Por Alfonso Tejeda
Periodista el primero, el segundo se hizo de una formación robusta y diversa en varias disciplinas académicas: ambos pueden calificarse como colosos de un pasado donde alcanzar esa categoría era una tarea desafiante en la que la valentía de asumir posiciones, la disposición para romper cercos y un afán intenso por el conocimiento hoy parecen insuficientes para que graviten, tal como lo hicieron ellos.
Cuando el periodismo era tal -intereses y sesgos ideológicos incluidos-, Rafael Herrera era ese referente de orientación, reconocida fuente de confianza para una sociedad asediada por la intolerancia y el abuso oficial, y garantía de preservación de derechos que buscaban refugio en su solidaridad, en su capacidad de diálogo, en su defensa a unos parámetros institucionales que entonces se movían entre la escasez y el desprecio.
Juan Isidro Jimenes Grullón, médico graduado en Francia, también fue filósofo, sociólogo y articulista en periódicos, disciplinas y espacios en los que marcó una línea intelectual y un compromiso social que para muchos palidece ante uno de sus indefendibles actos, del que casi a seguidas se arrepintió: su participación en la conjura del golpe de estado de 1963, contra Juan Bosch.
Nacidos con nueve años de diferencia ( Jimenes Grullón en 1903 y Herrera en 1912), sus vidas tienen paralelos, pero las distingue los contenidos que cada uno aportó a la suya: el médico tuvo una formación académica robusta, exiliado antitrujillista, fundador en Cuba, junto a Bosch y Virgilio Mainardi Reina, del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), recalando su existir en un convencido marxista, cuestionador del sistema y crítico contundente, incluso de la izquierda dominicana.
Herrera, afirman quienes se precian de haberlo conocido, desertó de la escuela en el cuarto curso de primaria, en Baní, pero compensó esa ausencia convirtiéndose en un autodidacta con una pasión y dedicación a los libros, de todas las disciplinas, que, al morir, su biblioteca -donada por la familia a la Pucamaima- contaba con más de siete mil ejemplares, siendo, además, un promotor asiduo de estos y cultor del idioma español.
El dominio de otros idiomas (inglés y francés) le facilitó ser traductor, por igual servir como intérprete al dictador Trujillo en foros internacionales, régimen en el que padeció algunos encontronazos, tal como en los 12 años de Balaguer, que, aunque respetado, en ocasiones se le consideraba una especie de “villano de la lealtad”, como refiere el escritor Javier Cercas.
Herrera, el más ilustre de los directores que ha tenido el periódico Listín Diario, se le recuerda con cierta asiduidad, contrario a Jimenes Grullón, a quien sepulta el silencio, ese que en “El ostracismo de un legado”, Aquiles Castro (2002), se lamenta de que pese a sus escritos provocar reacciones o motivar debates formales, después de su muerte esa “obra ha sido víctima de una especie de conjura, y su personal protagonismo sencillamente ignorado”.
Reconocido por su calidad de editorialista, Herrera escribió uno de antología, siempre recordado en esta época: “Regale un litro, pero también regale un libro”, ocasión que ahora puede ser propicia para clamar por los libros que escribió Juan Isidro Jimenes Grullón, que podrían ayudar para entender este presente desde su pasado.