Por Federico Pinales
La política y la religión son las dos actividades humanas que los dominicanos practicamos con más fe y devoción.
Confiados siempre en quienes cada sábado y domingo nos alimentan las esperanzas de alcanzar un maravilloso mundo de paz y salvación.
Les creemos y los seguimos de corazón,
sin investigar a profundidad la verdadera intención,
que se esconde detrás de cada predicación.
Al igual que en la política, en las religiones hay hombres y mujeres bien intencionados,
que, sin haber sido aún bautizados,
por sus acciones en ellos hemos confiado.
Sin embargo, hay otros endemoniados,
en quienes también hemos confiado para dirigir la Nación, porque siempre se han presentado como la mejor opción, pero como si se tratara de una maldición, al final nos dejan sumidos en una profunda frustración, combinada con pobreza y depresión,
porque el germen de la corrupción es un mal sin solución, que corroe a toda la Nación, en perjuicio de la parte más sana de la población.
Con la solapada cooperación, de algunos representantes de ciertas instituciones, llamadas a aportar en la búsqueda de sabias soluciones, fuera de los tiempos de elecciones, en los cuales se derrochan miles de millones, en campañas de manipulaciones.