Por Federico Pinales
¡Dios mío, qué rico se siente, escuchar hablar bien de tu gente, en otros continentes!
No hay un país del mundo que yo haya visitado, que con algún dominicano no me haya encontrado, y que de algunos de ellos algún buen recuerdo no me haya quedado.
Sin importar que hayan sido viudos, solteros, amancebados o casados, sin embargo, lo que más me ha agradado, son las buenas referencias que de ellos me han dado.
Por lo bien que se han portado, y porque por su país siempre se han preocupado, sin importar lo mal que los hayan tratado. Los malos políticos que su país han gobernado, razón por la cual la mayoría ha emigrado en busca de mejor suerte, para escapárseles a la miseria y a la muerte.
Profesionales de todas las disciplinas, andan doblando calles y enderezando esquinas.
Por eso se ven forzados a emigrar hasta para la Conchinchina, Asia, Medio Oriente, Europa, Norteamérica, Suramérica, Chile y Argentina, donde encuentran trabajos, comida, techo y medicina.
En todos esos continentes, están dispersas nuestras gentes, arañando con uñas y dientes, para sustentar la supervivencia de ellos y sus parientes, que dejan por estos lares, esperando sus remesas para mitigar sus males.
Ojalá algún día se le ocurra a algún presidente levantar una estatua en honor al dominicano ausente.
Ese que desde la distancia está presente, con sus remesas protegiendo y ayudando a su gente.
Además de proyectar gratuitamente la cultura y los valores de la República Dominicana. Esa República Dominicana, donde a nadie se le ha ocurrido levantar un monumento en honor a los buenos hijos que con sus esfuerzos y sacrificios engrandecen el buen nombre de su patria chica.
La indomable República Dominicana, tierra de hombres y mujeres laboriosos y honestos, gobernada por cuestionables políticos indolentes y rapaces, vividores de las arcas del Estado, que sustentamos los de abajo,con los impuestos de nuestro trabajo.
