viernes, julio 26, 2024

¡De libros y lecturas en el Día del Libro!

Por Alfonso Tejeda

"Mucho tiempo después" (pero muy antes de que Gabriel García Márquez comenzara con esa frase su camino a la inmortalidad que le pavimentó "Cien años de soledad") hasta hoy que alcanza más de 500 años, conmemoramos el día en que murió Miguel de Cervantes Saavedra, que lo consagra con la celebración del Día del Libro, cada 23 de abril.

Autor de "novelas ejemplares" y otras, es con "El Quijote" que el fascinante escritor logra la trascendencia que lo hace referencia en la novela moderna, logrando también (¿parcialmente?), la meta propuesta -no sé sabe por quién- de que todo humano de este planeta debe "tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro", ambición muy sugerente pero de muy parcial resultado, por la imposibilidad práctica.

En su interesante ensayo "El infinito en un junco", la filóloga y novelista española Irene Vallejo rastrea cinco mil años atrás lo que fue el inicio de lo que hoy conocemos como Libro, que en sus diversas variantes se presenta, y que alcanza una cantidad inconmensurable, cuando hoy se producen al año tanto o más como el número de habitantes, tarea que asumen autores como mi amigo Carlos Nina Gómez, que con sus más de 25 títulos, y El Poeta, con sus otros tantos, suplen la carencia de quien como yo, no escribimos el que nos sugiere la propuesta del párrafo anterior.

Paseante furtivo y descuidado de los libros -desde aquel inicial de "Coquito"- allá en la escuela de batey 6, y ahora pretendido "reparador", incapaz por imposibilidades insalvables, algunas recogidas en el párrafo anterior- me acerco a la Novela -esa que Vargas Llosa denomina "la verdad de la mentira"- en un intento por "dorar" mi agreste y ripioso escribir.

Y, entre estas, las más de 700 páginas de Moby Dick, esa trascendental novela en la que Herman Melville narra la obsesionada pasión del capitán Ahub, de cobrarle a la ballena blanca la pierna que le atrofió en las aguas atlánticas de Massachusetts, y 100 años después, en " El viejo y el mar", de Hemingway, en aquella reparadora batalla del "salao" Santiago, quién, tras 85 días sin pescar nada, logra atrapar el "pez más grande que haya visto", que al arrastrarlo a la playa, los tiburones se comen y sólo les dejan el esqueleto, con él restituye así su valía de pescador en el caribe cubano, ese mar, que como dice Cheo Feliciano en "Estampas marinas", da la vida y, a veces, también da la muerte.

El libro acompaña, y la lectura, por lo menos, entretiene, lectura cuya función primigenia es ser "ese instrumento humanizador por antonomasia, el que nos hace más empáticos y bondadosos, más inteligentes y racionales", tiene también su lado perverso, tal como se expresa en tantos libros y tantas lecturas que han hecho mentes astutas y hasta desquiciadas, tal como recoge un reciente reportaje de El País, el periódico español, y que registran otras publicaciones, como el caso de Nicola Koljevic, un profesor universitario de literatura en la universidad de Sarajevo, al que se le atribuía un gran conocimiento de la obra de William Shakespeare (que también murió un 23 de abril), responsable del incendio de la voluminosa y extraordinaria biblioteca de Sarajevo durante la guerra de 1992-96.

Pero, todavía es cierto aquello de "que los libros no muerden" y que nunca serán suficientes los Koljevic, ni Pinochet; ni la inquisición ni los Franco, ante el empuje y determinación de quienes tienen en el libro una aventura liberadora de la ignorancia!

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