Por Alfonso Tejeda
Ser Presidente de la Republica es más que un título, que un cargo que -si tienes “esos momenticos”, tal como decía Cuquín Victoria en un anuncio de un entonces popular ron-, también conlleva que muchas veces el ocupante del puesto tenga que caminar “con los dos pies en un zapato”, andar que se complica, o facilita, de acuerdo a circunstancias sociales, institucionales, políticas, ideológicas y personales, que son, al final, las que suelen tomarse en cuenta para definir los resultados de la gestión, contingencia que enfrenta Luis Abinader.
Empresario por herencia, economista por formación y político por vocación, el presidente Abinader, en sus cinco años como gobernante presenta una hoja de servicios de difícil equilibrio y apreciación diversa, evaluación que pudiera reflejar que en la toma de decisiones pocas veces ha conjugado los tres elementos que conforman su biografía, y, si la de empresario la ha resignado, la de economista le ha ayudado a guiarse en algunas situaciones, la política aparenta ser la más contradictoria.
Esa contradicción es patente en lo que tiene que ver con la política internacional, en la que definió de entrada una realidad: nuestra dependencia de Estados Unidos, reconociendo una incontrovertible situación, y que ha manifestado en hechos como asumir algunas “recomendaciones” estadounidenses frente a Venezuela, en particular, y otras de mayor trascendencia diplomática favorable a esa nación.
También tuvo la valentía de comprar vacunas del Covid-19 a China cuando las norteamericanas eran imposibles de conseguir durante la pandemia, y suscribir un documento de apoyo a Palestina, aunque la representación dominicana en la reciente asamblea de Naciones Unidas se quedara escuchando el discurso del genocida Netanyahu, postura que nada agrada a los progresistas del patio.
Pero también en el país hay quienes cuestionamos su política migratoria marcadamente anti haitiana, incluso alejada y desconocedora de promesas de campaña, pero más que todo, de una tradición plantada desde el antiguo “perredé” y estimulada por el líder que, en ocasiones, dicen reconocer el hoy PRM y algunos de sus dirigentes: la solidaridad sin máculas de José Francisco Peña Gómez y de muchos y muchas que nos avergüenza ver y padecer que un gobierno heredero de esas prácticas y enseñanzas arrastre a parturientas y recién nacidos en hospitales para deportarlos en condiciones de extremas carencias y falta de humanidad.
Entre la firmeza suya, sin másculas, Abinader ha asumido otras decisiones políticas de gran responsabilidad, tal la tarea de la institucionalización del Estado, en particular constitucionalizar dos periodos de gobierno como Presidente de la República, la independencia del Ministerio Publico, los afanes por la reforma de la Policía Nacional, gestión cotidiana de grandes esfuerzos, inversiones y expectativas, el conjunto de disposiciones y órganos para combatir la impunidad y prevenir la corrupción, la que por momento le ha jugado “malas pasadas”, tal como en este momento enfrenta el caso más difícil para él, en lo administrativo, y me atrevo a decir que hasta en lo personal: Senasa.
Que Abinader esté bregando con el escandaloso robo detectado en Senasa, una de las entidades en las que ostentaba su más preciado galardón, el dar cobertura de seguro médico a más de siete millones de dominicanos y dominicanas, y que esa presea se la haya descascarado uno de los suyos, es de los momentos peores por los que atraviesa el Presidente, quien, por demás, ha sido muy parco, muy parsimonioso con la mayoría de los funcionarios, muchos de los cuales parecen ser tan independientes como para actuar sin tomar en cuenta que están sujetos a un decreto.
Aunque ahora tenga “los dos pies en un zapato”, Abinader tiene todas las posibilidades de sacudirse -y él lo sabe, también lo que tiene y debe hacer- porque hay tareas pendientes que puede hacer sin atarse a una pretendida “recompensa” política futura que nutra su apetecido legado, que, a decir de los entendidos, les recomiendan tomar decisiones que la institucionalidad necesita para fortalecerse y servir de soporte a la democracia, esa por la que juró trabajar, por y para ella, así como protegerla y defenderla ante cualquier circunstancias.