Por Yancen Pujols
Atlanta, Georgia, Estados Unidos. – Marcell Ozuna estaba de pie, pero perdido. La agenda no cambiaba: al estadio a jugar con los Bravos de Atlanta y después rumba hasta que el cuerpo aguante.
Como estudiante malo, repetía la fórmula sin entender en el momento que cavaba una fosa que por centímetros no lo sacó de Grandes Ligas.
“Yo no escuchaba a nadie, pero a nadie. Lo mío era ir al pley (estadio) y después a disfrutar, vámonos para la calle a gozar”, dice Ozuna desde su residencia en esta ciudad.
“Yo estaba en mi mundo de disfrutar. Iba y daba un jonrón o me iba bien y a disfrutar”, agrega el designado, nativo de Boca Chica.
La campaña de 2020, recortada por COVID, fue buena para él. En 2021 y 2022, estuvo de mal en peor. Tuvo temas de violencia doméstica, sancionado por 20 partidos por la MLB y el famoso caso de alegadamente conducir bajo los efectos del alcohol, específicamente en agosto de 2022.
El vídeo en el que se le observa diciéndole al oficial de la policía del condado de Gwinnet “soy Ozuna de los Bravos” se hizo viral en las redes.
Aunque llegó a un acuerdo de no declararse culpable ni inocente y pagó 1,000 dólares de multa, estaba claro que había tocado fondo.
Firmado por cuatro años y 65 millones de dólares en 2021 por los Bravos, Marcell era una distracción para una escuadra con talento para competir.
“Estuve al punto de perder mi familia y mi carrera”, dice con el rostro de alguien que aprendió una dura lección de vida.
Su relación matrimonial con su esposa, Génesis, iba en picada, todo lo que se escuchaba de él era desfavorable y los resultados en el terreno también se desplomaban.
Pasó de ser un pelotero respetado en su conjunto a uno que duraba más de una semana sin jugar.
“Hasta para yo batear en las prácticas era el último. Pero eso me lo busqué yo”, reconoce.
Ozuna pudo recapacitar y cerró su círculo. Empezó a participar en un grupo de oración con su fisioterapeuta Luis Santana, un creyente y no de “la secreta”, y ahí la ruta era de la casa al estadio, del estadio a la casa.
“Entendí eso, gracias a Dios. También pude aprender de todo esto. Lo veo como una gran experiencia”, dice Marcell, quien debutó en 2013 con los Marlins.
“Pedí disculpas a mis compañeros y me puse a trabajar, porque era la única manera de regresar a ser el pelotero que soy”, cuenta el también jardinero que en este noviembre de 2024 cumplirá 34 años.
No era fácil. En ese primer mes de campaña de 2023 bateaba para “cero bicicleta” y solo escuchaba abucheos y burlas de los fanáticos de los Bravos.
“Los abucheos eran la parte más difícil, pero yo tenía que cambiar eso. Yo no jugaba a diario, lo que me complicaba para poner números. Aprendí a ser paciente en eso”, dice.
En mayo apareció una brecha de juego, Ozuna pudo aportar a la causa en un partido contra los Marlins y en lugar de preocuparse por la incertidumbre de cuándo regresar a jugar, en la misma noche le dijeron que estaría en la alineación al día siguiente.
Desde entonces, ha ido sumando en lugar de restar. En mayo de 2023 pegó nueve cuadrangulares e impulsó 20 vueltas. Terminó esa contienda con 40 jonrones (líder entre los dominicanos) y 100 impulsadas.
Este año fue mejor, porque, aunque dio 39 palos para la calle, empujó 104 y su promedio fue de .302. Dos campañas en línea de puro caballo.
“Este es el pelotero que soy. Gracias a Dios que aprendí. Recuperé mi familia, mi matrimonio y mi carrera. Todo gira sobre mi hogar. Si mi familia está en paz, yo también y de ahí a jugar pelota”, comenta Ozuna.
La vida es como una tarjeta de crédito. Todo lo que haces pasa factura. Por suerte para Marcell, paró el consumo negativo.