Por Osvaldo Santana
¿Qué pueden esperar los dominicanos más allá de agosto de 2024, cuando estaremos inaugurando un nuevo período de gobierno, después de 57 años continuos de implantación de la democracia que conocemos?
Si juzgamos por la historia, incluso, la más reciente y la tendencia en curso, se puede ofrecer una respuesta inmediata y sencilla, pero no sería adecuado eludir algunas observaciones acerca de las oportunidades que puede ofrecer el porvenir.
Los dominicanos inauguraron la democracia formal tras el golpe de Estado contra Juan Bosch en 1963 y posteriormente, tras la guerra de abril de 1965, con el advenimiento del sistema democrático bajo la égida de Joaquín Balaguer.
Una revisión somera a lo ocurrido desde entonces podría incluir un reconocimiento a la permanencia del modelo democrático representativo, con características represivas y autoritarias por un largo período, con el predominio formal de una institucionalidad expresada en los tres poderes convencionales, más el rol validador del tribunal constitucional y otras instituciones surgidas en el proceso; algunas mejorías en la calidad de vida, pero una tendencia a la perpetuación de la miseria social, el predominio del clientelismo y el reparto de los poderes fácticos entre los grupos tradicionales oligárquicos.
Con la vista puesta en las elecciones de mayo del año que viene, ¿existe alguna posibilidad de que la República Dominicana sea pensada de manera diferente a como la hemos conocido durante todo este tiempo? ¿Acaso habrá una fórmula que implique una transformación social y económica trascendente indicadora de que habrá un antes y un después? ¿Podría surgir un equipo capaz de imaginar más allá de los términos en que se concibe lo que es el progreso en el que estamentos importantes de las clases dirigentes se sientan tan cómodamente satisfechas?
A decir verdad, no resulta sencillo responder estas interrogantes, porque las canteras que en el pasado nutrían los sueños, las esperanzas, las luces imaginarias sobre el mejor futuro de justicia social para los marginados, lucen agotadas.
No aparecen en cualquier pulpería de barrio los llamados a prepararlas con la entereza debida, o la fe, la determinación y la conciencia social requerida. Los iluministas ya forman parte de otro mundo, y las recetas recurrentes, como las que entregan los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), igual han perdido eficacia, y se ha descubierto que forman parte del menú elaborado en los grandes centros de poder en torno a los cuales giran los elementos con potencial para gerenciar los años por venir.
Es decir, que los dominicanos tendrán que contentarse con las ofertas convencionales que flotan por doquier. Y que prometen lo que todos sabemos, y en consecuencia, habrá que continuar haciendo preguntas.
Esos potenciales, ¿cómo se presentarán ante la ciudadanía? ¿Con las credenciales ya conocidas, las vivencias de las realizaciones anteriores, con el listón de obras y recuerdos de los momentos estelares de la época del viejo reinado, con pros y contras debatidos una y otra vez en todos los escenarios? ¿Qué República será soñada ahora, qué se le dirá a la gente para que voten por todo aquello o por futuro nuevo y al mismo tiempo desconocido?
O en el otro caso, ¿con las decenas, cientos, quizás miles de promesas pronunciadas una y otra vez, en cada espacio de la nación, en cada plaza, en cada barrio, en cada pueblo o pueblito, hasta el cansancio, o la baja faja de materializaciones que no llegaron, pero que algún día llegarán?
Otra incierta carta, brinda la seguridad de que la Nación sobrevivirá frente a todas las amenazas, incluida la más temida, proyectada por este competidor como una horda que arrasará con todo el Este de la isla. ¿Y quién sabe?
Pero si son sinceros los que proponen construir el país más allá del 2024, deberían empezar a pensar en el modelo superador de la dinámica parlante, que no llena las expectativas de los ciudadanos sobre un mejor futuro.
Más allá de garantizar la sobrevivencia con los subsidios a la pobreza, la gente espera condiciones de vida que conlleven una redistribución de la riqueza por la prestación de servicios esenciales para la vida, como vivienda, hospitales y escuelas, agua potable y saneamiento, cambios verdaderos en los niveles de ingresos de los ciudadanos. Que los dirigentes no celebren los altos volúmenes de tarjetas regaladas solidariamente o para que la gente se “supere”- Que la gente no dependa de un subsidio que solo sirve para perpetuar la miseria.
Que las inversiones constituyan oportunidades para todos, sin importar la región o el polo donde vivan. Que no materialicen en las grandes concentraciones en atención a la cantidad de votantes, sino como parte de programas integrales de desarrollo.
Que empiece una política impositiva justa. Una reforma tributaria que no sea un ensanchamiento de la atarraya para pescar los peces pequeños, sino los grandes, que sí pueden contribuir con mayor responsabilidad a la paz social.
¿Cuál de los potenciales gerentes más allá del 2024 garantiza un discurso verdaderamente transformador, capaz de confrontar a las oligarquías, que asuma el reto de provocar una verdadera transformación social?
¿Cuál de esos potenciales será capaz de plantar nuevos términos para los inversionistas que extraen las riquezas enclavadas en la tierra, como las mineras? ¿Cuál de los potenciales gerentes podrá al menos levantar la voz ante los organismos regionales desde una perspectiva que sirva al interés nacional, sin pedir permiso a los amos del Norte?
Las respuestas, como advertíamos, no son tan sencillas. Murieron los sueños y las utopías. Ahora, a lo sumo, los dominicanos tendrán que votar por el candidato que consideren mejor dotado para administrar las crisis recurrentes con el mismo modelo sin perspectivas de cambio social y económico favorables a los más pobres y a la clase media.
Porque, ¿qué motivaciones puede tener un ciudadano para votar a los proponentes, más allá de las simpatías personales o las preferencias partidarias, que no sean las sugerentes indicaciones contenidas en las elaboraciones mercadológicas que conocemos?
¿Qué pueden esperar los dominicanos más allá de agosto de 2024?