"Comí tantos pejes que me supieron a jabón"

Lito Santana

Una de las cualidades de Pedro Reyes, mejor conocido como Micuca, en Tamayo, su comunidad natal, era su intensidad cuando colocaba un caldero para preparar comida.

Quienes vivían cercanos a él, junto con doña Confesora y don Valoy, admiraban con su destreza para salcochar los víveres, sobre todo, la yuca, que cultivaba en su conuco de Cachimbá, en el paraje de Bayahonda.

Él se daba la fama de que cuando montaba en el fogón una cacerola para su desayuno, no se separaba de ahí hasta que estuviera cocido.

Lo primero era buscar virutas, luego, leña fina y finalmente, trozos de palos gruesos. Cuando el fuego estaba en sus buenas, se “arreñalaba” con un pedazo de hojalata a soplar en todas las direcciones, y hasta que su manjar no estaba en punto, no tomaba un respiro.

Su arte era cocinar para comer, mucha comida y siempre caliente. Quizás por rapidez y por sus condiciones económicas, Micuca no variaba mucho sus compañas para los víveres, que casi siempre eran huevos salcochados, pica-pica o salchichón.

Por eso, una vez que su primo Héctor lo invitó a Barahona, donde residía, Micuca "medio se preocupó", pues nunca había salido de su natal Tamayo.

"Primo, no es por nada, pero usted sabe que yo soy un hombre que no juega con su comida. Si usted le parece, yo tengo un racimo de plátano que podemos llevar", le comentó a Héctor.

"Si usted quiere traiga los plátanos qué de la compaña me encargo yo", le contestó Héctor, mientras sonreía.

Para Micuca, el viaje fue excelente y no salía del asombro con la belleza de la ciudad de Barahona, sus parques y sobre todo, sus playas, a donde llegaban decenas de pescadores, con sus yolas repletas de pescados.

A su retorno, los vecinos fueron a visitarlo y a indagar sobre su viaje que duró tres días.

Ante la pregunta de cómo le había ido por Barahona, lo primero que atinó a contestar fue: “Comí tanto pejes que me supieron a jabón", provocando una carcajada colectiva entre los que fueron a saludarle.