Por Santo Salvador Cuevas
Si la democracia es el poder del pueblo, en donde escoge a sus gobernantes, entonces hay que valorar que las elecciones para elegir el presidente de los Estados Unidos de América es la negación de todo vestigio de democracia.
No solo porque se trata de un modelo arcaico, perdido en el tiempo, poco transparente y complejo, sino también, porque en ese sistema electoral el pueblo ni las grandes mayorías eligen con sus votos a sus mandatarios.
Hillary Clinton arrasó con mucho más de 2 millones de votos del pueblo muy por encima de su oponente Donald Trump, y la decisión del voto indirecto de los Colegios concedió la victoria a Trump.
Es difícil creer en un proceso electoral en donde las elecciones generales se anuncian para el martes 5 de Noviembre y ya desde una semana antes han votado por adelantado millones de ciudadanos, muchos de los cuales envían su voto o boleta por correo.
Ese proceso es tan complejo como antidemocrático, pues la gente vota pero no decide.
Más bien deciden las minorías que se imponen en cada Colegio electoral.
El mundo entero no entiende de ese berenjenal en el proceso electoral de EE. UU., pero a nadie en el mundo se le ocurre cuestionar ni pretender cambiar esa forma de votación.
No he visto a Nicolás Maduro inmiscuirse en los asuntos internos de los EE. UU., tal insiste esa nación en pretender imponer la regla en un país que cuenta con el sistema electoral más seguro y creíble del mundo.