Por Octavio Santos
Cheo Zorrilla falleció este domingo 8 de junio luego de varios meses aquejado de problemas de salud.
Zorrilla aprendió a cantar antes que a rendirse. Es probable que nadie haya dicho nunca esa frase en voz alta, pero basta escucharlo contar su historia para saber que es verdad. Cantautor, compositor, pianista, burócrata accidental y licenciado tardío con honores. La biografía de Zorrilla está hecha de giros inesperados y versos melódicos, pero sobre todo de tenacidad. De esa que no levanta la voz, pero insiste.
Cuando se menciona a Cheo Zorrilla en la música dominicana, se abre de inmediato un cancionero en la memoria colectiva. "Mi amado cirineo", “Apocalipsis”, “Al nacer cada enero”, “Olvidar, olvidar”, “Los hombres de rabia lloran”, “Se me secó la piel”, “Pero llegaste tú”… Títulos cantados por las voces grandes de este continente: Danny Rivera, Chucho Avellanet, Basilio, Lalo Rodríguez, La Sophy. Canciones que estuvieron entre las mejores del Festival OTI. Canciones que sobrevivieron a la radio y a la nostalgia.
Pero Zorrilla no fue solo músico. Ni solo estudiante. Ni solo funcionario. Fue todo eso en etapas superpuestas y, a veces, conflictivas. Porque la vida lo empujó muchas veces a escoger, a renunciar temporalmente a lo que amaba por lo que debía.
En 1967 entró a la universidad por primera vez. Sin becas, sin red de apoyo, subsistiendo con clases de música y las noches en el Mesón de la Cava, donde ganaba 420 pesos al mes. En aquel entonces, eso alcanzaba para comprar un carro en seis meses. Pero no alcanzaba para sostener un sueño en la universidad, al menos no sin interrupciones. “Pasé mucho trabajo, pero seguí adelante”, diría años más tarde.
Y lo hizo. Pero a trozos.
Estudió administración de empresas, luego la pausó. Se casó. Prometió que terminaría la carrera. Volvió a pausarla. A petición de su esposa, abandonó un trimestre para ayudar con el negocio familiar. Un sacrificio silencioso que lo alejó, por segunda vez, de los salones de clase. El compromiso, sin embargo, seguía anotado en la libreta de sus pendientes vitales.
El día que cambió el piano por un escritorio
En los años 90, la música cedió su lugar. El llamado vino de un amigo: Yaqui Núñez del Risco. Zorrilla se convirtió en vicegobernador del Aeropuerto Internacional de Las Américas. No fue un sueño suyo, pero sí una responsabilidad. El salario —5,000 pesos, bastante para la época— lo convenció. “Lo tomé como para los dulces”, diría en tono de chanza. Pero fueron esos dulces los que terminaron sosteniéndolo cuando, por cosas del destino, la música le soltó la mano.
Después vino el giro más entrañable de su historia. La vida le dio tiempo y una compañera que lo animó a volver a estudiar. Esta vez fue Relaciones Internacionales. No solo terminó la carrera, sino que lo hizo con honores. Fue el mejor del curso. Dio el discurso de graduación. Estudiaba a escondidas de su hija para sorprenderla. Cuando lo logró, se quebró por dentro. “Valió la pena”, dijo.
Y sí, valió. Porque ese no fue el final, sino el principio. Llegaron dos maestrías más. Y un viaje a Japón que le impidió graduarse el día previsto. Pero en Tokio ocurrió otra escena digna de canción: aprendió su presentación en japonés, sin hablar japonés. El público lo amó.
La historia detrás de las canciones
A estas alturas, nadie puede decir que conoce bien a Cheo Zorrilla si solo lo ha escuchado en las voces de otros. El hombre que escribió “Apocalipsis” también escribió su propia redención en letras pequeñas: las de las notas académicas, los informes de trabajo, las partituras incompletas.
Su historia no es la de un artista que subió a un escenario y se quedó allí. Es la de alguien que supo bajarse a tiempo, ponerse el traje de la cotidianidad, ayudar a otros, y volver —sin ruido— a hacer lo que quería desde joven: terminar su carrera.
Eso también es arte.
Y sí, Cheo Zorrilla compuso muchas canciones. Pero la más íntima, la más completa, la más honesta, fue su vida.
Demasiado buenos para escuchar un adios cheo zorrilla amigo y hermano. Caramba,la muerte no tiene cuerpo y ardidez.