía de quienes ahora cuestionan los señalamientos recurrentes a nuestra conducta migratoria, esa misma que junto a la irresponsabilidad oficial mantiene en el limbo a decenas de miles de descendientes de haitianos a los que una ley pretende restituir una legalidad asaltada.
Y mientras las autoridades dominicanas, desde el Presidente de la República hasta un simple alcalde que se cree autorizado a trazar esa política migratoria, sean azuzados por la vocinglería soliviantada de esa orgía mediática, el tema seguirá provocando situaciones comprometedoras que requieren respuestas más allá de aquel refrán de que "la viga se ve en el ojo ajeno", actitud basada en "el orgullo", ese que Pablo Neruda dijo nunca enseña nada si no se hace "solidario del dolor humano".
En eso tenemos un déficit consuetudinario los dominicanos, en ver la dimensión humana de los haitianos, a quienes maltratamos sin reparos y les sacaliñamos la solidaridad que ha caracterizado al pueblo dominicano desde siempre y en todas circunstancias, tal como relata Martin Gilbert, historiador de las dos guerras mundiales y el holocausto.
En "La noche de los cristales rotos" , que narra la bárbara y vergonzante persecución de judíos en la Alemania hitleriana en noviembre del 1938, Gilbert recoge el testimonio de una joven de 19 años, Elsa Blatt, quién revela que un hermano suyo se salvó de morir en los hornos hitlerianos porque "unos amigos nos mandaron una carta del consulado de la República Dominicana en Francia que decía que si conseguía llegar hasta allí le concederían un visado" podría ser su salvación, esa que lograron más de tres mil judíos que entre 1933 y 1940 llegaron también al país, en el mismo período que Trujillo motorizó la matanza de 1936, en la que cayeron miles de haitianos y dominicanos, estos por tener la piel oscura.
Ya en otro texto advertía que la confusión y el temor infundados que provoca la presencia haitiana están orillando al pueblo dominicano a desconocer esa solidaridad, y agrego que los males de la política no pueden destruir "la fe en la honradez y la humanidad".