Lito Santana
La sabiduría popular acuñó la frase “para morir, nada más hay que estar vivo”, y con ella trata de “entender” la fragilidad de la vida y el “consuelo automático”, al que debe aferrarse el ser humano, cuando pierde un ser querido.
Pero cuando esa tragedia llega inesperadamente, no hay forma de esquivar el impacto demoledor en los deudos.
Aun estando enferma una persona, al momento de su deceso, de la separación para siempre de los vivos, no deja de doler, más cuando se tienen sentimientos de gente buena, que sufre lo que pasa en su entorno.
Imagínese usted los fallecimientos por acontecimientos trágicos, como los ocurridos en medio de las torrenciales lluvias del pasado sábado 18 de noviembre, en la Capital y en distintos puntos del país.
Los testimonios son desgarradores. Personas que salieron en perfecto estado de salud de sus casas en misiones de trabajo, otros que llenos de alegría regresaban de recoger unos parientes en el aeropuerto, una familia que viajó desde Puerto Rico a festejar en el país, para saber si su embarazo era de hembra o varón, el señor que tratando de salvar lo poco que tenía murió arrastrado por las aguas. En fin, gente sana y contenta que jamás pensaron que ese era su último día, al igual que los familiares que les dijeron hasta luego, para nunca más verlos con vida.
Las autoridades revelan como cifras oficiales 24 muertos y declararon tres días de duelo nacional en memoria de los fallecidos.
Pero esa cifra impacta a miles de personas que de una u otra manera tenían vínculos con estos, y por consecuencia a todo el país, que lamenta con mucha congoja, esta desgracia generada por la madre naturaleza.
Quienes están o han pasado por el Gobierno se tiran, unos a otros, las responsabilidades de lo ocurrido.
No piensan que mientras se justifican entre sí, hay millones de “corazones partidos”, que no se conformarán con teorías como que: “eso estaba advertido desde 1999”, o que “esta gestión ha dado mantenimiento permanente a ese punto donde ocurrió la desgracia” o que “hay que buscar los vicios en esa obra que provienen desde su construcción” o que “tendremos que hacer una auditoría forense a todos los pasos a desnivel de la avenida 27 de Febrero”. Todas expresiones que sólo buscan apaciguar el fuego de la crítica frente a sus descuidos.
En sus palabras a la Nación el pasado lunes, el presidente de la República Luis Abinader, dijo: “hay que prepararse de cara al futuro, porque esto va a ocurrir de nuevo debido a la crisis climática. El país tiene que estar consciente de que este impacto, este cambio climático es una realidad con fenómenos imprevistos, intensos y fuera de temporada, como los vividos ahora”.
Pero, precisamente se tiene más de 40 años hablando del “bendito cambio climático” y al parecer tenía que pasar una desgracia como esta, para agendarlo y asumir las responsabilidades. Mientras tanto, nada devolverá la vida a los que se han marchado.
De modo que, la muerte siempre será un hecho terrible que nunca será bien recibido.