miércoles, septiembre 25, 2024

Un viaje inolvidable: Bahía de las Águilas, el gran destino

Por Osvaldo David Santana

Este es el último de una serie de tres artículos sobre el inolvidable destino de Pedernales. Si leíste los anteriores, quiero agradecerte; si no, te dejo los enlaces del primero y del segundo de esta serie, que relatan las andanzas de un grupo de cuatro adultos y tres niños por esta provincia fronteriza.

Es nuestro tercer día en la provincia de Pedernales. Nos levantamos dispuestos a colar un cafecito y preparar el desayuno, cuando nos percatamos de que nuestra nevera está vacía. Es la oportunidad perfecta para visitar los supermercados y comercios, hablar con la gente y conocer un poco sobre la calidad y la variedad de los productos que ofrecen.

El menú indicaba huevos revueltos con vegetales, víveres disponibles en la zona y jugo de las frutas de temporada. Caminé hacia el colmado más cercano y no encontré frutas para preparar el jugo. Por suerte, un vecino nos regaló mangos, ¡listo! Jugo resuelto. Regresé a la casa, busqué el vehículo y llegué a un supermercado.

El establecimiento, pequeño, limpio y bien organizado, estaba atendido por su dueño, un señor de edad avanzada que buscó en los anaqueles, por cuenta propia, todo lo que necesité. Al mismo tiempo, explicaba cómo el pueblo comenzó a incrementar los precios de todos los artículos, desde los huevos hasta el metro de tierra, solo por los anuncios del gobierno sobre las nuevas inversiones.

Resultó ser una conversación muy amena, di las gracias y me despedí. Al salir, en el mercado público, encontré ajíes, cebolla, tomaticos y lo que nunca: pagué RD$75.00 por un aguacate en Pedernales. Para mí fue un escándalo, pero lo pagué. Finalmente, regresé, desayunamos y partimos hacia Bahía de las Águilas.

Saliendo del pueblo por la Fortaleza Enriquillo y girando a la derecha en el cruce, entras a la carretera de Cabo Rojo. En otras ocasiones, rodar en este camino era impresionante, pues el paisaje cambiaba drásticamente. El color rojizo de la tierra se impregnaba en las hojas y troncos de los árboles, producto del polvillo que levantaban los vehículos, y todo se tornaba a un color rojo ladrillo que nos dejaba boquiabiertos.

En este viaje, el camino estaba en construcción y recubierto de un material blanco, aparentemente la base para la pista de asfalto, así que no tuvimos el chance de ver este fenómeno.

Si próximamente tienes planes de visitar Bahía de las Águilas, debes estar atento o atenta a este tramo, pues están construyendo y el trayecto es muy irregular y poco señalizado. Tomamos un giro equivocado y fuimos a dar a Port Cabo Rojo. Intentamos aprovechar y desmontarnos, pero el polvillo del caliche era muy fuerte y decidimos retornar para llegar a nuestro destino original.

Después de atravesar el bosque seco, llegamos al Poblado de la Cueva de los Pescadores. Aquí encontramos varios restaurantes y las famosas cabañas para hacer “glamping”. Así es, las cabañas no están en la playa de Bahía de las Águilas, pues esta playa es una zona protegida y está prohibida la construcción de hoteles y restaurantes.

Entramos a un bello restaurante. Con el calor, se nos antojaron unas cuantas cervezas frías, mientras decidíamos nuestro medio de transporte para llegar a la playa. Puedes ir en bote o en tu propio vehículo; ambas experiencias son memorables.

Si vas en vehículo, descubrirás una de las vistas más asombrosas del país. Si te decantas por el bote, el capitán de la nave hará un recorrido entre la costa y las estructuras rocosas que se alzan sobre el mar, llamadas farallones. En este espectáculo, los pelícanos alzan su vuelo, arrojándose al agua tras su presa, ejecutan su papel en esta trama a la perfección.

En corto tiempo, hemos llegado a la playa Bahía de las Águilas. Desde el bote, se puede ver la variedad de tonalidades de azul, desde el más oscuro hasta el más turquesa. Al tocar tierra, notamos el agua más cristalina que cualquier playa en el país pueda poseer. Nos apuramos a la sombra más cercana, comenzamos a desvestirnos, mientras disfrutamos de la fina arena blanca que entra a nuestros bultos y calzados. La luz es tan brillante y cálida que nos obliga a refrescarnos en las transparentes aguas. Al zambullirnos en el agua, los peces nadan entre nuestras piernas, mordisquean nuestros pies y, a veces, saltan y chapotean a nuestro alrededor.

Y ahí pasamos la tarde, hasta que nuestro capitán llegó a la hora acordada y nos devolvió al punto de partida. Podemos decir que llegó justo a tiempo, porque, pasar varias horas en Bahía de las Águilas, entre sol, agua, viento y arena, despierta el apetito.

Retornamos con mucha hambre y el restaurante solo tenía disponible un bufé con mariscos fríos, pescado frito y lambí en diferentes versiones. Sin embargo, ese no era nuestro plan; queríamos que nos prepararan una paella y nos concedieron el deseo. Luego, colaron un cafecito que quedó por la casa, muy bueno. Nos trataron muy bien y nos reímos muchísimo con las ocurrencias de los camareros, la mayoría de ellos provenientes de la provincia de Barahona. Nos trataron como familia.

A la mañana siguiente, con nuestros bultos, entregamos el hospedaje y partimos hacia la ciudad de Santo Domingo. Esta vez, hicimos una parada en el balneario Arroyo Salado, ubicado en la comunidad de Juancho, Oviedo, un estuario rodeado de manglares. Un lugar excelente para los que buscan darse un chapuzón y hacer el largo viaje un poco más entretenido.

Por igual, es el balneario de Los Pocitos en el pueblo de Paraíso, lugar muy concurrido en horas de la tarde por los habitantes de la zona. Agua fresca y dulce a la orilla de la empedrada playa, muy parecido a Los Patos y San Rafael. En este punto hicimos una parada técnica y compramos frituras. Recomiendo las arepitas de yuca rellenas de queso; es una masa frita de sabor más dulce que salado y muy suave, similar al bollito de yuca, pero no es lo mismo, debes probarlas. Te sorprenderás.

Para los que buscan momentos "instagrameables", un poco antes de llegar a las inmediaciones de la playa El Quemaíto de Barahona, te encontrarás con un personaje llamado Silvio Coco. Este señor pinta su cuerpo, se viste de aborigen y baila a su propio son; te hará pasar un buen rato. Además, los cocos que vende tienen tanta agua que con la mitad de uno es suficiente.

Nuestro viaje de ida ocurrió durante un jueves festivo, y el regreso un domingo, así que no tuvimos el chance de detenernos en la Escuela Taller-Museo del Larimar. Recomiendo detenerse en este punto, ubicado en la comunidad de Bahoruco, en Barahona.

La historia detrás de esta piedra semipreciosa debe ser conocida por todos los dominicanos. Si compras algo, estarás apoyando a los orfebres y mineros que trabajan y viven de este material.

Como mencioné antes, recorrer la carretera hasta Pedernales y volver es una aventura inolvidable, llena de paisajes impresionantes, aguas refrescantes y la calidez de la gente que te recibe con los brazos abiertos. Todavía nos quedan otros destinos por visitar, sin duda, volveremos.

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