martes, octubre 8, 2024

“A mi hija le robaron el cerebro…”

Por Emiliano Reyes Espejo

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Lauterio Gómez llevó a su hija al paraje de Palma Sola, en San Juan de la Maguana, donde los hermanos mellizos Romilio y León Ventura Rodríguez, quienes crearon allí un asentamiento para seguir las prédicas con el legado de Olivorio Mateo Ledesma (Papá Olivorio). Los vecinos lo convencieron de que fuera a Palma Sola porque en aquel lugar se la podían curar.

 – “A su hija le robaron el cerebro con una brujería…”. – “Está viva por la misericordia de Dios”, le dijo uno de Los Mellizos al ver a la muchacha.

Cuando Lauterio Gómez escuchó esas palabras, dos gruesas lágrimas se asomaron a sus ojos. Sintió como si un mazo golpeara fuerte en su cabeza y su rostro cayera de bruces sobre la barbilla como si quisiera esconder su cara. Pero se contuvo para evitar la más mínima muestra de debilidad y gimoteos. Secó sus ojos con discreción y se dijo para sí mismo -haciendo gala de hombre macho sureño que dicen no temer ni al mismo diablo-: – “Los hombres machos no lloran, no lloran y no lloran, se enfrentan a las circunstancias”.

Pero uno de los curanderos, Romilio El Mellizo, le volvió a remachar en el clavo al expresar ante un Lauterio Gómez impertérrito y de mirada huidiza:

–“Lo que su hija tiene no es cosa de Dios. A esa niña le echaron una brujería endemoniada”.

Lauterio esperó paciente en una larga fila con su hija Juliana para entrar a una especie de choza rústica para ser atendido por uno de Los Mellizos en Palma Sola. El curandero estuvo acompañado de un séquito de ayudantes uniformados con ropas de color kaki, que se mostraban rígidos ante los visitantes. Eran –hombres y mujeres que procedían de diferentes pueblos- y que son llamados “la guardia de Palma Sola” o “la guardia de Olivorio Mateo”, encargada de mantener el orden, la disciplina y organizar las filas de los seguidores de Olivorio que acudían al lugar.

Las personas permanecían en el pequeño paraje, ubicado en una zona anteriormente casi deshabitada de San Juan de la Maguana. En el lugar se vivía y respiraba un sano ambiente de camaradería. La gente exhibía allí un alto gesto de solidaridad y compartía los alimentos que eran preparados en el mismo lugar.

Llegaban personas de diferentes partes, especialmente de la región Sur. Algunos iban con sus mulas y burros cargados de víveres y otros alimentos que entregaban a la guardia de Los Mellizos para consumo de todos los visitantes que se identificaban como seguidores de Olivorio Mateo y Los Mellizos,

Llegaban a este lugar –igual que Lauterio y su hija- a buscar la sanación para sus enfermedades, además de apoyo espiritual. Los más devotos de Olivorio Mateo terminaron quedándose en el lugar que crecía cada vez más, hasta convertirse en un pequeño poblado carente de servicios elementales.

Juliana, una niña hermosa, de tez blanca y cabello lacio, color negro, era la primera hija de Lauterio, quien a su vez era hijo de un familiar del general Máximo Gómez que mientras éste se fue a libertar a Cuba, él emigró a la pequeña comunidad de Monserrate, Tamayo, donde se estableció, creando allí una pequeña familia.

Cuando Lauterio entró a la consulta y presentó a su hija Juliana a El Mellizo Romilio, la cual no podía sostener la cabeza sobre su cuello y se veía famélica y enferma. Éste lo miró, y a manera de regaño, con voz fuerte, autoritaria le dijo:

-“¡Carajo! ahora es que la trae cuando ya casi no se puede hacer nada por ella”.

Lauterio no sabía cómo explicar la situación por la que atravesaba su hija ante el fuerte vaticinio de este hombre imponente, el cual le miró fijamente a los ojos. Llevaba un paño rojo en la cabeza y un túbano encendido en su mano derecha. Pensó entonces que todo en el caso de su hija estaba perdido. No valieron para nada sus ruegos a Dios y todas las visitas que había realizado a Barahona, Azua y a Santo Domingo, donde los médicos les recetaron medicamentos que no terminaban de curar a su hija.

No tenía una enfermedad de este mundo.

Cuando El Mellizo le habló en ese tono imponente y con voz como surgida del más allá, Lauterio balbuceó algunas palabras inentendibles, queriendo explicar la situación, pero optó por callar. No encontraba qué decir. El curandero tomó a la niña, se la acercó y comenzó a pasar las manos sobre su cabeza, la cual apenas podía sostener y se le deslizaba de un lado para otro sin ningún control, como “una muñeca de trapo”.

Era algo impactante. Juliana no podía sostener la cabeza y su cerebro bailoteaba en su interior “como una semilla de aguacate”. Solo podía tener la cabeza recostada, una vez la soltaba, esta se le inclinaba hacia adelante o hacia atrás, sin ningún soporte, sin la más mínima fortaleza. No tenía ni siquiera voluntad para sostenerla sobre sus desvalidos hombros. Los allí presentes miraban con pena y desconsuelo a la joven, mientras expresaban lamentos y consuelos para sus padres.

En algún momento, frente a mí, el Mellizo le puso la mano sobre la cabeza, y la pasaba suavemente, y, entonces le llevaran ramos verdes de hojas de palma recogidas en los montes adyacentes, las cuales pasaba por todo el cuerpo de la joven mujer. En ese momento solicitó a sus guardianes salir del lugar y lo dejaran solo con Lauterio y la hija.

-Tú dices que quiere a tu hija, pero no la quiere ná, cómo pudiste llevársela a esa mujer”, dijo a Lauterio el devoto de Olivorio. Éste no se repone de las fuertes palabras que le encaró el curandero:

– “A esa joven la iban a matar por unas tierras que dejaron tus padres, los cuales murieron de forma muy misteriosa y sin que ustedes lo notaran. Eso lo está haciendo un familiar suyo a quien usted quiere mucho. Tiene que cuidarse de esa persona, ella no se detendrá hasta destruirlo a usted, su familia y hasta que logre su objetivo, apropiarse de las tierras”, dijo.

-“Pero no se preocupe, vamos a curar a su hija”. A ella le robaron el cerebro con una brujería diabólica. Ella no tiene culpa de ser la principal heredera de las tierras de tus ancestros”.

Y a seguidas advirtió a Lauterio: -“Siga creyendo en esa familia suya, esa mujer es una satánica mala y no se detendrá hasta lograr destruir su familia”.

Lauterio narró a El Mellizo, quien encarnaba a Olivorio allá en Palma Sola, que hacía cierto tiempo fueron invitados a una comida por parte de su prima Zura, –familia de ambos- que vivía en la comunidad de Monserrate. Ella se esforzó para que participaran en un ritual a un Papá Bocó o Papa Legba en la jerga vudú, donde se “les montan unos espíritus a las gentes” para supuestamente mejorarle la suerte.

Extrañamente, la mujer pidió con insistencia que llevaran a Juliana porque, según ésta, le iba a preparar “un resguardo” para que nadie le hiciera daño en el futuro.

– “Ahí fue que le tendieron la trampa. En aquel momento se aprovecharon para robar el cerebro de su hija, pero el demonio no hizo el trabajo completo y apenas quebró su cuello”, expresó el curandero.

Ya adulta, Juliana relató que una vez fue llevada a Monserrate y que allí una prima de sus padres hizo una ceremonia de brujería para robar su cerebro. Contó que Zura, que ella llamaba La Tía Zura, esperó a su familia con un banquete en una mesa con mantel rojo brillante, reluciente, rebosante de comida. En esa mesa había un pollo enorme parecido a un pavo. También, pan, manteca de coco, refresco rojo, amarillo y de color uva o morado.

– “Pusieron dos bateas al lado, una de zinc y otra de plástico para que yo me bañara con sangre de animales”, expresó.

Contó que, aunque era una niña que entraba a la pubertad, recuerda muy bien el afán de La Tía Zura para que participara en la ceremonia. –“En una mesita que reservó para mí, me tenía una comida sobre un paño blanco para que yo comiera un chin de pollo sancochado. Quiso, y con mucha insistencia, que yo comiera un pedacito del pollo y también de cada uno de los alimentos que me puso en la mesita”, narró.

Describió que además había colgado “un colador gigante, bien grande, que se usa para hacer café”, ubicado en un extremo de las mesas. También, había allí “un puerco gigantesco, tan grande, pero tan grande, que parecía una vaca”. El enorme animal miraba fijamente a las personas, especialmente a ella, lo cual la llenaba de temor y pedía a su padre que regresaran a su casa en Tamayo, apenas a unos dos kilómetros de Tamayo.

Pero su padre Lauterio actuaba como un autómata y no le hacía caso, se plegaba a todo lo que Zura le pedía y como ésta se lo solicitó, optó por permanecer en aquel lugar. Luego, como parte de la diabólica ceremonia, la hicieron bañarse con todo y ropa en las dos bateas “y el agua que le echaron por encima de la sangre la pusieron en una mesita debajo del altar”. En el ínterin, “prendieron dos velas al revés” y las colocaron sobre el altar.

En tanto, Lauterio observaba y hacía todo lo que le decía su prima Zura, quien actuaba acompañada de un fornido hombre negro de unos siete pies que llamaban Mandín, el cual era alto y musculoso, con ojos y cabellos rojizos. Nadie en Monserrate supo nunca la procedencia de éste. Solo se decía que este hombre de tez extremadamente negra se apareció un día donde Zura y a partir de entonces se convirtió en una especie de esclavo que hacía mansamente lo que ella le indicaba. El recién llegado fortachón no tenía que usar su fuerza descomunal para atemorizar a las gentes del poblado, solo bastaba con que las mirara con sus ojos colorados y fulgurantes. Que los vecinos supieran, su misión visible era pastorear a enormes animales que Zura criaba en tierras adyacentes a su casa.

Así fue que al día siguiente de realizar esta rara visita a Monserrate, Juliana amaneció como una sonámbula y su cuello a partir de entonces no podía sostener su cabeza que tenía que permanecer recostada de algo.

Después de visitar a los médicos, Lauterio y su hija Juliana realizaron varias visitas a Palma Sola donde fueron asistidos por Los Mellizos devotos de Olivorio, quienes la ensalmaban personalmente. Los viajes lo realizaron en mulos y caballos por los viejos y empedrados caminos de Santana, Guanarate y Cabeza de Toro. Pasaban por algunos poblados de San Juan de la Maguana y desde allí se trasladaban al campamento o pequeño poblado de Palma Sola.

Juliana se fue sanando poco a poco. –“Olivorio a través de Los Mellizos, me hizo unos ensalmos y me fui mejorando”, decía ésta con aire de satisfacción.  Explicó que como agradecimiento ella y su padre decidieron quedarse un tiempo en aquel misterioso lugar. Luego viajaban allí los fines de semana. En Palma Sola ayudaba en asuntos de enfermería y a cuidar niños enfermos. Su padre Lauterio se alistó en la Guardia de Palma Sola y viajaba todos los fines de semana a hacer sus servicios voluntarios, ya que durante los demás días laboraba en el ayuntamiento de Tamayo.

A éste, después de todo, lo acompañó la suerte. La semana que no fue a Palma Sola, tropas del ejército y la policía asaltaron el lugar y fueron enfrentados por los seguidores de Olivorio y devotos de Los Mellizos, produciéndose una verdadera masacre en aquel santuario, el cual dejó decenas de muertos. El gobierno envió a allí un contingente militar. 

“Durante los acontecimientos, resultó muerto el general de brigada Rodríguez Reyes, que comandaba las tropas militares, y resultó herido el entonces mayor Francisco Alberto Caamaño Deñó. Se dijo que “el móvil fundamental lo constituyó la intención de aniquilar un movimiento de carácter mesiánico y popular que, a comienzo de los años 60, seguía las prédicas de Olivorio Mateo”.

Lauterio conservó por un buen tiempo su uniforme kaki de Los Guardias de Palma Sola, que usó entonces y lo atesoraba como una conmovedora experiencia y un nostálgico recuerdo. Juliana, en tanto, se trasladó a la capital y allí procreó una gran familia. Cuando yo la visitaba en su residencia de Buenos Aires de Herrera, me decía llena de entusiasmo:

-“Sabía que vendría una visita, se lo dije a mis hijos, hoy me visita un ser querido…”. Tenía entonces un brindis preparado.

Cuando le pregunté cómo se enteraba de manera anticipada de las visitas, me respondió que el día que iba a recibir una visita en su hogar un grillo activaba su canto de manera insistente desde que despertaba. El insecto callaba mientras la visita permanecía en su casa y volvía a cantar después que se marchaba. Para ella, esa era una señal de que, gracias a Dios, había recuperado sus facultades cerebrales y aquellos dones divinos que le permitían hacer adivinanzas de los números de la Lotería, volvieron a ella, lo que servía de halagos para su familia y allegados.

Había recuperado el cerebro que le robaron en su niñez.

*El autor es periodista.

Emiliano Reyes
Emiliano Reyes
Periodista y Gestor de relaciones públicas

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