sábado, octubre 5, 2024

El otro golpe: la muerte de nuestro hermano

Por Melton Pineda

Aún no recuperado de esos golpes, de la muerte el 5 de abril de 1977 (día del periodista) de nuestra madre y de nuestro padre Cornelio Pineda Sánchez en 1994, nos llega la infausta noticia de la muerte, aunque no intencional, pero sí cubierta por la irresponsabilidad de personas que por cualquier motivo o sin razón, lanzan disparos, y uno de esos fatales momentos, le tocó a nuestro hermano, casi médico Bernabé Alexis Pineda Féliz.

A este joven promesa en la carrera médica solo le quedaban dos materias para terminar sus estudios de Medicina en la Universidad Central del Este.

El mismo día de la tragedia en Barahona, había estado en mi residencia de la avenida Enriquillo de la capital. Parece que el día presagiaba hechos fatales. Le pedí junto a mi esposa Ana Medina que nos acompañara donde la comadre Mayra Pérez y Luis de León a degustar unos camarones, pero por más que insistíamos, éste se negaba.

Tuvimos que revelarle el motivo de la invitación y era que en la policía lo habían aceptado como asimilado, con la promesa de que cuando presentara la tesis de grado de Medicina iría a las filas de esa institución, y luego a la graduación como oficial.

Esa noticia, que la teníamos reservada, no lo hizo ceder en su determinación de viajar a Barahona a celebrar con sus amigos. 

Desde hace decenas de años, nuestra abuela materna, Rita Féliz, nos pregonaba que estábamos amparados en una custodia espiritual, que ni las balas de los enemigos, ni la maledicencia de persona humana, nos podía dañar nuestra vida. Tal parece que el resguardo funcionaba solo para Melton Pineda.

Pregonaba nuestra abuela, y así convenció a nuestros padres de que un ser llamado Ogún Valeyó se convirtió en un guardián que nos amparaba en cada momento difícil.

A raíz de esa muerte, aún laborábamos como relacionista público de la Dirección General de Prisiones, con el doctor Ramón Martínez Portorreal, quien de inmediato se constituyó en abogado de la familia y se apoderó del caso.

Además, era director de Revistas y Suplementos del Periódico El Siglo.

Portorreal buscó como abogado auxiliar al doctor Miguel Féliz (El Ciego).

A la causa se le unió luego el doctor Hipólito Moreta y el doctor Odalis Ramírez.

Desde el día de la tragedia de nuestro hermano, nos unimos esa misma noche a las investigaciones, mientras despachábamos el cadáver a la capital, a la unidad del Instituto de Patología Forense en la calle Correa y Cidrón para que le practicaran una autopsia.

Esa noche y hasta en horas de la madrugada, tuvimos la información de que un carro, color azul, había pasado por el control de La Virgen en Barahona.

Indagamos sobre el cruce de ese automóvil por ese control policial, y un agente nos informó que en el vehículo iban dos personas.  A ese agente policial, extrañamente, supimos que le habían dado muerte.

Las patrullas de la Policía apresaban a todos los carros de color azul claro que circulaban por todos los retenes.

Esa misma noche supimos que ese automóvil había pasado por unos caminos desde el municipio de Polo, hasta el municipio de Paraíso en Barahona y que bajó en horas de la madrugada.

Al día siguiente, la joven que andaba con nuestro hermano al momento del disparo que le segó la vida en la carretera Barahona-Palo Alto, resultó muy útil para los agentes de investigación y la montaron en el patrullero. Mientras daban vueltas en Barahona, en Villa Central, al ver un carrito azul, la joven se alarmó y alertó a los agentes investigadores. Aseguró que fue desde ese automóvil que les dispararon la noche anterior.

El conductor y propietario fue apresado y se le incautó el vehículo. Era un señor de oficio mecánico llamado Emilio Figuereo, miembro del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), jefe de mecánica del Ingenio Barahona, quien en compañía de la secretaria del Administrador de esa factoría azucarera llamada Esperancita, andaban dándose unos tragos en Cabral, y decidieron irse a Barahona, por el camino carretero El Peñón, algo raro, porque normalmente desde Cabral se viaja a Barahona a través del cruce que está a la entrada de Barahona.

Se demostró que el vehículo de la víctima rosó por accidente la parte delantera del automóvil azul, lo que ocasionó que el victimario le cayera a tiros, logrando alcanzarlo en la nuca, lo que provocó una muerte inmediata a nuestro hermano.

Luego de los interrogatorios de la policía, el victimario declaró que había hecho unos disparos, pero que era muy lejos del lugar del hecho, o sea, en el tramo carretero, y que venían bebiendo unos tragos.

Acudimos al lugar, y precisamente, en el punto donde el señor Figuereo dijo que había hecho los disparos, encontramos cuatro casquillos de pistola 9 milímetros de diferentes colores.

¡Qué ironía de la vida!

En los interrogatorios, a cuyos datos tuvimos acceso, Figuereo declaró, que pasó por el lugar del accidente en la carretera, a eso de las 9:30 de la noche, que vio un grupo de vehículos con las luces encendidas, pero que no se detuvo y que siguió porque creía que era un accidente automovilístico.

Entonces los investigares le informaron que precisamente el “accidente a tiros” que segó la vida a Alexis Pineda fue a eso de las 9:15 P.M., en ese mismo lugar.

Ante estas revelaciones de los oficiales investigadores, este entró en nervios y defecó en los pantalones, rogándole a un alto oficial del grupo de investigación que le cambiaran la ropa.

Hubo que detener los interrogatorios, mientras se lavaba la sala de investigaciones por la pestilencia.

Me invitaron a pasar al Palacio de la Policía en Barahona y me dijo que al que acusarían a Figuereo, pero “debo decirte, que él es amante de Esperancita, y Esperancita ya confesó y esta señora es la que, cuando tengo invitados en la Policía, le mando a preparar una bandeja de picaderas y nos manda dos”.

“El señor Figuereo es el mecánico que me arregla mi yipeta, o sea, que son a los que menos quisiera acusar la institución del orden, pero fueron ellos quienes dieron muerte, aunque accidentalmente, a tu hermano”.

Bajamos a la explanada de la Policía y nos mostró el rayón que tenía el automóvil azul propiedad de Figuereo, que tenía la misma pintura del otro vehículo en que andaba nuestro hermano.

Entre reenvíos del proceso, el señor Figuereo logró mediante cuñas salir en libertad bajo fianza, mientras yo estaba fuera del país.

Esto provocó que visitáramos en la Cámara de Diputados a mi amigo, entonces diputado, Reynaldo Pared Pérez, para darle la queja de que un diputado de Villa Central que era como hermano del que asesinó a nuestro hermano Alexis Pineda en Barahona… y podía ser acusado de cómplice del hecho por proteger al victimario.

El doctor Pared Pérez, visiblemente indignado, nos dijo: “déjame eso a mí”. Eso no se tolera en el PLD, vete tranquilo”.

A los pocos días, la persona se retiró del caso, nos llamó dándonos las excusas y que no volvería a interferir en ese hecho bochornoso.

Recuerdo que me presenté a la Suprema Corte de Justicia, donde el doctor Néstor Contín Aybar, enviado por Martínez Portorreal.

Le expusimos las causas de nuestra visita, y nos dijo: ahhhh, estoy enterado, lo leí en el periódico El Siglo, “pero ¿cómo que lo pusieron en libertad con un muerto por el medio?, nos decía sorprendido el magistrado Contín Aybar”.

A los dos días, le suspendieron la fianza al imputado y luego de varias persecuciones, nos agenciamos la contratación de dos detectives privados y precisamente a los pocos días, el imputado entró a su casa en la Quinta Avenida de Villa Central, se llamó a la justica y a la Policía, se le rodeó la casa y el señor Figuereo fue reapresado.

Viajamos a la ciudad de New York, y luego de ser juzgado, no asistimos a la audiencia, y el imputado lo condenaron a solo tres años de prisión.

Cambiamos de abogado suplente, quien, al parecer, hizo algo no santo, y el Dr. Portorreal, Odalís Ramírez e Hipólito Moreta, lograron inhabilitar al doctor Édgar Féliz Méndez por indisciplina de estrado.

Por la parte imputada asumió la defensa el doctor Noé Sterling Vásquez, y en Apelación se logró cambiar la condena de tres a 20 años de prisión, de los cuales cumplió 13.

Pero, además, a la tal Esperancita, que decía “que cuando en el Palacio sepan que ella estaba presa como cómplice de ese crimen no duraría tres horas detenida”, le cantaron cinco años de prisión.

Recurrimos el recurso y se le anuló la prisión a pena cumplida, y por faltas reiteradas a las audiencias se logró una sentencia que poseemos con orden de prisión para que cumpla la pena de 20 años completa.

Este caso sonó en todos los medios de comunicación del país, porque se puso un ejemplo en la justicia de Barahona que no todos los hechos quedan impunes y se aplicó la ley. 

Melton Pineda
Melton Pineda
Periodista

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