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miércoles, diciembre 11, 2024

¿Acaso habrá oportunidad para la paz en Haití?

Por Osvaldo Santana

La dramática y violenta historia de Haití, fuente inagotable de estudio de investigadores e inspiradoras obras literarias como “El Siglo de las Luces”, de Alejo Carpentier (1962), y singularmente, “La Isla Bajo el Mar”, de Isabel Allende (2009), no parece tener fin, y hoy es inevitable preguntarse si acaso habrá lugar para la paz y la estabilidad en tan atribulada nación.

Y viendo los hechos de estos tiempos, podría por momentos aventurarse que para entender lo que ocurre ahora: el predominio de las bandas criminales, y las luchas imparables entre los sectores de poder y los políticos, hay que mirar al pasado, desde el modo esclavista de producción, las bestiales condiciones de explotación, las luchas que reflejaron a la Francia de finales del siglo XVIII, las intrigas de poder entre los colonos blancos, las crudas y marcadas luchas entre estos y los mulatos, y entre los mismos mulatos por primacías de sangre, en atención al grado de mestizajes, entre segundones, terceros, cuarterones, y así, hasta aquellos seres vistos entonces como bestias y no como seres humanos.

Una división social y racial que engendraría la disolución de la sociedad y advendría el inacabable estado de violencia hasta nuestros días, de forma tal, que el único período de relativa estabilidad vendría a materializarse a partir de la década del 30 del siglo pasado, y posteriormente, mediante la instauración de la tiranía de François Duvalier, continuada por su hijo Jean Claude hasta 1986.

Desde la colonia, la rebelión contra la esclavitud y la larga lucha por la independencia, Haití ha sufrido una inestabilidad cancerígena. En medio del proceso de liberación, el territorio fue escenario de combates entre grandes potencias, como la misma Francia, Inglaterra y España, por ese territorio insular. En paralelo se desataron confrontaciones entre las facciones por el control del poder, por el predominio de las razas, la espiritualidad y la sinrazón haitiana.

Entrado el siglo pasado, el imperio emergente en el continente igual se abalanzó sobre Haití. Quebrada su voluntad de resistencia al capital extranjero, desde 1906, Estados Unidos impuso la presencia del Citibank, desde 1910, y con el mismo, asumió el control aduanero para cobrar las deudas nacionales dolarizadas, arrastradas por el insoportable tributo que Francia había impuesto para reconocer a la nueva nación. Una indemnización de 90 millones de francos de oro, diez veces la renta anual de Haití en ese momento, impuesta por el rey Carlos X. Para muchos, el peso de esa deuda ha lastrado las posibilidades de desarrollo de la sufrida nación.

Haití, ante la incapacidad para honrar tan onerosas deudas acumuladas, las originarias de Francia y entonces al capital norteamericano, perdió el control de las aduanas, ya en manos de Estados Unidos. Y se produjo la intervención total del país en 1914, lo mismo que ocurriría dos años después en República Dominicana, en 1916, por causas parecidas.

Importante resaltar que la resistencia armada de los haitianos a la ocupación norteamericana fue consistente, hasta que terminó diezmada por las pronunciadas diferencias de un pueblo atrasado enfrentado a un imperio que utilizó hasta aviones para combatir a los rebeldes. Y los norteamericanos pasaron a administrar todas la economía haitiana; y sus habitantes, marginados y sometidos a nuevas formas de discriminación, rememoraban el dominio de los blancos franceses, ahora matizado por los nuevos blancos instalados en todas las instituciones.

Otro capítulo en la historia haitiana que se prolongaría hasta 1934. Con la salida de las tropas norteamericanas, vendría una estabilidad relativa que se prolongaría hasta 1950, año en que ocurririó la primera elección de un gobierno por el voto universal. Paul Eugène Magloire, el elegido, un período durante el cual Haití parecía estabilizarse, pero ese gobernante ejerció con mano dura y persiguió a sus opositores, que lo derrocaron en 1956.

Entonces devino otro período de inestabilidad, hasta la presidencia de Francois Duvalier, que impuso la paz, pero la paz de los cementerios. Un desgobierno fundado en la división de los negros contra los mulatos, la promoción del vudú y el terror de los Tonton Macoute, hasta su muerte en 1971, cuando su hijo Jean Claude heredó su dominio de terror. Fue expulsado del poder en 1986. La dictadura arrasó la vida de más de 50 mil personas y la familia Duvalier desfalcó el erario nacional.

La historia volvería a repetirse una y otra vez. Violencia, inestabilidad, intentos por mantener un orden institucional, golpes de estado, corrupción y violencia, y ahora el imperio de las bandas.

Y una constante histórica también: el predominio de las grandes potencias por mantener sus dominios sobre el territorio haitiano con nuevas modalidades de control. Uno y otro intento de establecer un orden desde finales del siglo pasado hasta hoy.

¿Terminará el caos?

¿Podrán de alguna manera los haitianos establecer instituciones sólidas, que se avengan a sus tradiciones, a sus creencias, a su forma de ver la vida?

¿Acaso habrá oportunidad para los haitianos decidir por sí mismos su futuro? ¿Podrán los haitianos construir la paz, tras unas raíces de odio, división racial entre blancos, negros, mulatos… y por el origen de las etnias traídas como esclavos desde diferentes regiones de África?

República Dominicana, y la comunidad internacional, se han aferrado a la idea de pacificar Haití mediante la presencia de tropas militares o agentes policiales extranjeros para restaurar “el orden”. 

El remedio no es nuevo. Las causas de la violencia siguen enclavadas en esa parte de la isla. ¿Acaso permanecerán las tropas extranjeras todo el tiempo en Haití? Imposible.

Definitivamente, hay que dejar que los haitianos encuentren su destino, incluso, a un alto precio, pero solo ellos deben ser los protagonistas de su hasta ahora trágico y azaroso destino.

Haití tiene el potencial para mejorar sus condiciones de vida, y los haitianos deben encontrar el camino para decidir cómo. Obviamente, requerirán de algún tipo de apoyo de los países en capacidad de hacerlo, pero hay que dejar que los haitianos decidan su suerte.

AL MARGEN

Tras la proclamación de la independencia de la esclavista Francia, Haití fue sometida a un boicot durante un largo período de aislamiento internacional promovido por Francia y Estados Unidos, hasta que reconociera el pago de la brutal indemnización impuesta por compensación por los “daños” sufridos en las grandes devastaciones de las plantaciones cañeras de la economía esclavista.

Francia jamás admitió que un ejército de antiguos esclavos negros derrotara el ejército de Napoleón Bonaparte en sucesivas batallas. Temía además  que la ola de la liberación se extendiera al resto de sus colonias en el Caribe.

Había emergido la primera república negra del mundo liderada por esclavos, que obviamente abolió la esclavitud con la que Francia se había enriquecido, con el azúcar, el café y el añil tintos en sangre, que lo convirtieron en la primera economía exportadora de Europa, con la colonia más rica del mundo. De Haití salió más de la mitad del azúcar y el café que consumían los europeos. Exportaba el 37% del azúcar a escala mundial y cubría el 60% del consumo europeo. Proveía, además, todo el café y el añil.

Además de la violencia, la dura naturaleza

Pero Haití no solo ha sido víctima de la explotación colonial y las sinrazones de los haitianos. También la naturaleza ha sido implacable. Una y otra vez. Ya vimos la tragedia provocada por el terremoto de 2010, con un saldo de víctimas de más de 200 mil personas. Concitó la atención global, pero pocas ayudas, más allá de generosidades como la de José Saramago, que dedicó la edición de “Una Balsa de Piedra Camino de Haití” (2010), como contribución simbólica a la recuperación. 

Antes, igual, sufrió terremotos desastrosos. En 1770,  Puerto Príncipe quedó desolado con un temblor de 7.5 grados de la escala de Richter. Y durante toda la etapa de la rebelión de los esclavos, y posteriormente de la liberación nacional frente a Francia, el fuego fue el arma favorita, tanto de las plantaciones cañeras, como para materializar los grandes incendios de las ciudades, tanto en el norte, Cabo Haitiano, como en las demás ciudades importantes. Una historia de fuego, sangre y la furia de la naturaleza.

Pero Haití, definitivamente, no parece ser bien entendido por las potencias. El pasado 22 de noviembre, el presidente de Francia Enmanuel Macron, dijo que el Consejo Presidencial de Haití estaba constituido por "completos idiotas" por destituir al último primer ministro Garry Conille. Sólo los haitianos sabrán por qué.

Osvaldo Santana
Osvaldo Santana
Osvaldo Santana es periodista.

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