Tony Isa Conde
Cuando se presentan datos de crecimiento o desaceleración de la economía, como ocurrió en el semestre pasado, las cifras son promedios que no reflejan la desigualdad económica y la realidad social de nuestro país.
La clase alta y parte de la media parecen inmunes a la recesión, mientras los más desposeídos se tragan un cable. Productos de lujo son menos sensibles a los cambios. Los artículos exclusivos y de lujo hasta han aumentado sus ventas, los restaurantes se mantienen llenos sin sentir el apretón financiero.
En el otro polo se dificulta el acceso a servicios esenciales, ampliándose la brecha de la desigualdad que se hace más visible en tiempos difíciles.
Sin políticas redistributivas sólidas, la desigualdad se agrava. Decisiones económicas favorecen estratos altos. Esto debe cambiar.
Las estadísticas no cuentan toda la historia, ni la lucha de los más desposeídos por sobrevivir.
Reconocer esta realidad es esencial para formular políticas inclusivas capaces de disminuir la brecha, no solo por razones humanitarias sino de beneficio económico.
A más consumo mayor producción y empleos, un círculo virtuoso de bienestar colectivo. Debemos trabajar por un futuro mejor para todos.