Por Francis Santana
Si las generaciones del presente y del porvenir se orientan y actúan guiadas por las enseñanzas de Iván Rodríguez, de seguro que avanzaríamos a pasos agigantados hacia la construcción de una sociedad en la que la honradez, la firmeza en los principios, la honestidad, la elevada sensibilidad social y el amor infinito a los pueblos del mundo, serían los signos predominantes en los nuevos tiempos.
Porque Iván nos marcó para siempre, demostrando convincentemente que se puede y se debe vivir con transparencia y que por la entrega incondicional a la causa emancipadora de la humanidad, jamás se debe pasar facturas, ni envilecernos de mezquina arrogancia individual.
En medio de asfixiantes privaciones materiales, Iván puso de manifiesto que él es de los que no tienen precio.
En medio de la difícil clandestinidad y del ostracismo, demostró que los verdaderos revolucionarios no se amilanan ante ningún desafío.
En la cárcel y las torturas, nos enseñó que la voluntad y el temple de un auténtico gladiador del pueblo, no se doblegan, ni siquiera ante la muerte.
En el fragor de la guerra puso en evidencia la audacia inquebrantable de su férrea voluntad y armadura moral.
Y en los terribles y angustiantes días de sus dolencias físicas, nunca manifestó una queja, ni declinó en un solo instante su irrenunciable convicción de abrazarse hasta el final, por entero y con entusiasmo, a promover la imprescindible unidad de las fuerzas del campo democrático y liberador como condición obligada para poder materializar los más elevados sueños de su pueblo, al que amó sin medidas y sin exigir para él, absolutamente, nada a cambio.
Iván Rodríguez, durante toda su transparente y ejemplarizadora vida de bien, solidaridad y sacrificios inenarrables, tiene que ser uno de los máximos exponentes del ser humano, que pretendemos forjar en la nueva sociedad a la que aspiramos.
Por esas y otras tantas cualidades que marcaron sus pasos entre nosotros, Iván se constituyó en un extraordinario ser humano, en uno de los hombres y mujeres mayormente admirados por todo el movimiento revolucionario nacional, de América Latina y el Caribe, e incluso, respetado hasta por sus adversarios.
Adiós, comandante de la dignidad.
Gracias eternas por tu ejemplo.