martes, octubre 22, 2024

¡Si Abinader se planteara una reforma migratoria!

Por Alfonso Tejeda

En esta inusitada marea de reformas institucionales, económicas y sociales propuesta por el presidente Luis Abinader, hay una, que, sin clasificarla con ese nominativo, es la más apropiada para que se le considere como tal, por las transformaciones que pudieran derivarse de ella, si es que el mandatario se decidiera por asumirla: la migración haitiana en el país.

Las modificaciones constitucionales de la reelección y de cómo designar al principal ejecutivo del Ministerio Público, siempre el tiempo las marcará, así cómo definiría el crecimiento económico los impuestos a pagar en cada etapa del desarrollo, lo mismo que las relaciones entre los agentes productivos estarán normadas por el avance alcanzado por los generadores de riquezas, empresarios, obreros y servidores informales.

La presencia de haitianos/ as en el país es una realidad inmanente, agravada ahora por la situación que padece Haití, que empuja a los suyos a salvarse cómo y dónde puedan, y es fácil llegar a Dominicana por la cercanía, sin contar que la migración es un fenómeno global consustancial a la humanidad, del que participan casi tres millones de dominicanos/ as, repartidos por el mundo, tras mejores condiciones para vivir y mayores posibilidades de alcanzar metas.

Entender eso es tan elemental como reiterar que ambos pueblos son diversos, las dos naciones disímiles y con culturas propias, pero comparten una isla, que como tal es “indivisible”, circunstancia que es muy anterior y más permanente que el manipulado sentido que en el país, la patriotera atribuye a los haitianos de “reclamar” a Quisqueya solo para sí, por esa unidad insular.

Superar ese inicial prejuicio, que extensivo permea toda la historia a partir de que fuerzas haitianas llegaron a la ahora República Dominicana en 1822, acontecimiento tergiversado por un sesgo en la interpretación política, económica, social y cultural, que ha marcado, desde entonces, y de modo y manera muy determinantes, la interpretación de ese proceso desde el país.

Ese enfoque ha llevado al país a definirse “frente a Haití” desde la intransigencia, descartando cualquier intento de temperancia, necesaria, ahora más, cuando la presencia de haitianos/as en pueblos y ciudades desafía a la sociedad dominicana toda: a la comunidad a ser tolerante y prudente al conducirse; a las autoridades, a actuar con legítima responsabilidad, el respeto de las leyes, y, reconociendo una fuerza laboral determinante para la economía.

Estudios económicos, investigaciones sociales y las evidencias cotidianas reconfirman que esa mano de obra es imprescindible, que es necesidad urgente regularla, y admitir que aporta cuantiosos recursos al Producto Interno Bruto (PIB) dominicano, a cambio de bagatelas que se les retribuyen en servicios, que les sacaliñan, y con precariedades como beneficios.

Como empresario que es y político que ejerce tras un legado, si la sensibilidad se lo permite y la perspectiva lo guía, Abinader tiene en el proyecto industrial de Juana Méndez un ejemplo posible para ayudar en el diseño de la transformación de las relaciones entre Haití y República Dominicana, a partir de cambios en “el chip”, construyendo puentes por los que las diferencias transiten, sin ser trabadas por los prejuicios.

Tal vez Abinader carezca de la sensibilidad para sentirse “turco”, como le han recordado en los últimos tiempos por ser migrante (blanco) de tercera generación, igual que Juliana Deguís, que, por ser prieta y pobre, fue condenada, junto con miles de iguales nacidos en el país, al despojo de sus derechos cívicos por la arbitraria sentencia del Tribunal Constitucional, la que se pretende reparar con la ley 169-14, que si el presidente la asumiera, puede ser un alivio del trauma migratorio para esos descendientes de haitianos.

 Si se toma esa disposición y se asume a la frontera como comunidad de propósitos y semillero de cooperación, en vez de franja divisoria y solo como fuente de riquezas ilícitas, haciendo, a partir de ella un espacio desde el cual generar proyectos compartidos, transformadores a las realidades de ambos países, se alcanzaría esa esperanza que escribió el obispo Telésforo Isaac, “cuando Haití está bien, Santo Domingo está mejor”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

spot_img

Las más leídas

spot_img

Articulos relacionados