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jueves, mayo 22, 2025
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La difamación digital es un cáncer social: enfrentémoslo ya!

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Por Antonio Isa Conde

Vivimos tiempos peligrosamente contradictorios. La tecnología avanza a un ritmo impresionante, pero la ética, el respeto y la verdad parecen retroceder.

 Las redes sociales, que en principio fueron pensadas como una herramienta para acercar a la gente, se han convertido en un terreno donde reina la mentira, la difamación y la desinformación. Una especie de cloaca donde cualquiera puede ensuciar reputaciones, destruir trayectorias y afectar instituciones sin que pase absolutamente nada.

En República Dominicana, y yo diría que en todo el mundo, esta situación se ha vuelto tan común que mucha gente ya lo ve como algo normal. Pero no lo es. Y no podemos resignarnos. Lo que se ha hecho recientemente con dos mujeres como Faride Raful y Milagros Germán es sencillamente asqueroso. A Faride, que es ministra del Interior, y que tiene una trayectoria política limpia y firme, se le ha difamado sin piedad. A Milagros, comunicadora de larga data, con una carrera honesta y respetada, también se la ha querido hundir en el lodo de la calumnia. Y todo eso, claro, a través de redes sociales y con el apoyo de herramientas tecnológicas que hoy permiten falsificar imágenes, voces y hasta contextos. Es decir, ahora la mentira tiene más poder que nunca.

Faride, con valentía, ha decidido enfrentar a sus difamadores por la vía legal. Y eso está muy bien. Pero lo que a mí más me preocupa es otra cosa: ¿qué vamos a hacer como sociedad para frenar este desorden? ¿Cómo enfrentamos ese uso criminal de la inteligencia artificial que permite fabricar mentiras que parecen verdades? ¿Dónde están las reglas? ¿Dónde está la ley? ¿Dónde está el freno?

He tenido conocimiento de que en algunos países de la Unión Europea se han hecho esfuerzos por legislar. Tal es el caso de la Ley de Servicios Digitales y la Ley de Inteligencia Artificial, que ya han sido aprobadas y establecen reglas claras sobre transparencia, responsabilidad y limitaciones en el uso de tecnologías que pueden causar daño. Pero eso no lo han hecho con decisión firme, sino con pasos tímidos y bajo fuerte presión de los gigantes tecnológicos, que no permiten, o tratan de bloquear, cualquier intento de regulación en esa dirección.

Por lo regular, estos delitos quedan impunes. Y eso es lo más grave. Porque no solo se le hace daño a una persona o a una familia. Se contamina la opinión pública. Se manipulan emociones. Se afecta la democracia misma. Y lo peor es que la sociedad, muchas veces, termina repitiendo esas mentiras sin verificar, sin cuestionar, sin pensar.

Aquí en el país, estamos rezagados. No hay una legislación moderna que proteja a los ciudadanos frente a estos abusos. Las víctimas tienen que cargar solas con la vergüenza pública y el costo de una demanda judicial. Mientras tanto, los cobardes que se escudan en el anonimato, la más de las veces, otras sintiéndose impunes, llegan a usar su propio nombre para seguir  ensuciando honras con total libertad.

Por eso propongo, como punto de partida, que impulsemos una ley dominicana que regule el uso ético de las redes y de la inteligencia artificial. Que castigue con firmeza la difamación digital. Que le ponga límites claros a esas herramientas tecnológicas cuando se usan para hacer daño. Y además, que se cree una unidad especializada en la Fiscalía que actúe con rapidez frente a este tipo de crímenes.

 

A eso hay que sumarle una campaña de educación digital para que la gente aprenda a identificar noticias falsas, a defenderse del discurso de odio, y sobre todo, a no convertirse en reproductor inconsciente de porquerías.

 

No se trata de censurar. Se trata de poner orden. De rescatar el respeto. De hacer justicia. La libertad de expresión es un derecho sagrado, pero no puede ser usada para ensuciar vidas ni para manipular conciencias. Necesitamos reglas, necesitamos ética, necesitamos un mínimo de decencia en la vida pública y en las redes. Porque si no, la inteligencia artificial, en vez de ayudarnos a progresar, se convertirá en un instrumento más del poder para oprimir, destruir y  desinformar.

 

Y eso, como sociedad, no podemos permitirlo

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