Por Rafael Méndez
En el período comprendido entre 1916 y 2025, República Dominicana ha sido utilizada como cabeza de playa en cuatro coyunturas geopolíticas diferenciadas, caracterizadas por la articulación de mecanismos militares, operativos y mediáticos. Estas coyunturas revelan la continuidad de un patrón estratégico impuesto por Estados Unidos en el Caribe, donde el país ha servido como trampolín de los designios imperiales en la región.
La historia de las intervenciones estadounidenses en el Caribe permite identificar un patrón que se repite a lo largo de un siglo, donde República Dominicana ha sido utilizada como plataforma para proyectar poder militar y construir narrativas funcionales a los intereses del imperio. Cada coyuntura adopta su propio rostro, pero en todas se observa una combinación de presión geopolítica, propaganda y mecanismos de control que convierten al país en punto de apoyo para operaciones regionales.
Desde la ocupación de 1916 hasta los dispositivos tecnológicos y militares articulados en 2025, pasando por la invasión de 1965 y la operación mediática de 1984, la lógica imperial ha moldeado la manera en que se configura la presencia estadounidense en el Caribe. República Dominicana ha sido escenario físico de desembarcos armados y, al mismo tiempo, laboratorio comunicacional donde se ensayan matrices destinadas a legitimar decisiones políticas, neutralizar resistencias y modelar percepciones.
En este tramo histórico de más de cien años se revelan constantes que ayudan a comprender el presente, y de ahí que la reiteración de mecanismos y discursos no es casual, sino parte de una estrategia que busca asegurar la supremacía de Estados Unidos sobre un espacio geográfico que históricamente ha considerado bajo su influencia directa. República Dominicana, por ubicación y vulnerabilidad política y económica, ha sido una pieza estratégica en términos global y regional.
Intervenciones físicas
En nombre de la estabilidad y del saneamiento financiero, en 1916, Estados Unidos tomó el control del país y ejerció autoridad absoluta durante ocho años, reorganizando instituciones, administrando aduanas y asegurando el pago de deudas. Entre 1914 y 1918, en plena Primera Guerra Mundial, Washington alegó que era necesario impedir que Alemania aprovechara la inestabilidad caribeña para establecer posiciones estratégicas, un planteamiento coherente con la Doctrina Monroe y con las intervenciones “preventivas” destinadas a evitar la acción europea por deudas o influencia política.
En 1965, en plena Guerra Fría, el desembarco de 42 mil marines impidió la restauración del orden constitucional, y frenó un movimiento cívico-militar que reclamaba la vuelta de la constitución del 1963, y la reposición del depuesto presidente Juan Bosch, sin elecciones. La intervención militar fue acompañada de una intensa campaña mediática destinada a presentar la invasión como un acto de protección hemisférica ante el fantasma de “otra Cuba”. La narrativa justificó la irrupción armada y encubrió el interés real: mantener el Caribe bajo control geopolítico.
En 2025, la modalidad cambia, pero no la lógica, ya que el país se integra a una estructura militar-tecnológica del Comando Sur, con acuerdos de cooperación, infraestructura compartida, operaciones conjuntas y mecanismos de vigilancia que convierten al territorio dominicano en plataforma operacional. Las nuevas formas de intervención no requieren ocupación visible: basta con la articulación estratégica que permita proyectar fuerza, en este caso, sobre Venezuela y sobre cualquier proceso político que desafíe la hegemonía norteamericana.
La narrativa del “narcochavismo” y del “narcoterrorismo” funciona como eje para promover la reactivación del control militar sobre el Caribe. En este contexto, la decisión del gobierno dominicano de abrazar sin matices la narrativa de la “lucha contra el narcoterrorismo” diseñada por Washington, funciona como eje para promover la reactivación del control militar sobre el Caribe, coloca al país en una encrucijada peligrosa. Cada paso que lo integra a la arquitectura militar de “Lanza del Sur” refuerza la percepción de que República Dominicana está dispuesta a ser, otra vez, cabeza de playa en el ajedrez imperial.
Intervención mediática
En 1984, Estados Unidos volvió a mirar hacia Santo Domingo con preocupación, cuando una poblada popular contra el paquetazo fondomonetarista que provocó un estallido social con un cerca de 200 muertos en apenas tres días bajo las balas de las fuerzas militares y del orden. En medio de una Centroamérica en llamas, con guerrillas en El Salvador y Guatemala y con la victoria sandinista fresca en Nicaragua, Washington percibió que en República Dominicana las ideas marxistas y las demandas populares bullían peligrosamente. No fue casual que se utilizara entonces a figuras mediáticas, como el periodista Jaime Bayly, para lanzar desde suelo dominicano dardos contra el avance del “comunismo” en el Caribe y Centroamérica, reforzando la función del país como plataforma ideológica y política del anticomunismo regional.
Lo que en 1916 se impuso mediante la fuerza, y en 1965 con ocupación masiva, en 1984 se ejerció mediante la manipulación comunicacional y hoy se despliega mediante un entramado híbrido que combina cooperación militar, operaciones psicológicas y construcción mediática de amenazas. Son distintas fases de un mismo proceso histórico que mantiene a República Dominicana como punto de apoyo para intereses que trascienden su realidad nacional.
La historia demuestra que cada reacomodo militar y mediático de Estados Unidos en el Caribe tiene consecuencias profundas para las sociedades de la región. En esa lógica, la posición estratégica del país lo convierte, una vez más, en un espacio donde se define mucho más que la política interna. Lo que está en juego es la soberanía, la orientación del proyecto nacional y el papel que República Dominicana ocupará en una disputa global que se intensifica.





