viernes, abril 26, 2024

Curiosidades de la Historia Dominicana

Un siglo antes del estallido de la Guerra Restauradora, el Cabildo de la ciudad de Santo Domingo, a través de varios documentos y ordenanzas, daba cuentas y se quejaba de la desidia y pereza de un tipo de habitantes a los que denominaba vagos y “vividores”. En la misma época la Junta de Fomento se quejaba de los estilos de vida de los “monteros y otros vagos” que, dedicados a la caza de reses y cerdos montaraces, vivían sin vínculos con la religión y ajenos a toda tradición y “buenas costumbres”, aportando poco o nada a las actividades productivas y a los negocios.

Este fenómeno, del que se tienen noticias desde mediados del siglo XVII, estuvo vinculado al creciente número de negros libertos, que en algún momento llegó a superar en cantidad a la población que aún se mantenía bajo régimen de esclavitud. 

Los entonces llamados “vagos o malentretenidos” eran personas que se dedicaban a actividades de subsistencia precaria y se mantenían dispersos en el territorio de la parte española de la isla de Santo Domingo, mayormente despoblado. Entre esta categoría de personas, indistintamente, se mencionaba a los llamados “vividores”, los “maroteros”, los “merodeadores” y los “monteros”.

A todos estos individuos les era común un estilo de vida libertino, sin dedicación a oficio u ocupación conocida, viviendo de lo que podían cazar o de la recolección de frutas silvestre o simplemente del hurto de productos agrícolas de las estancias cercanas. En determinado momento se convirtieron en un problema social que llamó la atención en varios momentos de las autoridades coloniales de la época, que llegaron a considerarlos como “polilla de la república”, siendo perseguidos y apresados muchos de estos individuos, para destinarlos a la condición de tropas y esclavos, según las urgencias del momento.

Traigo a colación lo anterior para entender los mecanismos de sobrevivencia de por lo menos una parte de las tropas dominicanas en la Guerra de la Restauración, desatada entre 1863 y 1865, luego de la Anexión a España de la joven república fundada a partir del “trabucazo” del 27 de febrero del 1844. En esta contienda bélica el pueblo dominicano fue protagonista de una epopeya heroica digna de ser resaltada por siempre, al derrotar uno de los ejércitos más poderosos, bien equipados y experimentados de la época.

El tamaño de esa odisea se puede aquilatar leyendo el informe presentado por Pedro Francisco Bonó, a la sazón ministro del Interior del gobierno restaurador, luego de pasar revista a las tropas dominicanas establecidas en el Cantón de Bermejo, uno de los tantos campamentos diseminados entre los bosques donde se desarrollaban las operaciones de la guerra.

El informe da cuenta de una formación de 280 hombres, todos descalzos y la mayoría exhibiendo harapos como vestidos, con precario armamento y con escaso o ningún suministro.

Lo que más me llama la atención, y por eso lo resalto en este breve y modesto artículo, son los mecanismos de sobrevivencia de los combatientes de los que da cuenta el autor del informe.  Se refiere al “maroteo”, el “merodeo” y a la práctica de la cacería de animales por parte de los “monteros”, que no eran otros que las tropas criollas, curtidas en sobrepasar las dificultades y erguidas frente a las limitaciones de la existencia, las que se sobrellevaron por siglos con un sorbo de café, un cachimbo de tabaco y una tambora.

Cosas curiosas tiene la historia. Lo que surgió como un estilo de vida antisocial, cuestionado y perseguido por las autoridades coloniales españolas siglos antes, en un momento de nuestra historia se constituyó en un resorte fundamental para la existencia del proyecto nacional y se ha entroncado de diversas formas y manera en el tuétano de la dominicanidad.  Por eso, como pueblo, tenemos todas las condiciones para derrotar toda adversidad.

Fidel Santana
Fidel Santana
Fidel Santana: Sociólogo y político con maestria en Metodología de investigación. Desde el año 2007 imparte docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde también ha ocupado en diversas funciones de dirección en áreas administrativas. Entre los años 1999 y 2007 fue uno de los principales líderes y voceros de los movimientos sociales dominicanos. Es autor de los libros “Amín Abel: un gigante dormido” y “Resistencia y Colectivismo en los Convites Campesinos de San Cristóbal”. Fue Diputado Nacional en período 2016 al 2020, en cuyo órgano legislativo presidió la Comisión de Derechos Humanos, entre 2016 y 2020.

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