Rafael Aquiles Rivera Andújar
El pasado domingo 17 de agosto, en las elecciones generales presidenciales y legislativas, desarrolladas en Bolivia, la izquierda, después de 20 años en el poder, pierde de manera vergonzosa, entre otras causas, pero, sobre todo, por la tozudez y el ego personal del líder del movimiento indígena, expresidente Evo Morales.
Entre el presiente Luis Arce Catacora y Evo Morales dividieron al movimiento político y social de los sectores indígenas más poderoso de América Latina (Movimiento al Socialismo (MAS), al grado tal que, en la práctica, no participaron en el proceso y en su defecto les dejaran la cancha abierta a la derecha y la ultraderecha blanca y racista.
Al parecer no hubo forma de ponerse de acuerdo entre estos dos lideres.
Mientras Evo acusaba a Luis Arce, de abrazarse a la derecha, Arce acusaba a Evo de no dejarlo gobernar y creerse que él era el presidente.
Lo cierto es que Evo Morales no valoró en su justa dimensión algunas actuaciones del presidente Luis Arce, como las siguientes:
1ro. Que Luis Arce le permitió la entrada sin obstáculos a Bolivia, a su patria, después de un arriesgado rescate por el presidente Mexicano Manuel Andrés López Obrador.
2do. La posición del presidente Arce, respecto al genocidio y limpieza étnica que Israel lleva a cabo en Gaza en contra de su población, llegando a romper relaciones diplomáticas con Israel.
3ro. – La postura de Arce en torno a la izquierda de nuestra región, coherente siempre en todos los fórum y eventos internacionales.
4to.- La incorporación de Bolivia a los BRICS y su cercanía geopolítica con Rusia y China.
Por estas acciones del presidente Arce, desde fuera, no lo veíamos inclinado hacia la derecha. Lo que sí vimos desde aquí a un Evo Morales, que su ego personal lo cegó y lo obnubiló a un grado tal que no le permitió ver el daño que le estaba ocasionando a la gran masa social que representa y lo que significa Bolivia en el tablero geopolítico latinoamericano y sobre global, por el gran potencial de reservas energéticas, en término concreto de gas natural y litio.
En este orden, el llamado a votar en blanco en las elecciones recién pasadas en Bolivia huele a estupidez o a traición. Tanto Evo, Arce y el resto de dirigentes principales del Movimiento al Socialismo, muy pronto se darán cuentas de su grave error.
Los resultados de las elecciones fueron los siguientes: Rodrigo Paz (Partido Democrático Cristiano): 32,14% (1.625.882 votos); Jorge Quiroga (Libertad y Democracia): 26,81% (1.356.370 votos); Samuel Doria Medina (Unidad): 19,86% (1.004.846 votos); Andrónico Rodríguez (Alianza Popular): 8,22% (415.611 votos); Manfred Reyes Villa (Autonomía para Bolivia): 6,62% (335.126 votos) y Eduardo del Castillo (Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos): 3,16% (159.769 votos).
Hay que subrayar que el 19,4% de los votos fueron nulos, es decir, un total de 1.252.449. Estos son los votos de Evo, lo que significa que si hubiesen participado con un único candidato no solo estuvieran dentro del balotaje con posibilidades reales de ganar, sino que tuvieran una gran representación en la Asamblea Legislativa y Plurinacional.
Si partimos de que los candidatos progresistas Andrónico Rodríguez (Alianza Popular, 8,22% (415.611 votos) y Eduardo del Castillo (Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, 3,16% (159.769 votos) y el 19,4% de los votos fueron nulos, es decir, los 1.252.449, de Evo morales, otro gallo cantaría.
No cabe dudas que independientemente de la economía desastrosa de la gestión de Luis Arce, la izquierda tenía todas las posibilidades de conservar el poder en Bolivia.
Pero perdieron de vista que la derecha latinoamericana de hoy no es ni por asomo la de los años 80, 90 hasta el 2010. Tampoco el enfoque regional del Imperio del Norte es el mismo.
Lo que no cabe un centímetro de dudas es que estas lecciones constituyen una derrota política para la izquierda latinoamericana, y en término particular para Evo Morales. Eso lo vamos a ver con más crudeza, desde el mismo momento que los posibles ganadores asuman el poder.