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domingo, enero 12, 2025

Lectura para el Camino… Los Compadres 2/2

Por Rafael Céspedes Morillo

Alegría, complicidad, sonrisas y sudor competían. La suave brisa parecía disfrutar de esas coplas, como si brotaran del alma, sembrándose en los surcos que los cantores abrían con sus herramientas, en lugar de los esquejes de yuca que más tarde plantarían.

Aquellos esquejes se convertirían en vigilantes soldados de la tierra, cuidando la esperanza de vida y prometiendo una buena cosecha, digna del lugar al que daban fama.

Según los vecinos, allí se cultivaba la mejor yuca de los alrededores, conocida como "yuca agua tibia", famosa por el poco tiempo de hervido y sin complicaciones.

A veces, los transeúntes se detenían a escuchar a los cantores del campo. Sin mostrar señales de percatarse de los curiosos, los campesinos se alegraban y complacían, continuando con sus cánticos, que en ocasiones parecían gritos transformados en denuncias. 

Y seguían cantando:

Algún día el sol saldrá
Realmente para todos,
Y entonces tú podrás
Disfrutar con otro apodo.

 

En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero.

Donde tú puedas cantar
Y ser parte de la gente,
Porque se habrá de terminar
Ese dolor del presente.

 

En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero.

Jornalero, jornalero,
Te llevamos presente,
Es que eres el primero
Para Dios y su gente.

 

En verdad eres un crisol,
Aunque te llamen jornalero…


Las esposas se turnaban para ir, de dos en dos o a veces más, a animarlos y compartir. Llevaban refrescante morisoñando preparado en los morros de los higüeros del patio, a menudo acompañados de pedazos de arepa que daban ganas de detenerse solo para saborearlos. 

Los hombres, agradecidos, aprovechaban las visitas para descansar un poco, secarse el sudor, recargar energías y afilar los hierros con los que trabajaban.

Pasadas las cuatro de la tarde, Isaías llamó la atención de todos:
—¡Señores! Viene agua, y de la fuerte. Hasta los chiquitos van a poder beber de pie —dijo con una sonrisa, haciendo un gesto hacia el compadre Paquito, quien, con su pequeña estatura, siempre era blanco de bromas cariñosas. 

Paquito no se molestaba; al contrario, disfrutaba tanto como los demás de las risas que provocaban.

—Lo que viene no es pequeño —continuó Isaías—. Van a caer burros aparejados, así que recojamos y vámonos antes de que sea tarde. Mañana volvemos y terminamos lo que falta.

—De acuerdo —respondió Paquito—, pero ¿qué hacemos con el compadre Fidel, que nos está esperando?

—¡Tranquilo! Hambre que espera hartura no es hambre, compadre —bromeó Isaías, arrancando carcajadas de todos.

Apresurados, comenzaron a recoger sus cosas bajo las primeras gotas de la anunciada lluvia.

 

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